Opinión
Un discurso y dos panfletos
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Por Andrés L. Mateo
¿Puede alguien que es Presidente de la República creer que habla y actúa por azar, cuando sus mentiras prefiguran nuestro destino?
EL DISCURSO
PRIMER PANFLETO
Vivimos en un país subjuntivo. El país que describen los políticos dominicanos cuando hablan desde el poder no existe, es un subjuntivo destinado a aplacar la decepción de la historia. Más de ciento cincuenta años de autoritarismo es flagrantemente una violencia empotrada en la personalidad nacional. La gente dice y repite que de alguna manera todos llevamos un “trujillito” por dentro, y si las palabras deben ser usadas para comprender y explicar, no para controlar y oprimir, ese “trujillito” por dentro es una advertencia respecto de una historia de azarosas complacencias opresivas. ¿Es posible que, después de treinta y un años de dictadura, vivamos de nuevo la atmósfera de la opresión y el desasosiego del poder absoluto? ¿Cómo imaginar una justicia que disfraza “jueces” poniéndoles togas y birretes a militantes del PLD, y dotándolos de un rostro marmóreo, inmune a la repulsa social? ¿No es el juego formal de la democracia en el discurso lo que vivimos, mientras los miembros del partido oficial hacen lo que les da la gana con los dineros públicos, y nada pasa, y un manto de impunidad los cubre? Ni el progresismo evolucionista, ni el racionalismo democrático han normado la vida de relación del dominicano. Ese “trujillito” que llevamos por dentro salta de donde menos lo esperamos. Y ahí está, impertérrito, recién estrenado.
SEGUNDO PANFLETO
No me quiero apabullar a mí mismo con la metafísica de la certeza, pero aquí como que no ocurre nada. Nuestro modelo continuista no registra las etapas por las cuales pasan los pueblos a través del tiempo. La historia no es una novela, pero aquí como que regresan los mismos pendejos a “salvarnos”. No hay historia en éste país, sino arqueología. Y es por eso que escribo estos panfletos que comienzan con Danilo Medina hablando desde el palacio, desplegando su incompetencia tras los discursos rituales. Este es un país subjuntivo, sólo existe en el futuro, se proyecta como posibilidad, casi antítesis del amargo de retama del presente. Y mientras tanto, quienes nos gobiernan nos roban el presente, se lo roban todo. Esa es la disyuntiva subversiva, porque hasta podríamos haber aceptado nuestro destino de vivir en ése país subjuntivo que una boca mentirosa nos pinta; pero, ¿y qué hago con el presente?