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Editorial

La Cultura de la Tolerancia con lo Mal Hecho

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El presidente del Colegio Dominicano de Abogados se ha empeñado en exigir un mejor trato para los jueces inculpados de presuntamente cometer irregularidades en el desempeño de sus delicadas funciones.

En reiteradas ocasiones el Colegio ha exigido a través de su presidente un trato más tolerante con los jueces que conforman los tribunales del país cuando son acusados de la comisión de irregularidades que empañan la imagen de la Justicia.

El Colegio ha llegado tan lejos que ha sostenido que muchos jueces son sometidos a juicios disciplinarios sumarios y que el Consejo del Poder Judicial ha caído en grandes y serios atropellos en contra de muchos magistrados.

La posición del Colegio difiere profundamente con los amplios sectores nacionales que consideran que el Consejo del Poder Judicial debe aplicar con mayor severidad las reglas impuestas por la Suprema Corte de Justicia e incluso por la propia Constitución de la República y las leyes adjetivas de la Nación.

Lo que pasa en el sistema de justicia es una vergüenza nacional y ha puesto en peligro el estado de derecho, dado que son cientos los casos, por no decir miles, en que se emiten sentencias y se toman otras medidas en los procesos judiciales que constituyen razones suficientes para generar una gran preocupación por el derrotero que toma el Poder Judicial.

No se puede hablar sólo de aquellos jueces que inexplicablemente emiten sentencias que favorecen a políticos, narcotraficantes y empresarios seriamente comprometidos con hechos que se califican como del bajo mundo, sino también del largo tiempo de espera para los fallos de asuntos no ordinarios como los referimientos, los cuales se tardan hasta más de seis meses a pesar de que la Ley 834 sobre la materia es bastante clara del carácter de urgencia y la celeridad que demanda este tipo de recurso legal.

El Poder Judicial, sin lugar a dudas, es uno de los órganos del Estado más desacreditado, porque la denegación y la mala administración de justicia promueven un salvajismo social que se caracteriza por lo que se conoce en derecho como vía de hecho o hacer justicia con sus propias manos.

Quién se atreve a negar en la República Dominicana que la deficiencia y la complicidad de la Justicia con lo mal hecho no constituyen una de las peores desgracias de la sociedad, donde se ha impuesto la expresión popular de que por la plata vale el mono.

El problema de la Justicia no sólo es de complicidad, sino también de ineptitud de una gran cantidad de jueces, que se agarran de cualquier tecnicismo legal para fallar en favor de lo mal hecho.

De manera, que el Colegio Dominicano de Abogados, cuya ley que lo crea, establece que esta institución es asesora en asuntos jurídicos del Estado, no debería convertirse en promotora de una mayor tolerancia con aquellos jueces que no sólo se merecen que sean suspendidos sin disfrute de sueldos, sino que su paga sólo sea restablecida si resultaran inocentes cuando la cosa sea irrevocablemente juzgada.

Se impone que haya cero tolerancia con aquellos jueces que hayan tomado decisiones a través de sus sentencias que generan dudas en torno su honestidad e integridad ética, a fin de devolver la confianza a la sociedad y la credibilidad  al sistema de justicia.

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Editorial

La solemnidad de una justicia con pies de barro.

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La promoción de la vía de hecho por la ineficacia de la justicia nacional, son muy pocos los quieren verla, unos por su baja formación y su pensamiento no profundo y otros porque son parte del mal.

Pero lo cierto es que el fenómeno constituye un problema de una magnitud insospechada y de una peligrosidad que amenaza las propias entrañas de la fallida democracia nacional.

El asunto no parece tener una solución fácil en razón de que tiene un componente profundamente político y cultural.

Los debilidad y la vocación de violar la ley suprema y las adjetivas de la noción puede echarlo todo a perder, sobre todo porque no se trata de un mal a nivel de una sola instancia publica, sino de todo el tejido social e institucional.

El nivel de la problemática del sistema de justicia nacional se podría convertir en una falta que también comprometa la responsabilidad civil y penal del Estado porque se trata de la violación de derechos humanos fundamentales protegidos por el derecho internacional,

Son múltiples y variadas las violaciones de los derechos fundamentales en que incurren los tribunales nacionales a través del no respeto de los plazos razonables y en consecuencia de la tutela judicial efectiva, el debido proceso y el derecho a la defensa.

Otros principios constitucionales violados por los actores del sistema de justicia son el de celeridad, economía procesal y el de analogía, así como el del juez natural y el de estatuir ante pruebas aportadas por las partes,

En realidad se trata de un asunto de una dimensión inmedible, cuya solución no parece tan simple y sencilla.

Ahora mismo puede decirse  con toda seguridad que la ineficacia y contaminación politiquera del sistema de justicia produce en la nación un efecto que lo daña todo, absolutamente todo.

