Economistas independientes han advertido que la República Dominicana tiene comprometido con la deuda un cincuenta y cuatro por ciento del Producto Interno Bruto, lo cual constituye una bomba de tiempo para el país.
Lo grave de ese cuadro es que los que tienen el control de Estado nada les sirve de advertencia, porque si hay una cosa que caracteriza a la clase política nacional es la irracionalidad.
Nadie quiere ponerle el cascabel al gato, ya que la política partidista se nutre del asistencialismo y el clientelismo en sentido general para poder tener vigencia y sobrevivir.
Desde esa perspectiva es en realidad un sueño que el Estado mejore la calidad del gasto, sobre todo del corriente, que es el que tiene de lógica y de sustento una nómina súper numeraria y parasitaria.
El otro elemento vital sería procurar mejorar los niveles de transparencia en el manejo del presupuesto nacional, cuya partida que se va por el camino de la corrupción, mediante la sobrevaluación de obras públicas, alcanza miles de millones de pesos anualmente.
El problema es tan complejo que los actores de la vida política nacional ven la corrupción como un mal necesario, principalmente para crear grupos económicos que les sirvan de soporte a los partidos políticos, instancias de la sociedad totalmente corrompidas y propiciadoras de una mala democracia, saturada de asimetrías sociales.
El compromiso del cincuenta y cuatro por ciento del Producto Interno Bruto podría conducirnos a una crisis de igual o mayor dimensión de las que afectan a Grecia y a Puerto Rico.
Con la salvedad de que el rejuego de la economía dominicana tiene que ver con el hecho de que tiene una moneda propia, lo cual le permite utilizar, por ejemplo, la emisión de dinero inorgánico, sin ningún respaldo, y proyectar una bonanza que no existe.
De hecho, el dinero inorgánico ha sido la razón para que el país mantenga un supuesto control de la política cambiaria a través de la reducción del circulante mediante la tasa activa y pasiva, así como el control de la repatriación de capitales.
Todo esto va acompañado de una condena a muerte de la mediana y la micro empresa en virtud de que la falta de circulante por la restricción provocada por las autoridades mata las posibilidades de sobrevivencia de unos agentes que son vitales para la economía nacional.
De cualquier modo ese rejuego con la economía no tiene una larga vida, porque llegará el momento en que se agote la capacidad de endeudamiento y se estrechen los márgenes para seguir el peligroso camino de simular que poco importa que haya menos ingresos que egresos como consecuencia de una política pública fundamentada en la corrupción y la recurrencia al endeudamiento para pagar lo tanto que se debe.
Es como endeudarse para pagar deudas que en el curso del tiempo se vuelve impagable y reduce la posibilidad para invertir en la satisfacción de necesidades sociales del pueblo dominicano.