La escogencia de un nuevo papa y de procedencia latinoamericana, lo que sienta un importante precedente en la historia de la Iglesia Católica, ojalá implique un cambio en los cristianos del mundo, dándole a ésta un perfil mucho más humano.
Porque precisamente de eso se trata, de imprimir un sentido humano al mundo de hoy, en el que se pueda lograr la detención de una vez y para siempre de problemas tan graves como la pederastía y otras aberraciones, que sin dudas, le han quitado mucha credibilidad a la Iglesia Católica.
El papa Francisco, quien sustituye a Benedicto XVI, renunciante, tiene la sensibilidad de todo latinoamericano, cuyos países han sufrido las consecuencias de la opresión y la explotación de naciones altamente desarrolladas, los cuales están bañadas de una pobreza provocada que muy bien puede ser contrarrestada con una bien desenada política de solidaridad del nuevo papa en virtud de que cuenta con la autoridad y la influencia necesarias para producir grandes cambios.
Pero esos cambios deben comenzar por casa, lo que parece haberse iniciado con la escogencia del papa Francisco, procedente de los países que tienen el más alto porcentaje de católicos, como los de la denominada américa morena.
Son muchos los retos del nuevo jefe del Vaticano, pero los más importantes tienen que ver con el combate a la corrupción y darle un perfil más humano a la iglesia, donde la gente vea un sincero refugio para mitigar su dolor, su sufrimiento y donde haya una consistente política de combate de la pobreza, el narcotráfico y la delincuencia que hoy arropa las naciones más pobres como consecuencia de la exclusión social, la mala distribución de las riquezas, la carencia de la igualdad de oportunidades y del bien común.
El nuevo papa debe en lo inmediato fortalecer su código de ética y establecer sanciones más severas para los cardenales, obispos y curas en el sentido más amplio de la palabra, que no sólo cometen violaciones sexuales y una gran variedad de corrupción, sino que también se convierten en aliados de las oligarquías latinoamericanas para depredar descaradamente recursos estatales.
Es una realidad muy triste que hoy abate a las naciones de donde procede el papa Francisco, donde ya no cabe más pobreza y corrupción.
De igual modo, el nuevo papa debe empeñarse que cuando en una misa llega el momento del abrazo de la paz y de la hermandad que éste sea sincero y que proyecte un valor humano que pare para siempre un gesto meramente protocolar para que se convierta en un elemento de solidaridad y de amor verdadero.
Ahí estaría la clave para que se detenga la emigración de católicos hacia otras corrientes religiosas para que no disminuya su poder, el cual descansa en la enorme cantidad de devotos que tiene en todo el mundo.
Porque su poder está más que nada en lo cuantitativo, pero lo cualitativo ya prácticamente no existe, no hay una respuesta al problema tan grave que confronta el mundo de hoy como lo es la falta de calor humano, la pérdida de valores tan importantes como la solidaridad, la reciprocidad y la hermandad.
El nuevo papa Francisco debe implementar un plan universal para restablecer una serie de valores en las familias, los cuales han sido barridos por la avaricia, la codicia y la usura, convirtiendo la sociedad de hoy en un mundo de las individualidades, las insensibilidades y el amor profundo por las cosas materiales.
El papa Francisco tiene la oportunidad de establecer un antes y un después, cuyo precedente renovará el catolicismo y muchos de los que se han ido regresarán para no abandonar jamás esa doctrina religiosa.
La suerte está echada, papa Francisco.