Periodismo Interpretativo

Una nueva filosofía del sentimiento

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La historia espiritual más recurrente del Homo sapiens se dirige inicialmente a un animismo que no se hallaba desconectado de los procesos más dinámicos de la Naturaleza.

El fuego le sugería a aquél humanoide precoz la presencia de un dios no menos que el agua, el discurrir de las corrientes, la lluvia, los volcanes y los terremotos.

Estos fenómenos se veían activados por una poderosa deidad y eran ellos mismos esa deidad.

Esos dioses lo mismo desconcertaban que distribuían temores íntimos o difusos.

Creaban por su poderosidad una suerte de pánico sagrado que decidía la vida de la cueva con sus limitaciones enormes y sus agitaciones apenas contenidas.

Más adelante sobrevino el corpus mitológico sin abandonar esas primeras criaturas el espanto que inauguró los primeros relámpagos de su conciencia en ciernes.

La mitificación de aquellas mentes en estado larvario todavía pero activa y en expansión produjo la multiplicación de dioses en un panteón idílico que ya casi se atestaba de manes del orden superior, ese ordenamiento cósmico incomprensible desde todas las formas demostrarlo y de observarlo.

Al hábito mitológico, que sobrevive en nuestros días en lugares como la India, le sustituyó la simbolización.

El ser humano inició una agitada elaboración de figuras simbólicas, deificadas, cuyo prestigio se extendió por milenios hasta que emergieron las religiones organizadas, aquellas que incluso barrieron con la inicial profusión de entidades de inmenso poderío y quedara reinando un solo dios creador el hoy conocido como Dios, en mayúscula, del cual se desprenden otras criaturas no menos poderosas, el hijo y el espíritu santo, es decir la Trinidad judeo cristiana.

De un pueblo conocido como los Jonios, que más  tarde la humanidad conocería como los griegos comenzó a surgir una serie de reflexiones intuitivas y diálogos y pensamientos profundos y avanzados que se encontraron con las esencias del ser sin tocarla, porque es inabordable por vía del razonamiento, y de aquella firme y decidida provocación derivó, triunfante, la filosofía moderna.

La nueva creencia religiosa posterior conocida como cristianismo se abrió camino entre aquellas luces intensas pero no llegó a derrotar sus fundamentos.

Ambas han venido a coexistir respetando sus diferentes líneas divisorias y en algunos casos alineándose a través de la especulación platónica posteriormente adoptada por los pensadores cristianos.

Ya en el universo filosófico helénico en que orbitan atomistas y panteístas u otros descubridores de las primeras fuente existencialistas de una filosofía posterior en la que, en el siglo xx, se propuso por Carlos Marx como el materialismo histórico, refrendado por Nietszche, que se atrevió a declarar la “muerte” de Dios, y Jean Paul Sartre, que se decidió definitivamente por el existencialismo, su corriente ya finisecular.

La idea de este ensayo no es ofrecer una exposición exhaustiva del recorrido histórico de la filosofía como plantear en esa extensa galaxia discursiva ya milenaria un intento de sistema de pensamiento que tome muy en cuenta la cuestión del sentimiento.

 ¿Cómo no insertarlo si como descubriera Daniel Goleman, es una mente dentro de la mente?

 En verdad, ninguna de las cosmovisiones filosóficas conocidas o apenas atisbadas contiene entre sus reflexiones más recurrentes  ni siquiera la mención de sesgo del problema profundo al que llamamos con la voz de “sentimiento”.

Ni siquiera los filósofos mejor entrenados en la idea de la compasión que deriva de su conciencia religiosa como San Agustín de Hipona, hace un lugar siquiera modesto al no menos notorio que altamente poderoso sentimiento.

Extraño pero completamente cierto (y perdonable a la vez) pues este sentimiento entra en los esquemas de una ciencia harto reciente como es la psicología, la que apenas en los años 50 del siglo xx, con el Behaviorismo, comienza a tomar sistematización y funcionalidad corpórea.

 Es el sentimiento una de las sensaciones primeras del ser humano y el último registro racional sistematizado.

Siempre ha estado con nosotros haciéndose notar como una antigualla, como la sombra coagulada del dolor de la existencia.

Sin embargo, todo lo que ha sido este devenir histórico se ha concentrado en los procesos físicos, científicos, biológicos, en los hallazgos tangibles más nunca en ese núcleo íntimo particular y general.

 Se trata de una omisión que si fue aceptable cuando se ignoraba su extrema influencia en los actos humanos, hoy que sabemos de lo que se trata, de una fuerza estupenda, es imperdonable.

 

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