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Resplandece otra vez la izquierda en Latinoamérica y Chile y Honduras marcan camino que se supone nueva visión de Estado.
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Por Elba García
Los países latinoamericanos están frente a una segunda ola de triunfos de la izquierda, una izquierda más ortodoxa, por lo menos la que ha aplastado la derecha en Chile, aunque tal vez no se pueda decir lo mismo de lo ocurrido en Honduras.
Un ejemplo muy contundente ha sido lo ocurrido en Bolivia, donde los logros tenidos por Evo Morales nadie puede poner en duda, ni siquiera sus peores enemigos, pero de ahí a buscar quedarse por siempre en la presidencia de la República se convierte en su peor error político cuando lo que debía hacer es promover nuevos liderazgos sobre la base de sus mismos éxitos.
Los observadores internacionales del comportamiento de los gobiernos de izquierda instaurados en Latinoamérica basan su principal crítica a los liderazgos personalistas y que equívocamente han buscado perpetuarse en el poder con un solo rostro, que al final o antes del final de la jornada, para decirlo de algún modo, cansan a la gente a pesar de sus programas de ejecuciones que constituyen un dique de contención a los privilegios que regularmente promueve la derecha.
Los ejemplos de los errores a este respecto sobran, como ejemplo Nicolas Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia, donde estos personajes han pretendido perpetuarse en el poder, lo cual se constituye en el principal descrédito para la izquierda cuando se supone que estos modelos de gobiernos son o deben ser colegiados y que de igual modo deben promover alternabilidad en el poder, pero siempre con los mismos postulados y propósitos.
En lo referente a la alternabilidad en el poder la derecha ha sido mucho más inteligente que la izquierda, pese a que esta última generalmente tiene la razón porque los aires que la mueven están fundamentados en principios con mucho sabor a pueblo, mientras que la derecha se apoya en intereses de grupos muy reducidos de la sociedad.
El triunfo en Chile de Gabriel Boric podría significar el inicio de una nueva historia en el batallar por llevar mejores condiciones de vida a los pueblos latinoamericanos, golpeados por un neoliberalismo salvaje y unas injusticias sociales que no dejan a las grandes mayorías vivir en paz.
La transformación del sistema de pensiones y de la seguridad social en Chile constituye un anuncio que genera mucho apoyo al nuevo presidente de una nación que es un ejemplo entre todos los países del hemisferio, cuyos éxitos al respecto será un gran punto de referencia para sus hermanos de los países en vía de desarrollo.
Otro punto de una gran importancia política que ha mencionado el presidente electo de Chile es lo atinente a la convocatoria de una constituyente para modificar la Constitución de este país, que es una odiosa herencia de una de las dictaduras más férrea que tuvo el continente, la de Augusto Pinochet.
En esta segunda ola de triunfos de las izquierdas en Latinoamérica se abriga la esperanza de que se puedan corregir los errores del pasado para consolidar unos modelos de gobiernos en los que la lucha no sea sólo en contra de fenómenos como el neoliberalismo y la corrupción rampante proveniente de la derecha y que no dejan vivir en paz a los que han tenido la desdicha de nacer en sociedades con grandes asimetrías sociales y económicas, sino también del dogmatismo de mantener en la presidencia de la República a figuras que se quieren quedar en el cargo durante toda la vida, sin importar que tan buenas o malas hayan sido sus ejecutorias.
Se puede tener la seguridad que si el manejo de estos nuevos gobiernos de izquierda se aleja de los liderazgos personalistas y poco institucionales podría hablarse de que es lograble un cambio sustancial en la forma de vida de los pueblos del llamado tercer mundo, víctimas de la lucha por la hegemonía que protagonizan una serie de potencias económicas y militares.
Los partidos que han servido de soporte a la ola de los nuevos gobiernos de izquierda deben asimilar la experiencia dejada por la derecha mexicana que consistió en un modelo que supo mantenerse en el poder por espacio de setenta años mediante la alternabilidad presidencial, cuyos cambios de rostros, aunque no implicaron ningún beneficio para la mayoría de la gente, fue una forma mucho más inteligente de perpetuarse en el poder y de mantener un sistema de injusticias sociales, corrupción administrativa y de promoción de privilegios para los grupos económicos que se mueven alrededor de los intereses de esa corriente política.