SOCHI. Tras proclamar la victoria en la guerra en Siria, Rusia quiere ahora ganar la paz, para lo que deberá convencer no sólo al régimen de Bachar al Asad y a la oposición, sino también a turcos, iraníes, saudíes y estadounidenses, un trabalenguas difícil de descifrar.
“La guerra es más fácil de ganar que la paz. Ahora ya no hablarán los cañones, sino los diplomáticos y el resultado no será rápido”, comentó a Efe Leonid Ivashov, antiguo general soviético y jefe de la Academia de Asuntos Geopolíticos de Rusia, antes del comienzo ayer en Sochi del Congreso del Diálogo Nacional Sirio.
Más de un mes después de que el presidente ruso, Vladímir Putin, visitara por vez primera el país árabe para clamar victoria sobre los yihadistas, los focos de resistencia escasean, pero el consenso sobre el arreglo político en Siria brilla por su ausencia.
En parte por culpa de la inacción de la anterior Administración estadounidense y en gran medida por la dejación de funciones del actual presidente, Donald Trump, Putin se ha convertido en el árbitro en Oriente Medio.
Por ello, el Kremlin se animó a convocar en Sochi (mar Negro) este foro, una especie de cuña en el proceso de paz paralelo al foro de Astaná para relanzar las negociaciones de Ginebra, encalladas desde hace meses.
Rusia parece haber conseguido que el asunto de la renuncia de Asad pase a un segundo plano y que las negociaciones se centren en la nueva Constitución y en la convocatoria de elecciones, pero la oposición siria desconfía de las intenciones de Putin, principal aliado del régimen.
Además, los obstáculos son enormes, como se demuestra en la actual ofensiva turca contra las milicias kurdas en el enclave noroccidental sirio de Afrín.
Rusia se ha cuidado mucho en condenarla, a lo máximo que ha llegado es a calificarla de “peligroso desafío”, y los kurdos se sienten traicionados por el Kremlin.
Estados Unidos también ha contribuido a la actual confusión, ya que alentó el separatismo kurdo con armas y apoyo político, según el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov.
A su vez, Washington no tiene intención de retirar sus tropas de territorio sirio y sin ello será imposible garantizar la integridad territorial de Siria.
“La clave del arreglo político es garantizar la soberanía siria, pero los (norte)americanos se niegan a marcharse. Habrá que acudir al Consejo de Seguridad para liberar territorio sirio de los invitados indeseados”, aseguró Ivashov.
Lo que tampoco está claro es que, una vez concluya la guerra, Irán acepte retirar sus fuerzas, que han defendido desde un principio al régimen de Asad, algo que demandan insistentemente EE.UU. y, especialmente, Israel.
El que parece haber suavizado su postura es Arabia Saudí, especialmente tras la primera visita de un monarca saudí a Rusia el pasado octubre, tras lo que la oposición apoyada por Riad se mostró más proclive al diálogo, aunque siga exigiendo la renuncia de Asad.
El director del Instituto de Oriente Medio, Yevgueni Satanovski, considera que el hecho de reunir en la misma mesa a 1.600 invitados patrocinados por Riad, Teherán, Ankara y Washington convierte el congreso de Sochi en “un foro único”.
Satanovski considera que Rusia ha hecho un gran trabajo de campo al garantizar que las tribus locales que controlan gran parte del territorio sirio abandonado por las fuerzas gubernamentales depusieran las armas y aceptaran sentarse en la mesa de negociaciones.
“En Sochi no hablarán los diplomáticos extranjeros, sino los sirios. La Constitución no la redactarán profesores de una universidad estadounidense, sino los habitantes del país árabe”, destacó.
Pero la clave estará en la actitud de Damasco, que en la última ronda de Ginebra y en las negociaciones de la pasada semana en Ginebra demostró que tras la aparente victoria sobre los yihadistas siente que tiene de nuevo la sartén por el mango y no está dispuesto a hacer concesiones.
En cuanto al riesgo que corre el Kremlin en caso de que el arreglo del conflicto en Siria se enquiste, como ocurriera con EE.UU. en Irak o con la URSS en Afganistán, Satanovski opina que el único peligro para Putin es volver a fiarse de “las buenas intenciones” de Occidente.
“Hay que extraer lecciones de lo ocurrido en los últimos 25 años. Cuando menos creamos en las buenas intenciones de Occidente, mejor nos irá”, insiste.
En opinión de Ivashov, en Sochi no sólo se decide la paz en Siria, sino el arreglo en Oriente Medio en su conjunto y el restablecimiento del Islam como civilización.
“Rusia media entre la Turquía suní y la Irán chií. Las negociaciones deben conducir a la reconciliación entre suníes y chiíes en Siria y en toda la región”, afirma.
En lo que se refiere a la reconstrucción de un país devastado por siete años de guerra, Rusia no podrá hacer frente en solitario a la cuenta, que se estima en varios cientos de billones de dólares, por lo que necesitará llegar a un acuerdo de mínimos con Occidente.
Ignacio Ortega