Donald Trump (AP Photo/Andrew Harnik)
Washington.- El presidente de EE.UU., Donald Trump, ha recibido fuertes críticas por su respuesta al tiroteo de hace una semana en Texas, que se suman a las que suscitó tras otras crisis como el atentado de Nueva York o la violencia en Charlottesville.
Trump conoció en Japón la noticia del tiroteo del pasado domingo en Sutherland Springs, Texas, en el que un joven blanco mató a 26 personas e hirió a 20 en una iglesia.
Era la tercera vez en poco más de un mes que el presidente tenía que consolar a la nación en medio de una tragedia, pocos días después del atentado yihadista de Nueva York, con 8 muertos y once heridos; y tras el peor tiroteo en la historia del país, con 58 muertos y más de 500 heridos en Las Vegas.
Como ocurrió tras esa masacre, Trump no mencionó la palabra «arma» en ninguno de sus mensajes, pese a que la oposición demócrata, numerosas organizaciones y víctimas volvieron a clamar por un mayor control del acceso a las armas de fuego, especialmente las automáticas y semiautomáticas, capaces de causar un enorme daño.
Repitió el clásico mensaje republicano tras cada tiroteo, «pensamientos y oraciones» con las víctimas y llamada a la unidad nacional, a la vez que agradeció el trabajo de los equipos de emergencias.
Pero ya en rueda de prensa, preguntado por si un mejor control de acceso a las armas habría evitado el tiroteo, Trump no solo negó la mayor sino que defendió la tenencia de armas de fuego por civiles como algo positivo.
«Tenemos muchos problemas de salud mental en nuestro país, como tienen otros países. Pero esto no es una situación de armas. Quiero decir, podríamos meternos en eso, pero es un poco demasiado pronto para hacerlo», afirmó.
«Pero, afortunadamente, alguien más tenía un arma que estaba disparando en la dirección opuesta, de otro modo habría sido mucho peor», agregó en referencia al vecino que disparó al atacante a su salida de la iglesia.
Los reparos de Trump a hablar de armas «demasiado pronto» chocan con la inmediatez con la que sentenció que el tirador de Texas y el de Las Vegas eran «enfermos mentales» o la rapidez con la que culpó a un programa migratorio del atentado yihadista de Nueva York.
Mientras que el presidente no ofreció ninguna propuesta para evitar un nuevo tiroteo masivo, sí se apresuró a pedir eliminar la lotería de visas de la que se había beneficiado el atacante de Nueva York, para el que incluso llegó a pedir pena de muerte en un tuit.
Desde las vacaciones del pasado verano, estas tragedias, la violencia neonazi en Charlottesville (Virginia) y los devastadores huracanes en El Caribe, Florida y Texas han puesto a prueba la capacidad de Trump para ejercer de «consolador en jefe» de la nación, un papel en el que su predecesor, Barack Obama, fue alabado por su empatía y sensibilidad.
Durante su visita a Puerto Rico en octubre, que para muchos llegó tarde, Trump afirmó que el paso devastador de dos huracanes por la isla no era «una catástrofe real» como la causada por Katrina y se atrevió a comparar el número de muertos de ambos desastres naturales.
Poco después, levantó una nueva ola de indignación al lanzar rollos de papel de cocina a un grupo de ciudadanos en una visita a una iglesia y decirles que linternas ya no necesitarían por el «gran trabajo» de su Gobierno, cuando aún hoy buena parte de la isla está sin luz.
También en Puerto Rico que criticara a la alcaldesa de San Juan, quien luchó mano a mano con los vecinos en las calles inundadas para ayudar a los afectados por el huracán.
Pero ninguna de sus respuestas a crisis fue tan rechazada como la que hizo tras la violencia en Charlottesville, cuando un manifestante neonazi arrolló con su vehículo una contramarcha antirracista, matando a una joven e hiriendo a 19 personas.
El país esperaba una condena inequívoca de su presidente a los grupos supremacistas, pero lo que dijo Trump es que había «violencia y odio» en «muchos lados», un mensaje que reafirmó tres días después a pesar de las fortísimas críticas.