En las sociedades donde se producen profundas crisis de valores cualquier cosa puede ocurrir, porque como dice la canción da lo mismo ser un burro que un intelectual.
Son muchos los casos de personas que llegan a la cima del poder sin reunir las condiciones para ello y que de cualquier manera que se vea representan un gran peligro para el desarrollo que reclama la nación.
Un caso muy notable de este fenómeno fue el triunfo de la candidatura presidencial de Hipólito Mejía, de quien todo el mundo sabe que no tiene la menor idea de lo que es el Estado.
Igual podría decirse de Luis Abinader, quien proyecta una sanidad que todavía falta ponerla a prueba, porque muy bien podría tratarse de una pose, pero que también ha dejado la idea de que no sabe muy bien lo que es el Estado.
Y ciertamente no proyecta una buena formación y tener las herramientas que necesita el país para salir de los niveles de atraso que le afectan.
Así se podría hacer un recorrido de una serie de figuras que no tienen la formación cultural para concebir un plan estratégico de desarrollo nacional.
En ese contexto entra la candidatura de Abel Martínez, quien proyecta la idea de ser un inquieto muchacho de un pueblo cualquiera del país, pero no una figura presidenciable con las condiciones para producir una verdadera transformación nacional.
Incluso, igual debe decirse de Leonel Fernández, aunque sus principales limitaciones consisten en que está muy comprometido con lo peor que tiene el país, lo cual representa una gran preocupación y obstáculo nacional ante un eventual triunfo electoral suyo.
Además, es un hombre de muchas poses, tantas que hay una que se puede observar a leguas cuando saluda a alguien y es que cualquiera cree que él está afectado de tétano, lo que en cierto modo define su personalidad poco transparente.
Sin embargo, de todos los aspirantes presidenciales para el 2024 el que luce más amenazado, incluso, por su propio partido, es Abel Martínez, dado que su figura no hay forma de que encaje en la que debe ser la de un candidato a la primera magistratura del Estado.
Y eso que en este editorial no se ha tocado el aspecto ético moral de estos aspirantes, los cuales si se someten al escrutinio correspondiente no tienen nada que exhibir en esa materia a la sociedad dominicana, sino acabar con la credibilidad que necesita cualquier nación para echar hacia delante su economía y una cultura nacional de transparencia y de amor a lo suyo.