Periodismo Interpretativo

Unos cuantos países sin gobierno han demostrado que éstos no son imprescindibles

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Ese núcleo de mando, esa expresión de la paródica jerarquización humana, no es “imprescindible” aunque no lo sea por siempre, amén.

No es que no se necesite para nada el concurso de los políticos y ciertas formalidades gubernamentales talvez, sino que se puede vivir sin ellos y sacarle el cuerpo a una crisis que crea la irracionalidad humana o el exceso de ella.

Hay que recordar que el Estado, como “expresión de la voluntad” de las mayorías, no es exactamente el gobierno, una expresión política sujeta a mudanza, a cambios y a decorados más o menos permanentes.

El “principio de autoridad”, también es cierto, ha sido usado para tiranizar, para abusar del poder, para imponerse por la fuerza.

Los anarquistas europeos que tuvieron alguna vigencia a inicios del siglo xx creían incluso en la necesidad de eliminar el Estado, con lo que no estuvieron de acuerdo los clásicos de la praxis comunista como Lenin porque entendían que esa operación futurista bien podía esperar unas cuantas décadas de maduración política.

Como han demostrado Holanda, Bélgica e Irak la gente llega a arreglárselas para vivir sin gobierno.

En el caso de Irak hay una causa de fuerza mayor que huele a combustible.

En el de los Estados europeos, probablemente huela a decadencia, a cansancio y a todo lo que ya no es tan fragante como antes.

En el otro extremo de esa expresión de alta política, Haití apenas lo ha tenido, sólo que en estos países han logrado amarrar lo más posible el caos.

En Haití, la gente llega a tomarse la justicia por sus manos cuando siente que no hay un orden establecido, lo cual sucede de modo permanente.

El cólera es el último de los absurdos que se concreta en acabar de matar a quienes lo tienen y a aquellos que mediante “hechizos” inesperados lo “produjeron”.

Aquí, con unos gobernantes muy bien afincados en un orden constitucional bajo estricto control de la derecha y de esas embajadas imperiales que llegan a ser gobiernos alternos, no hay apenas razones para que la desestabilización por vía de un vacío de poder, salvo el azar, se asiente con éxito.

Asimismo la anestesia colectiva que ha llegado a convertirse en indiferencia mantiene sus efectos primarios y secundarios en el acostumbrado paciente.

Jorge Luis Bordes, apoderado de un anarquismo menos político que necesario, opinó cuando se lo preguntaron, que la gente apenas merece tener gobierno.

Como límite propuso que haya uno, de carácter municipal, casi insustancial, cada cincuenta años.

Lo decía porque él usaba la libertad del creador de fábulas entregado a su obra, porque vivía la poética del mundo y porque fue víctima del peronismo en la Argentina, un régimen presuntamente populista que fue capaz de intentar ridiculizar a una gloria de las letras universales.

No se sabe qué pasaría exactamente en un país como la República Dominicana en el que millones de almas necesitan cada día de alguna “ayuda” oficial para la sobrevivencia en medio de la superabundancia de una crasa minoría privilegiada si de pronto descubrieran que “no hay gobierno” a la vista.

Probablemente se sentirían “desasistidos” o profundamente alegres, no se sabe.

Por de pronto, nuestros políticos creen que vienen a ser algo así como la última esperanza, que han salido vivos y crecidos del corazón de alguna profecía y que no hay modelo o causa o razón que los sustituya.

Cuando cayó el tirano pero no la tiranía hubo efímeros coletazos vengativos y una recomposición social y política que de pronto sufrió arreglos urgentes de los poderes fácticos.

Las confusiones y las disfunciones vinieron a declararse posteriormente con un gobierno salido genuinamente y que por ello no fue perdonado por aquellos a los que Duarte apostrofó duramente y que prefirieron la intervención extranjera, la guerra civil y el desorden moral posterior que aquella le trajo al país a soportar la idea de tener un gobierno decente.

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