Opinión
Herejías clandestinas de un general
Published
8 años agoon
Por Narciso Isa Conde
La Navidad se presta para reflexionar y recordar, y esta vez le traigo un recuerdo sobre un tema trascendente, publicado exclusiva y recientemente en mi libro SECRETOS Y VIVIENCIAS, que se desenvolvió siete años atrás un 25 de diciembre:
En el curso de la Navidad del 2010 me encontré con un oficial del ejército a quien conocí hace algunos años y me saludó con mucho afecto, señalándome que recientemente había leído con mucho interés uno de mis artículos titulado: “Caamaño, Torrijos y Velazco Alvarado: los precursores de Chávez.
“Quiero que sepas- me dijo de entrada –que en nuestras fuerzas armadas hoy existen militares dignos, patriotas y comprometidos con los mejores ideales”
“Sabemos que desde nuestras filas se han cometido crímenes, hecho fortunas y se ha servido como cancerberos fieles a políticos deshonestos y a intereses contrarios a los mejores intereses de la patria. Existen en nuestros mandos pasado y actuales personas con deudas de sangre impagables.”
Pensé de inmediato en los generales de “horca y cuchillo” de la tiranía, de los doce años, del terrorismo de Estado impuesto después de la intervención militar yanqui de 1965 y de épocas posteriores. Pensé en los jerarcas de la corrupción militar-policial.
“Pero –aclaró de inmediato– existen no pocos dispuestos a servir a la patria en el sentido más amplio y en el entendimiento más profundo. Nos atrevemos a afirmar que la gran mayoría de pueblo humilde uniformado quiere pertenecer a unas Fuerzas Armadas respetadas y queridas, garantes del bienestar de todos y del bienestar propio que una estructura salarial injusta le niega.”
Le respondí que estaba consciente de esa realidad y que por eso estaba escribiendo sobre ese tema, de manera que el descrédito histórico no arropara injustamente a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas, que por demás debían sentirse muy mal con las generalizaciones que frecuentemente se hacían al respecto.
Entonces, sin pérdida de tiempo, describió de esta manera singular la situación del momento en el seno de esa institución del Estado:
“Los hombres y mujeres de uniformes son los peor pagados y peor reconocido. Los humildes y honestos, que son la inmensa mayoría, cargan con la culpa de cancerberos y corruptos. Obligados por la disciplina y el respeto a las jerarquías observan y a veces son parte involuntaria de una maquinaria corrompida y corruptora que como un gran embudo hace correr beneficios en una dirección y descrédito en otra. Todos cargamos con el descrédito, muy pocos se quedan con los beneficios.”
“Durante mucho tiempo se no enseñó a odiar a los comunistas y luchadores por causas justas, se sembró odio en nuestras conciencias y muchos de nosotros guardamos recelo todavía. Sabemos que los activistas sociales y los izquierdistas también tuvieron odio hacia nosotros. Creemos que no puede ser así. Los hombres de uniforme son de pueblo y son la parte más humilde del pueblo. Nadie gana menos que nosotros, no es posible vivir medianamente con lo que ganamos incluso los oficiales.”
En verdad la partidocracia corrompida, despreciada por un gran número de militares honestos y sensibles, y las nefastas políticas neoliberales, han llevado el empobrecimiento de las mayorías civiles y militares a niveles insoportables; generando progresivamente un descontento muy profundo, que ya no solo se expresa a nivel del pueblo humilde sino también en importantes sectores de las Fuerzas Armadas que se sienten cada vez más marginados y alejados de condiciones de vida confortables.
Eso explica no solo que al interior de los cuerpos castrenses se esté revalorizando el significado histórico de las justas rebeldías y procesos transformadores encabezados por militares, sino que además siga aumentando la simpatía por el rol que está desempeñando el Presidente Chávez en todo el continente.
Esto lo he podido apreciar en múltiples ocasiones en que he tenido la oportunidad de encontrarme y conversar con militares –incluso con policías- de diferentes rangos.
Pero en la conversación con este oficial capté mejor, que lo que está pasando en el seno de los militares dominicanos, está mucho más cerca de un sentimiento contestatario, de una nueva conciencia y un nuevo estado de ánimo, que de una conspiración o complot sedicioso, como maliciosamente algunos han querido insinuar.
Las ideas fluyen, la realidad golpea y ya la oficialidad y las bases honestas y pensantes de las Fuerzas Armadas no son similares a las de aquellos tiempos de la posguerra de abril, cuando la “guerra fría” y el terrorismo de Estado eran usados para fanatizar y atemorizar. Ahora piensan más libremente y reflexionan con menos y presiones
Francis Caamaño, líder de la revolución y de 1965, ha sido reconocido por la sociedad como héroe nacional. Fernández Domínguez, precursor de ese proceso igual, despertando respeto y admiración incluso en los cuarteles y unidades militares. Lora Fernández, otro de los líderes del 65, caído en combate, también fue condecorado post mortem. Y Chávez reivindica a toda esa generación de militares patriotas y revolucionario de los años 60´ y 70´: Caamaño, Torrijos, Velasco, Juan José Torres…
Por eso me emocionó mucho la manera como me despidió este joven oficial:
“Hoy muchos pensamos parecido y compartimos esperanzas iguales a las que proclaman los izquierdistas. Esperamos que usted se dé cuenta de que Caamaño, Velasco Alvarado y Omar Torrijos no salieron de la nada, se formaron en cuarteles y desde ellos aprendieron y enseñaron dignidad, respeto por sus pueblos y un gran compromiso por la independencia verdadera.”
