Opinión
Una idea de la mujer, mi madre y yo
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Por Andrés L. Mateo
Murió a los cincuenta y dos años, y yo soy ahora más viejo que mi mamá, y si regresara a la vida podría sentármela en las piernas y darle consejos. La veo a través de la distancia que impone la muerte, ante su fragilidad aparente; no puedo dejar de interrogarme ¿de dónde podía sacar el mandato de vivir? ¿Cómo ese ser tan débil atravesaba nuestro valle de lágrimas y aún sonreía? Es por eso que siempre he dudado de ese lugar común que llama “sexo débil” al femenino, porque para mí la condición de mujer, desde el punto de vista social, es más comprometida y fuerte que la del hombre.
Una crítica norteamericana amiga decía que en mis novelas las mujeres tenían siempre un aire heroico, pero esa heroicidad, que ciertamente aparece, está anclada en la vida cotidiana. La heroicidad femenina es forzosamente verdadera, no hay que inventar nada, no hay enredarla en actos bélicos o en campañas políticas, está tejida minuto a minuto en el transcurrir del día, y sólo leyendo la práctica que dimana del papel de la mujer en la vida social se puede comprobar. Y hay más: una mujer encarna ese papel co-existiendo entre el mundo maravilloso y el mundo real, y siendo, además, múltiple. Y sí, también sublime el mundo de la mujer. Heroico y mágico. Y no porque uno se vaya a chamuscar en los velos transparentes en que está envuelta, sino porque más arduo que ese fulgor no hay otra llama. La maternidad es mágica, mágico es el sentido de la existencia que convierte a un ser aparentemente débil en un manto de protección, y es mágico, finalmente, esos breves momentos de eternidad en los cuales la idea del amor funda en la mujer su propia estatua.
Soy ya casi viejo, tengo derecho al inventario. Mi madre es una idea de la mujer, se empina sobre el olvido, falsea y pervierte el presente que me martiriza, y hace trizas el breve y trágico espacio de la amargura. Hacia esos ojos, que siguen siendo para mí los más hermosos, es donde me dirijo cuando me pierdo en la maraña del existir. Soy casi viejo, ¡Oh, Dios! Mis lectores comprenderán…
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY