Periodismo Interpretativo

Son políglotas y parquean vehículos en Santiago

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Raras veces la realidad se comporta como lo desearía el  sentido común que por lo general es visual y suele resultar primario.

Nada es más ilusorio e inexacto que juzgar de primera intención lo que vieron esos entrometidos que suelen hacer mala justicia, los ojos.

Los latidos de un pueblo, su palpitar, en ocasiones insólito, se hallan signados por esos detalles que desconocemos.

Una ciudad es una complejidad de elementos  e intenciones y atenciones que intentan armonizar y rozan y se separan, entre otras predisposiciones. Sólo no se ve lo extraordinario. Lo ordinario se halla a la vista de todos.

Caminas por la calle Del Sol y ves a un joven de gruesa estampa, vestido con la pura figura informal del barrio.

Lo notas alegre y como despreocupado, el nombre no importa tanto, por ahora.

Pero ese joven pueblerino, de apariencia irrelevante, está preparado para comunicarse con cualquiera de los extranjeros que cruzan furtivos por esa vía, en su idioma.

Es un facilitador no oficial del movimiento turístico que va a Santiago y logra sobrevivir a los constantes e innecesarios bocinazos  del concho urbano que llaman, no menos innecesariamente, a los pasajeros a montarse en sus vehículos, como si ellos necesitaran esa señal sónica irritante.

(Si una persona va a abordar un carro como si no lo va a hacer no requiere que le peguen a sus oídos y le sacudan el sistema nervioso).

Más adelante, unos pasos más adelante, otro hombre que limpia los vidrios de los carros y los cuida en lo que el turista u otra persona se aparcan y realizan una diligencia, es un segundo políglota:

Se puede comunicar en inglés, francés, italiano y alemán con cualquier ciudadano extranjero.

La facha de estos dos hombres no representa para nada el modelo convencional del traductor o de quien domina idiomas.

El mundo los ha lanzado a la tarea de atender, por unas monedas, desde la pobreza tercemundista, a gente desconocida.

La existencia de personas que tienen una enorme facilidad para aprender idiomas es todo un fenómeno.

Se han conocido varios casos y tratado a esos personajes de cerca como toda una curiosidad nacida en la grande y vasta diversidad de la mente humana.

Unos tienen la suerte y los padrinazgos para recorrer mundo.

Otros se tienen que resignar, por numerosas razones que no vienen al caso, a la esquina y a la obtención de la “picada” informal.

Pero los méritos de estos auxiliares del turismo que no han sido reconocidos y que forman parte de un ejército invisible de gente que hace cosas extraordinarias no pueden ser ignorados.

Los interrogas y descubres que si acaso anduvieron mundo o aprendieron sobre la marcha.

Asombra la facilidad comunicativa que tienen con personas de otras naciones, casi sin acento, fluida, y además sin presunción ni aspavientos.

La discreción en sus oficios opera casi como ley y resultan honrados hasta el grado, otra cualidad no ignorada, de merecerles confianza a los visitantes extranjeros.

El conocimiento de otros idiomas no es fácil ni universal ni muy extendido sobre todo en una isla como la que nos habita y habitamos.

Hay de todo, desde excentricidades inéditas hasta gente que ha aprendido fuera de lo común, sin apenas notarse para nada.

Y siguen lavando sus virios  con un trapo y aparcando o ayudando, anónimos, a aparcar autos en una calle cualquiera de un pueblo.

 

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