De portada
Triunfo electoral que por sí mismo no borra imagen que presidencialismo pesa más que institucionalidad.
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Desde el triunfo electoral de Donald Trump, hace casi cuatro años atrás, la sociedad norteamericana, la cual vista desde la sociología política no se trata de cualquier nación, sino del principal imperio del mundo, que además se ha autoproclamado como la fiscalizadora de las democracias de los demás países, entró en un declive de los principios y base de sustentación de su poderío económico y de su supuesta alta conciencia social.
El saliente mandatario estadounidense tiene una respuesta para todo, incluidas cuestiones sin ningún valor desde la perspectiva que debe primar en un jefe de Estado de una nación que representa la fase de mayor desarrollo del capitalismo mundial.
Pero lo peor de todo es que el fenómeno Trump puso a muchos teóricos de la razón del alto desarrollo de los Estados Unidos a preguntarse si realmente la institucionalidad pesa más que el presidencialismo en una sociedad donde las fuerzas productivas habían tenido un desarrollo tan importante que parió una conciencia social que genera un Estado netamente capitalista sin ninguna influencia del feudalismo.
Este fenómeno trajo consigo el surgimiento de un desarrollo que convierte a los Estados Unidos en el principal imperio del universo y a partir de esa realidad no se puede entender como un presidente puede burlarse de su fortaleza institucional mediante la comisión de todo tipo de violaciones que ponen en peligro el llamado status queo, lo cual debió producir una reacción de rechazo de la clase social que se beneficia del mismo.
Por ejemplo, una de esas reglas es que nadie puede estar por encima de la ley, no importa su poder económico, lo segundo es que el que quiera hacer fortuna debe hacerla sobre la base del libre juego de la oferta y la demanda, sin tocar los fondos públicos para no sufrir consecuencias muy severas en su contra, lo que en otra palabra quiere decir que no se sustraigan los fondos del patrimonio nacional porque el responsable podría pasarse la mayor parte de tu vida tras las rejas.
Otro detalle importante de la sociedad norteamericana es que se debe invertir una buena parte de su producto interno bruto en la satisfacción de necesidades sociales para evitar la ocurrencia de violencia que pongan en peligro la existencia del Estado, que incluso se llevaría de paro su institucionalidad de la que dependen los sistemas de salud y de justicia, por sólo citar dos de los más importantes de cualquier nación.
Pero además la sociedad norteamericana en su búsqueda de ser un ejemplo frente a los demás países del mundo, cuya mayoría está bajo su influencia económica y política, creó una serie de pruritos que impedían, por ejemplo, que fuera fácil llegar a la cima del poder sin que el aspirante fuera sometido al escrutinio de su conducta moral que podía quitarle autoridad a los Estados Unidos para trazar pautas en otros territorios fuera del suyo, porque incluso la nación más poderosa del mundo tiene la auto facultad de calificar en el orden ético a gobiernos de otras naciones.
Esta realidad crea una gran diferencia con lo que ocurre en las naciones de capitalismo tardío, del llamado tercer mundo, donde predomina una clase entre sí, que significa que no hay la más mínima conciencia social y que en consecuencia la actuación de los empresarios y la clase política frente al Estado y a la sociedad dista mucho de lo que ocurre en la tierra de la superpotencia, lo cual es la causa principal de la deficiente democracia que impera en estos países, pero también de la corrupción predominante allí.
Vistos estos fenómenos no hay una explicación lógica de que Donald Trump haya hecho pedazos estas cuestiones en que se fundamenta la sociedad norteamericana, porque además ese comportamiento erosiona peligrosamente la imagen de la primera superpotencia del mundo, sobre todo porque desarticulaba el origen de su fortaleza institucional.
Hasta antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca era prácticamente difícil, por no decir imposible, que un candidato llegara a la presidencia de la República luego de ser sometido al escrutinio de los medios de comunicación y de todas las instancias públicas de los Estados Unidos y si al final se le encontraba alguna causa que pusiera en peligro el vendido puritanismo de la nación del norte ahí mismo cualquier aspirante quedaba a mitad de camino.
Sin embargo, el caso Trump ha significado una verdadera tragedia para los norteamericanos porque ha lesionado profundamente lo que les sirve de orgullo, como son sus niveles de institucionalidad y su muy bien vendida imagen de sociedad impenetrable y que está por encima del mal, pero que es exponente del bien universal.
Donald Trump ha saltado todos los obstáculos que pone la sociedad norteamericana para llegar donde ha llegado y a partir de ahí la psicología de la gente comenzó a ver a este presidente por encima de las enseñanzas de la política y la sociología e incluso del derecho, porque en este proceso están involucradas todas estas particularidades.
El solo hecho de pensar que una persona no cumplía con los mandatos del Tío Sam daba miedo, porque ello implicaba estar muy cerca de una condena de largos años en la cárcel por la acusación de conspiración que traía consigo la misma e igual situación se presentaba para el que era acusado de violación o fraude en contra de la sociedad y de particulares, lo cual todo ha sido manipulado por Donald Trump hasta el punto de borrar los referentes institucionales de la mayor potencia del mundo.
Pero peor aún, porque Donal Trump también ha logrado lesionar gravemente la llamada democracia representativa, la cual es la que prevalece en naciones altamente desarrolladas, como la norteamericana y la Europea, porque ha cuestionado sin evidencias de tal manera el sistema electoral de su país que todo el mundo ya tiene dudas de si el mismo sirve para algo.
Ahora, luego del fracaso electoral del presidente que estaba por encima del bien y del mal y que llevó a la nación norteamericana a lo que más bien se parece, sino a una dictadura, a una neo dictadura, con su voluntad y vocación delincuencial que se puso por encima de la historia y de sus altos niveles de institucionalidad.
Al ser así las cosas, qué habría que determinar en la sociedad norteamericana, si la misma es parte de una concepción de la sociología política que no parte de una tesis verdadera en lo que respecta al desarrollo de las fuerzas productivas y de la conciencia social, o sencillamente que se deben revisar los privilegios y la inmunidad de que goza el que ocupa la silla presidencial, que tiene la posibilidad de burlarse de toda la sociedad y destruir todo lo que parece ser el fundamento del comportamiento de las clases sociales cuando existe un alto nivel de control social, de fiscalización y de regulación para resguardar los intereses de los que se benefician de la misma.
La pregunta está planteada y sólo falta que la respuesta no sea sólo con palabras, sino con una conducta que restablezca todo lo dañado o destruido por un presidente, o que no tiene la más mínima conciencia de lo que hace o sencillamente se trata de un desquiciado que merece ser tratado como un caso clínico, cuya sanidad dependerá de una buena receta médica o del castigo que reciba por sus actos al margen de la ley, la moral y la ética de la sociedad norteamericana.