Opinión

Saber contar

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En una reunión de hace unos días escuché decir a una compañera que la vida podría ser tan divertida y exacta como las ciencias matemáticas y que la mayor habilidad a desarrollar era la de saber contar.

Desde mi dominicana perspectiva de fémina anti-matemáticas por un momento pensé que ella lo decía para ganar el aprecio de los presentes (en su mayoría hombres) para luego tener un encontronazo con la realidad y darme cuenta de que vivimos en un mundo regido por leyes matemáticas exactas que cuentan el balance y reflejan el desequilibrio.

Entonces sí sería un requisito para vivir el saber contar.

Entre tanto, desde tiempos pre-históricos el hombre buscó tácticas ingeniosas para conocer y controlar las cosas.

Un ejemplo serían los sistemas numéricos egipcios y babilónicos que con agudeza jeroglífica plasmaron en tablas de arcilla la contabilidad de la esencia de su civilización.

Imperios como el romano y en América el maya y el azteca cuentan con exquisitez y sobriedad sus adelantos, abundancia y fracasos.

También se cuenta que los árabes introdujeron a Europa un sistema numérico decimal tomado de los matemáticos persas de la India (lo que conocemos hoy como números arábicos, que es el sistema numérico más utilizado mundialmente).

Este sistema inyecta aventura y elegancia, romance y mayor precisión a la manera de contar las cosas.

Tal es la costumbre de calcular decimalmente que la mayoría de la gente desconoce la existencia de otros métodos de numeración diferentes al de base diez.

Con asiento en este argumento, si comparamos la misma existencia individual con el sistema numérico decimal tendremos como resultado del símil (en la versión dominicana) de que la forma acostumbrada para hacer las cosas es una sola.

Por ejemplo: “El criollo sólo tiene dos formas de progresar; o con un carguito o botella en el gobierno o con una visa para el sueño de Juan Luis Guerra y el Nuevayol de Balbuena.”

Desde la percepción dominicana esa es la única alternativa para salir adelante.

Más sorprendente resulta aún el cómo en la República Dominicana el Estado cuenta en sus cálculos con números fraccionarios o quebrados, instaurando leyes de fracciones, que siguen siendo casi de manera cultural, el estatus de las instituciones políticas y públicas: Que se cuentan fraccionadas y/o quebradas.

Continuando con el respeto y reconocimiento a las leyes matemáticas y la necesidad de aprender a contar, proseguimos con el uso del concepto del cero.

En honor a los mayas pre-clásicos, quienes fueron los pioneros en el manejo del concepto del cero en América, en los diferentes períodos gubernamentales del país, tanto los funcionarios como el mismísimo presidente, han apostado a resultados menores o iguales al número cardinal cero.

Administran los estamentos públicos por cuatro años y los transforman en conjuntos vacíos, con resultados de valor nulo e inscribiéndose en la historia dominicana como ceros.

Si buscamos aprender a contar, retomemos los ábacos, las sumadoras y las tablas de multiplicar.

Contemos con la urgencia de la higienización de los hábitos sociales y del fortalecimiento del Estado.

Adicionemos los valores morales perdidos, multipliquemos la conciencia social, y expongamos a la máxima potencia la obligación de la honestidad en la gestión pública.

Contemos con que el presidente electo, Danilo Medina, tiene una página en blanco que le ofrece la oportunidad de sumar grandes cambios, pero recuerde contar con que la silla presidencial no es una varita mágica que resolverá todos los problemas nacionales instantáneamente.

Con sólo llegar no podrá bajar la prima del dólar, erradicar la corrupción del dominicano, arreglar los salamis, la luz, los desfalcos… y lograr un desarrollo sostenible (como lo propuso con sus palabras el aquel entonces prometedor Leonel Fernández en su contienda política del ΄96).

Aprendamos a contar con nuestro deber ciudadano, así como exigimos nuestros derechos.

Dejemos de personificar a los famosos tres monitos (que ni oyen, ni ven, ni hablan/ hear no evil, see no evil, speak no evil).

Si seguimos pataleando, culpando y revolcándonos en lo mismo, no contemos los dominicanos con ningún progreso ni cambio.

Aprendamos a contar y a contabilizar nuestra historia, a presentar con optimismo y periodicidad estados financieros y de resultados a las nuevas generaciones.

Llegó el momento de que depositemos pequeñas sumas de fe y progreso a la cuenta de nuestra identidad nacional. /

 

 

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