Salir de la cueva de las drogas… difícil sin acogida
SANTO DOMINGO. Tras 20 años sin visitar el lugar, Ramiro Manzano regresó a la cueva que le sirvió de refugio cuando estuvo prisionero del consumo de drogas. Es una de las tantas cavernas que esconde el Parque Mirador Sur, de la capital, a la que se llega apartando piedras y maleza.
El hueco de entrada es inclinado y estrecho, pero una vez cruza, llega a un amplio salón donde, pese a la oscuridad, divisa una pequeña colcha y algunas ropas tiradas, señal de que alguien ocupa la gruta. Ramiro advierte esto, y decide devolverse.
Ya su cuerpo de 56 años no tiene la misma habilidad que en aquella época, cuando durante más de cinco años -no lo recuerda con exactitud- entraba, salía, comía, dormía, y se desplazaba por las vías internas del lugar que lo conectaban con otras salidas.
Una vez fuera, trata de ubicar otra de las cuevas que solía usar, pero no la encuentra, así que decide detenerse a explicar un poco lo que significaba ser adicto, un vicio que adquirió cuando apenas tenía 15 años, y del que -dice- nunca habría podido salir, de no contar con la ayuda de un centro de tratamiento.
Sin pretenderlo, ofrece unas explicaciones que llevan a pensar en el vicio como si fuera la vida en la propia cueva.
«La primera vez que la probé, en ese momento supe que sería dificultoso dejarla, pues se me abrió una entrada a otro mundo, como una fantasía de que podía quedarme a vivir ahí… Esa actividad te cubre como una especie de burbuja donde no hay futuro ni pasado ni noción de quien eres, sólo eso que sucede», rememora. Además de colapsar el ambiente familiar, Ramiro, que ya era pintor, empezó a robar cosas y a engañar a clientes que le pagaban sus lienzos por adelantado. Pero un día, durante un momento de lucidez, se vio inmerso en la soledad sepulcral de la cueva, y decidió que buscaría ayuda.
«¿Quién pudiera ser yo en estos momentos si no me hubiera rehabilitado en Hogar Crea? Cualquiera de esas personas que usted ve arrastrado en las calles, buscando en zafacones, ya ni siquiera con el deseo de consumir drogas, sino movido por el hambre».
De la cueva salió tembloroso, incapaz de abotonarse la camisa y sin dentadura. Hoy es el encargado y terapeuta del Centro de Recaída, de Hogar Crea en Villa Faro, desarrolla una carrera como pintor y como ilustrador de libros.
Por un tiempo fue el ilustrador de una revista infantil que publica un periódico de circulación nacional. Está consciente de que el adicto no se cura, por lo que se mantiene en seguimiento y confiado a Dios para no recaer. Como referente de a donde no quiere llegar tiene a uno de sus compañeros de los años de vicio, que no entró a rehabilitación.
Se trata de R. (se omite su nombre), a quien se puede observar tirado en una avenida de la capital rodeado de una mochila, galones, una libreta vieja y otros «corotos».
R. asegura que tiene 41 años, pero su aspecto es de más de 60. Su mirada es esquiva y un poco perdida. Dice que está en ese lugar contratado para cuidar una parada cercana, y que por ello le pagan RD$1,500 a la quincena y le dan la comida. Su plática es un poco incongruente, pues aunque admite que una vez estuvo en Hogar Crea, jura que nunca ha tenido problemas de adicción. Tiene una calculadora, inservible a simple vista, que cree le sirve para calcular y usa como biblia un librito de testimonios.
Hogar Crea, el organismo que ayudó a Ramiro a superar su condición de adicto, estima que en sus 38 años de operación ha rehabilitado a un estimado de 10 mil personas. Además de Crea, en el país existen 90 organizaciones que trabajan el tema de la adición y la prevención a las drogas, según los registros del Consejo Nacional de Drogas (CND). Entre todas dan rehabilitación a 2,300 personas en la actualidad.
