Periodismo Interpretativo
Zoomorfia en el proceso electoral dominicano
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Una imagen que no falta en la zoomorfia del proceso electoral dominicano es la del animal fuerte y aguerrido, signo inequívoco de su estructura psíquica y cultural.
Desde los comienzos mismos de la República se asienta en el que ha sido llamado por Jung el inconsciente colectivo y en el consciente político el animal guerrero que reproduce el efecto de espejo amaestrado del caudillo peleador.
No pueden lógicamente faltar en esa galería histórica de violencia autóctona el gallo o el toro que libran terribles luchas de características sexuales y territoriales, cuidándose de simular los mentores la candidez de rigor.
Esa animalidad se dirige a las masas, no al liderazgo al que corresponde el rol de “ente moderador”.
El país dominicano no es el único que sustenta la simbólica política en animales.
En Estados Unidos, que suelen ser una referencia casi obligada de la política tradicional dominicana, aparece el águila calva, ave guerrera, poderosa y dada a la rapiña, que también tiene un lugar preponderante en las sagas romanas y griegas.
Roma fascina al poder norteamericano al que recurre con no escasa frecuencia sobre todo cuando del ejercicio aplastante del poder se trata.
Ulises Grant, uno de los fundadores, quería un pavo porque simboliza la devoción por la familia pero devino derrotado por las inclinaciones nada sentimentales de sus compatriotas y compañeros de logia, conocedores, además de las representaciones virtuales que manan de los símbolos.
Nunca ha sentado su presencia la hormiga, por ejemplo, que es paradigma de trabajo en equipo y de resuelta y preventiva decisión laboriosa.
Tampoco ha cruzado esos meridianos la abeja otro arquetipo de organización febril cuyo trabajo termina en la dulzura.
A lo mejor no se le ha ocurrido a nadie colocarlos en la dignidad del emblema político para lo que todavía hay bastante tiempo por delante
Estas nobles e inocentes criaturas han recorrido el alma política dominicana con sus espuelas y su resistencia emblemáticas.
Es paradójico que un hombre como Rafael L. Trujillo que casi siempre se resolvía por la arbitrariedad y la muerte usara como símbolo de sus afanes políticos y de su omnipresencia militarista una palma elemental y no un rinoceronte empuja como nadie, una hiena que carece de cuidados o un guaraguao que es animal depredador criollo por definición.
Era propio de su mentalidad el ocultamiento de sus intenciones últimas.
En cuanto al gallo es símbolo de la esperanza y del despertar pero asimismo de la violencia que se juega la vida por la hembra escogida.
En el toro confluyen la fuerza “ciega”y el recelo del macho.
En la antorcha que utiliza de símbolo uno de los partidos sistémicos, originalmente iluminatorio de la realidad dominicana ante la fuerza autoritaria de la dictadura, se halla idealizada la intención de la purificación por el fuego y por la iluminación.
Es la luz que ilumina, de acuerdo a ese correlato, la travesía de los infiernos y los caminos de la iniciación.