Santiago estrenó el panfleto durante la ocupación haitiana

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El panfleto, una  maniobra audaz e hiriente de desahogo clandestino, es legítimo cuando la opresión espurea tiraniza al pueblo y le impide respirar libertad.

Santiago estrenó ese recurso de consecuencias improbables durante la ocupación haitiana que duró de 1822 a 1844.

Nadie, se sabe, lanzó grapas  en la vía pública contra el ocupante ni quemó gomas pues, casualmente, no se había inventado el automóvil.

Menudearon las protestas que no se detuvieron en el pasquín antiocupación sino que se suscitaron los escritos a través de hojas sueltas, pasquines, proclamas, décimas y sátiras entre otros agregados al   dossier de repudio.

El panfleto es una burla de extrema ironía que anhela, esparciéndose a toda prisa entre las calles y los callejones, zaherir al remitente.

Los panfletistas o panfleteros de aquellos días no eran unos cuantos mozalbetes exaltados sino un pueblo en plan de rebeldía.

La idea es provocar un efecto, yendo directamente y sin rubor ni delicadezas líricas ante la causa.

El mensaje del panfleto es breve, insultante y de ser posible, irónico.

(Las narraciones sobre los niños de Santiago lanzados al aire y esperados sobre las puntas de las bayonetas de los soldados haitianos al llegar éstos aquí si bien no se han demostrado fehacientemente, tampoco han sido completamente desmentidas por la Historia, que no puede competir contra las matemáticas o las ciencias puras).

Ninguno ha tumbado gobierno alguno pero, como se sabe, una pulga puede, por vía de consecuencias, detener un tren que equivale a atrapar una estrella con los dientes.

Y ¡cómo hieren los sentimientos de infinito orgullo algunas de estas maniobras escritas lanzadas como rayo contra los muros infranqueables del ocupante o tirano y sobre la conciencia de la gente!