Un sondeo realizado por el CND en el 2011 arrojó que el 4% de la población dominicana, entre 12 y 65 años, ha consumido alguna droga, siendo la más común la marihuana, usada por el 2.3% de los encuestados.
Niño de 11 años, adicto desde los 9 al ponche, el vino y al ron
Un estudio que realizó el CND en 2008, entre la población escolar, reveló que el 1.7% de los encuestados había fumado marihuana, el 0.8% cocaína y el 0.7% crack, para una prevalencia total de uso de drogas de 3.3%, en una muestra de 5,983 estudiantes.
Para tratar a la población infantil, Hogar Crea tiene un centro de menores en Santiago, que en la actualidad acoge a 26 jóvenes entre 11 y 18 años. El más pequeño del grupo llegó al centro cuando apenas tenía 9. «Yo hurtaba cosas para comprar ponche y vino. Ah, y también bebía ron», cuenta el niño, dejando sentir en sus palabras un tono de inocencia y miedo.
«Todos los domingos y los sábados salía a beber, iba con algunos de los muchachos (del barrio)… Lo hacía para estar en coro. Mi mamá no sabía, pero ya yo le pedí perdón por todo eso, hasta me puse a llorar por eso mismo», comenta el niñito de ojos grandes y mirada triste. Menciona que robaba celulares que luego vendía a adultos, y que también era adicto a los juegos en centros de internet. Pero, asegura que estando en la residencia de menores entendió que lo que hacía era malo, y que ya no volverá a hacerlo.
El niño prefiere estar en el centro de acogida con los demás compañeros, que en el barrio, aunque la falta de su madre lo hace llorar en ocasiones. «Suplo la falta con mi madrina, que nos viene a visitar a veces. Por ella es que yo sigo aquí, porque mi madre no podía pagar la cuota y me sacó, pero volví, porque el director y un reeducado me fueron a buscar». Amante de las matemáticas, según se define, quiere continuar sus estudios y algún día ser un arquitecto.
Otro de los integrantes del grupo es un joven que hace apenas una semana cumplió los 18 años. Él estuvo en el programa de reeducación, pero lo abandonó a los cinco meses, así que ahora está en condición de nuevo. Volvió de manera voluntaria y con intenciones de no dejar el grupo de apoyo, así que una vez termine el año y ocho meses y medio que dura el programa, seguirá en seguimiento, afirma.
En el grupo también hay otro joven procedente de San Martín, donde estuvo preso y delinquió en varias ocasiones para sustentar su adicción. Tras recibir el tratamiento se siente otra persona, y sabe que todo lo que hizo estuvo mal. Dice que cuando termine su programa se quedará a vivir en el país e iniciar una carrera universitaria, pues teme que al regresar a su ciudad natal, pueda recaer en el vicio.
Hogar Crea Menores está dirigido por George William Pimentel y Ramón Coiscou, director y subdirector respectivamente, quienes dan gracias a Dios, porque, pese a las muchas carencias, pueden mantenerlo de pie. El centro opera con un presupuesto fijo de RD$15,000 que le entregan desde la sede de Hogar Crea, en la capital. «Pero eso es solo para el pago del alquiler y del teléfono», se queja Pimentel.
Para las comidas, que «se hacen las tres al día y sin falta», deben recurrir a donaciones, así como al pago de cuota de RD$3 mil al mes que cobran a las familias de los niños, pero que no todos pagan. El tratamiento a los menores consiste en un programa de cuatro fases de terapias dirigidas por ellos mismos, aunque el director admite que lo ideal fuera que tuvieran una psicóloga de planta, cosa en la que el Gobierno no ha querido complacerlos. La primera fase es de desintoxicación y disciplina, luego de identificación e introspección de la persona, y en una tercera fase de crecimiento. Finalmente se prepara para salir a sus casas y entornos.
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