Periodismo Interpretativo

Vivencias y dolores del peje que fuma

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De día en día y de salto en salto, dando brazadas  por entre los tiburones y las mantarayas del mar de la calle, suele salir herido y maltratado pero con ganas de seguir dando batallas.

Capaz de volver ileso del infierno, el  Peje que fuma es la metáfora del hombre capaz de todo para mantenerse vigente entre la hostilidad social y la indiferencia amurallada.

No es un pez de esos que andan distraídos por ahí contemplando horizontes olvidados.

Saber fumar debajo del agua es una propiedad reservada a escogidos, un milagro, una singularidad que él ha convertido en natural rutina.

La vorágine social, que cifra esperanzas inciertas y sombras derretidas determina sus arrebatos de gladiador urbano y le asigna  las coordenadas al Peje que fuma.

No necesita ser un tiguere campana ni la última fiera disecada viva entre los arrabales que salvan y los recelos de la manada.

Su condición solar es un ánfora del sagrado derecho a mantener la vida.

Ese prodigio de equilibrio que significa mantenerse flotando en un océano de oportunidades fallidas es la circunstancia misma del Peje que fuma.

Es la condición fundadora de la simulación y el llanto en la lucha diaria por la vida.

Ser peje y fumador no es trabajo para aficionados.

Cada batalla condiciona y señala, devora, te da alas.

Cuando se monta en ese Candelo pluvial hecho de tiempo y de espacio, al Peje que fuma hay que verlo y dejarlo.

Hay en nosotros algo de él y él, por asociación y por su condición humana, nos debe algo.

Es  ese espíritu un sobreviviente de esos relámpagos que devoran la distancia y caen iluminando el pantano.

Hay formas gloriosas de caer como también tristes y miserables.

Es limpio y es soldado, es duro y ama a sus amigos, es sabio y se atreve a lo imposible.

Es un ejemplar salido de entre las catacumbas del desprecio de quienes pretenden tenerlo todo.

El Peje que fuma no tiene que ser indigno de su clase, ni politiquero ni superdotado para legitimarse.

Eso se logra prevaleciendo en una atmósfera que quita el resuello.

Este peje, sin aletas, sin bronquios y sin mayores condiciones para ejercer tan alta responsabilidad debajo del agua, es el ciudadano que paga cédula, tiene carnet y hasta la palmita, si la hubiera cumple con todo lo que manda el ordenamiento.

Es  único y es cualquiera que tenga el grave compromiso de seguir siendo,  de seguir pitcheando el  duro juego de los intereses creados.

Esta especie es más común de lo que pudiéramos sentir: ajena de sí, estrujada por el oleaje inmisericorde, deviene estratega, clarividente y unánime.

De nada vale hacerle un juicio moral a sus esfuerzos cotidianos:

El es una realidad derivada de otras realidades invertebradas e intangibles pero no menos lacerantes que las heridas y las marcas que te dejan el afán diario.

 Si se lo evidencia es para mostrar cuánto de luchador y de soñador tiene un ser humano en esta realidad  insular y antillana marcada por la envidia, la desazón, el desaire, la indiferencia.

Ser el Peje que fuma es un agua que olvidó esas fronteras que crea todo lenguaje y se alza por encima de toda previsión de esas que congelan, que tedian la vida y que frenan.

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