Es un verdadero cáncer que impacta todo el cuerpo social de la Republica Dominicana

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Editorial

Un problema que no se ve a simple vista.

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La educación superior dominicana, que como bien se establece en el reportaje que aparece en la sección “De Portada” de este diario, implica un problema que debe motivar profundas reflexiones para que el país se avoque a pasar de la deficiencia a la calidad de la enseñanza universitaria.

Pero este es un asunto que sólo puede solucionarlo el Estado, el cual no está en capacidad de dar los pasos para que al cabo de algunos años el cuadro pueda dar un giro positivo.

La tendencia entre los dominicanos es sólo ver lo que está frente a ellos, sobre todo en materia de educación universitaria, pero no hay forma de llevar su mirada crítica a lo que requiere de un esfuerzo más profundo y exhaustivo.

El gran problema de la educación superior del país es que no sólo la situación depende de la negligencia y la deficiencia del Estado, sino que además que no se cuenta con una cultura para crear un cuerpo profesoral preparado para impartir docencia a nivel universitario, aunque, naturalmente, una cosa depende de la otra.

De manera, que los resultados no pueden ser peores, cuyos egresados, penosamente, terminan su carrera con una formación tan precaria que en la práctica son analfabetos funcionales.

Lo peligroso del fenómeno es que la sociedad está frente a médicos que puedan matar al paciente, ingeniero civil que construya una obra que puede caerle en la cabeza en cualquier momento a sus propietarios y un abogado que no puede asesorar idóneamente a su clientes y en consecuencia poner en peligro, por su poca formación, la tutela judicial efectivo, el debido proceso y el derecho a la defensa.

De manera, que el asunto no es como se puede ver a simple vista, sino que se trata de una deficiencia que aparte de hablar muy mal de toda la sociedad, amenaza la seguridad nacional, todo como resultado de un problema integral que impacta a todo el Estado.

Lo grave del problema es que no se ven soluciones fáciles en el camino, porque además la explicación de una educación superior fundamentada más en el negocio vulgar que en un plan nacional para lograr los índices de desarrollo del mundo competitivo de hoy, es parte de una cultura nacional y de un neoliberalismo salvaje que se lleva de paso todo lo bueno.

La realidad es que no es posible poner en orden las universidades nacionales, ya que en el país todo está contaminado con la politiquería, de arriba hacia abajo y lo contrario, de abajo hacia arriba.

Se impone entonces la siguiente pregunta: ¿Quién nos sacará del tremendo tollo de la educación superior nacional, aunque la respuesta más realista es que no hay una respuesta convincente y que satisfaga.

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Editorial

El Oncológico es un espejo de un problema de un gran alcance.

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No son pocos los conflictos originados en sindicatos, clubes culturales y deportivos, cooperativas de ahorros y préstamos y los propios partidos políticos, que son asaltados por grupos de personas que los usan con fines muy particulares.

Puede decirse que se trata de un cáncer que resulta complicado erradicar, con el agravante que esa mala práctica es reproducida cuando personas con la misma filosofía de vida llegan a la administración pública, lo que explica la gran cantidad de casos de sustracciñn de fondos del patrimonio público.

Realmente el país está copado por los que piensan que deben llegar a este tipo de instituciones, las cuales no tienen fines de lucro, para manipular sus recursos y creerse incluso que es algo que legítimamente les pertenece.

Un ejemplo muy elocuente al respecto son los partidos políticos, los cuales son manejados como empresas privadas y propiedad de particulares, pese a que en  realidad se trata de una figura que está legalmente regulada y que no puede ser jamás un patrimonio personal.

Pero el mismo problema es encontrado por doquier, cuyos propiciadores de este tipo de conducta sumergen a la sociedad en un gran dolor de cabeza.

El asunto ahora se puede ver con lo que ocurre en el Patronato Cibao contra el Cáncer, cuya institución juega un papel de primer orden para combatir una enfermedad tan severa y mortal como esa.

El problema del Oncológico del Cibao ha entrado ya a los tribunales competentes y sólo se espera un desenlace que tal vez no sea la panacea al problema, porque se van unos con un criterio equivocado en el manejo de este tipo de organizaciones, pero llegan otros que no difieren, absolutamente en nada, en la forma de ver el asunto.

Independiente de cual sea la decisión del tribunal que conoce el caso, debe admitirse que la sociedad dominicana está frente a una cuestión que lesiona lo más profundo de la sensibilidad humana, sobre todo porque no hay ningún tipo de arrepentimiento.

Hoy ha salido a la superficie el conflicto en el Patronato Cibao contra el Cáncer, pero la raíz del conflicto, con una explicacion profundamente cultural,  es que una gran cantidad de instituciones sin fines de lucro hoy permanecen asaltados por grupos de «vividores» que  ponen en tela de juicio las  bases de la dominicanidad.

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