La República Dominicana llega a la etapa final de la presente campaña electoral para escoger las nuevas autoridades nacionales en medio de un gran vacío, con una notable profundización de la pobreza y de la especulación, sobre todo con los precios de los artículos de la dieta diaria.
La pregunta que se impone en el actual proceso electoral es dónde está la clave para sacar al pueblo dominicano de un Estado deficiente, en el que se impone la corrupción y la impunidad.
No hay una respuesta contundente a esta pregunta, porque el Partido de la Liberación Dominicana ha logrado inculcar a la gente que lo mal hecho no es pecaminoso y que esta conducta es el mejor mecanismo para la promoción social y económica.
El pueblo dominicano, carente de servicios públicos eficientes como el de la salud y la educación, es esclavo de su propia ignorancia y en consecuencia los proyectos que aparentemente buscan sacar el pueblo de la miseria no dejan de ser propuestas fundamentadas en una concepción paternalista y profundamente anti-democrática.
El otro extremo está constituido por partidos clientelistas y anti-éticos que sólo ofrecen la garantía de la continuación de lo peor.
Pero es que no hay hacia dónde mirar, porque o unos son muy corruptos o los otros son pequeños caudillos con ropa de progresistas, expresiones fiel de una herencia histórico-cultural patriarcal y machista.
Es un panorama que no ofrece ninguna garantía de cambios en el orden democrático, en razón de que la impresión que prevalece en el país es de que prácticamente todos representan propuestas unipersonales, aunque muchos por ego y otros porque sólo sueñan con tener el control del Estado para acumular fortunas y vivir una vida de lujo.
Tanto la izquierda como la derecha están muy desacreditadas, porque han exhibido una conducta de complicidad y confabulación con lo mal hecho, cuyo escenario se caracteriza por la irresponsabilidad, la falta de disciplina y de seriedad.
Lo cierto es que en la República Dominicana muchos buscan casarse con la gloria, pero su vocación anti-democrática se constituye en un gran obstáculo para el logro de su propósito.
Es un país donde sólo está mal aquello que no nos beneficia de manera directa, es decir somos críticos del Barrilito, pero defendemos los privilegios creados por la Junta Central Electoral con unas pensiones bochornosas.
Defendemos la designación de un familiar en un cargo diplomático y destacamos su preparación a pesar de que sabemos que ese no es el referente para nombrar a nadie en la administración pública o en el servicio exterior.
Es una doble moral que en el fondo es una defensa de la conducta de los supuestos enemigos políticos, pero que hay que enfrentarlos para simular lo contrario.
¿Podría ser ese un verdadero cambio en la República Dominicana?
Dé usted la respuesta, amigo lector.