Esta reserva, creada en 1975 como solución de emergencia para futuras crisis energéticas, ha ido creciendo progresivamente hasta convertirse en la mayor del mundo, con cerca de 700 millones de barriles de crudo almacenados en varios lugares de Texas y Luisiana.
A la par, el reciente aumento de la producción doméstica gracias al «fracking» o fracturación hidráulica, que ha permitido acceder a crudos no convencionales, ha hecho que se comience a vislumbrar lo impensable hace apenas unos años: el fin de la crónica dependencia energética de la primera economía mundial.
Como consecuencia, EE.UU. pasó de importar en 2006 casi 14 millones de barriles al día, a apenas 9 millones actualmente.
Ahora mismo, subrayan los expertos, solo los campos de Dakota del Norte producen cerca de un millón de barriles de crudo al día, y la sitúan a la altura de estados petroleros como Argelia o Catar.
Este cambio de tendencia tiene grandes consecuencias económicas y geopolíticas, y ofrece a EE.UU. más flexibilidad en el diseño de su política de abastecimiento energético.
El embargo petrolero de 1973 y 1974 se produjo como respuesta al apoyo de EE.UU.4 y sus aliados europeos a Israel en su guerra del Yom Kippur contra Siria y Egipto, y provocó que se disparase la inflación ante una escasez de combustible en EEUU que aún se recuerda vivamente en el país.
En su primera propuesta presupuestaria, presentada esta semana, Trump apuntó directamente a la Reserva Estratégica y planteó una reducción progresiva hasta dejarla en apenas 270 millones de barriles, con el consiguiente auge en los ingresos federales.
«Creemos que es lo responsable (…) El riesgo se reduce dramáticamente cuando hemos incrementado la producción como lo hemos hecho», dijo Mick Mulvaney, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto de la Casa Blanca, al presentar el documento esta semana.
Las ventas comenzarían este año, por valor de 500 millones de dólares, hasta alcanzar un total de 16.600 millones en 2026.
Los expertos se muestran divididos, no obstante, acerca de la viabilidad y utilidad de la propuesta.
«Creo que es una evidencia más de que EEUU se encuentra bastante confiado de su situación de suministro», indicó Sarah Ladislaw, ex funcionaria del Departamento de Energía e investigadora del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington.
Por su parte, Edward Chow, ex ejecutivo de Chevron y analista del mismo centro, reconoció a Efe que «puede haber cierta razón en una reducción de la reserva a luz de las menores importaciones».
«Sin embargo», agregó Chow, «el gobierno no ha ofrecido una justificación del porqué debe ser la mitad, y rellenar un agujero fiscal no es un buen argumento para rebajar un póliza de seguro sobre el abastecimiento de petróleo del país».
La propuesta presupuestaria de Trump es más una declaración de intenciones políticas que un documento económico, ya que debe ser aprobada por el Congreso, pero apunta a un nuevo enfoque en uno de los tradicionalmente sagrados componentes de la política energética.
Durante las presidencias de Bill Clinton (1993-2001) y George W. Bush (2001-2009) ya se recurrió, brevemente, a esta reserva pero de manera puntual; y el propio expresidente Barack Obama (2009-2017) sugirió su paulatina reducción, aunque con la puesta en el mercado de un porcentaje mucho menor, menos del 8 % del total.
Por último, los expertos afirman que la venta de parte de la SPR supondría un toque de atención a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en un momento en el que el cartel ha acordado reducir la producción para elevar los precios.
«Aunque los volúmenes planeados son pequeños en 2017, los miembros de la OPEP obviamente no agradecerán políticas del Gobierno de EEUU que planean añadir crudo al mercado mientras la OPEC trata de hacer lo opuesto», señaló un reciente nota de los analistas de Barclays a sus clientes.
Con su «boom» petrolero, argumentan, EEUU va camino de completar la transición desde el bando de la demanda al de la oferta.