La Ley de Extinción de Dominio que acaba de aprobarse en el Senado de la República está en su última fase, que es la promulgación por parte del presidente Luis Abinader.
Sin embargo, los propios debates para llegar a su aprobación y las manipulaciones de los propios legisladores deja la cuestionante de si esta nueva norma será letras muertas por los intereses que se mueven en el Congreso Nacional, el Poder Ejecutivo y en el sistema de justicia nacional.
Sin embargo, esta nueva ley no deja de ser un capítulo importante en un país donde el batallar por fortalecer la institucionalidad no ha sido fácil, porque lamentablemente la República Dominicana vive más de la percepción que de la realidad.
Hablar de la ley de extinción de dominio es crear muchas expectativas en amplios sectores de la vida nacional, pero al propio la misma podría constituir otra frustración más de las tantas que históricamente ha vivido la nación, ya que ésta es fruto de los mismos que han matado la credibilidad de la democracia y que han arruinado las pocas esperanzas de arribar a un Estado con mayores niveles de fiscalización, regulación, eficiencia e institucionalidad.
Las conspiraciones en contra de la ley de extinción ya comienzan a tejerse desde los espacios desde donde se supone que debe surtir sus efectos, ya que los intereses no se suicidan, porque lamentablemente en el país no hay un mecanismo funcional para que los jueces no se salgan con la suya.
La cuestión es que no se le puede pedir a un enfermo desde la cabeza hasta los pies que corra y trabajo como aquel que está sano y el Estado dominicano es como el paciente que padece un cáncer general porque ha hecho metástasis que prácticamente convierte en imposible que un órgano le funcione bien y otro mal.
Esta metáfora es aplicable al Estado dominicano, donde la corrupción no es exclusiva del sector público, sino también del privado y de todos los estamentos de la sociedad, ya que se trata de un fenómeno de carácter cultural que no es tan fácil de erradicar.
Sin bien es cierto que la oposición y la manipulación de la nueva norma provino de los legisladores que tienen compromiso con la corrupción y el bajo mundo, ahora les toca a los jueces que conforman el sistema de justicia nacional, quienes son el resultado de los mismos que no creen en las cosas bien hechas.
Parecería una exageración hablar en términos generales, pero es que en la sociedad dominicana es muy poco lo que se puede sacar del lodazal en que nos encontramos, ya que se ve diariamente que los jueces, tantos penales como civiles, exhiben una conducta que revela mucha improvisación, falta de formación y complicidad con aquellos casos que a todas luces no resisten una sentencia a su favor.
Los debates ahora se trasladan a otra instancia que también debe someterse al escrutinio de una sociedad que cada día va en reversa, donde incluso los propios aspirantes presidenciales debían ser reos del sistema penitenciario nacional
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