“Gracias por rescatar, como civil, estos ejemplos. Esperamos que en usted, sus compañeros y amigos se fortalezca la idea de que entre los militares existen hombres dignos, valientes y comprometidos. Que podemos ser hermanos.”
Hay razones, pues, para pensar que esta podredumbre política, que se recicla cada cuatro años, paso a paso va saturando y hastiando de tal manera a esta sociedad, que habrá de tocar fondo y reventar en algún momento. Y ojala que esto acontezca lo antes posible y de la mejor manera. Seguimos en espera.
Por Isaías Ramos
En el artículo anterior, “Cuando trabajar no alcanza”, mostramos lo esencial: en nuestro país hay trabajadores a tiempo completo que, aun cumpliendo con todo, no alcanzan el costo de la canasta básica. Hoy toca cerrar el círculo con una pregunta inevitable: si el Estado asegura que no tiene margen para indexar el ISR ni para acercar los salarios a la canasta, ¿cómo sí lo tiene para blindar exenciones y subsidios que ya rondan el medio billón de pesos al año?
La comparación es contundente: alrededor de RD$19 mil millones para cumplir la indexación —lo mínimo para que la inflación no se coma el salario por la vía del impuesto— frente a más de RD$500 mil millones en gasto tributario y subsidios no focalizados. Esa diferencia no es técnica; es moral. Es un impuesto silencioso al trabajo para sostener privilegios que casi nunca rinden cuentas.
No hablamos de milagros, sino de coherencia constitucional.
Primero derechos; después privilegios.
La indexación es justicia básica; que el salario cubra la canasta es dignidad mínima. Cuando eso no ocurre, todo lo demás se convierte en una transferencia regresiva: recursos públicos arriba y salarios de subsistencia abajo.
Lo vemos en historias como la de Marta, cajera en una tienda que abre seis días a la semana. Gana el salario mínimo del tramo superior y aun así no le alcanza para transporte, alimentos y educación básica de sus hijos. Todos conocemos una Marta. Su caso no es la excepción; es el reflejo de un modelo.
Reconocemos, sin ambigüedades, que ciertos sectores han traído inversión y empleo. Pero en un Estado Social y Democrático de Derecho, la prioridad no se discute: derechos primero, incentivos después. Si un sector recibe exenciones millonarias durante décadas, la contrapartida mínima es un salario mediano por encima de la canasta y una reducción verificable de la informalidad. Y si los beneficios se justifican por su aporte, ese aporte debe comprobarse con datos públicos.
Las preguntas son simples, y las respuestas deberían serlo también:
- ¿Cuál es su salario mediano y qué parte de la canasta cubre?
- ¿Cuál es su aporte fiscal neto, descontadas exenciones y transferencias?
- ¿Qué metas salariales y de formalización han cumplido —auditadas y con plazos—?
Si esas respuestas no existen, la falla no está en quien critica, sino en un modelo que evita mirarse al espejo.
Cuando miramos la región, el panorama se vuelve más claro y más crudo. Llevamos décadas creciendo alrededor de 5 % anual, más del doble del promedio latinoamericano. Sin embargo, datos del Banco Mundial muestran que menos de 2 % de los dominicanos ascendió de grupo de ingreso en una década, frente a un 41 % regional. Es una de las movilidades más bajas de América Latina: un motor económico de alta potencia montado sobre una carrocería social demasiado frágil.
A eso se suma un mercado laboral con alrededor de 55 % de informalidad, superando un promedio regional que ya bordea la mitad. Millones de personas trabajan sin contrato, sin protección y sin capacidad de negociación. Mientras tanto, el salario mínimo formal del sector privado no sectorizado —según el tamaño de la empresa— oscila hoy entre unos RD$16,000 en las microempresas y cerca de RD$28,000 en las grandes, y ni siquiera en su tramo superior alcanza el costo de la canasta familiar nacional, que ronda los RD$47,500, ni la canasta del quintil 1, situada en torno a RD$28,400. La mayoría de los trabajadores informales ni siquiera se acerca a esos montos.
Ahí está el nudo del modelo: un PIB que corre por delante del promedio regional, con salarios más bajos, más informalidad y menor movilidad que casi todos. Ahí es donde la retórica del “milagro” deja de coincidir con lo que millones viven cada día: jornadas largas, ingresos insuficientes y un crecimiento que no se traduce en dignidad.
Y, mientras tanto, la indexación —que solo evita que el impuesto castigue el salario— se presenta como inalcanzable. No lo es. Lo inalcanzable es pretender estabilidad congelando la protección del trabajador mientras se blindan privilegios que nadie revisa con lupa desde hace décadas. Eso no es estabilidad; es un subsidio a la precariedad.
La discusión no es “si hay dinero”, sino de dónde es justo que salga.
¿De quienes ya no pueden más, o de exenciones que llevan medio siglo sin evaluación seria?
¿De la nómina de la clase trabajadora, o de regímenes especiales convertidos en vacas sagradas?
En el Frente Cívico y Social entendemos que la guía es simple y está escrita en la Constitución. El artículo 62 establece, entre otras cosas, que es finalidad esencial del Estado fomentar el empleo digno y remunerado y, en su numeral 9, consagra el derecho a un salario justo y suficiente para vivir con dignidad. No es poesía; es mandato. Si el salario mediano de un sector no cubre la canasta, ese sector no cumple con la dignidad mínima. Y si además recibe exenciones, la obligación de rendir cuentas es aún mayor.
Y porque no hay dignidad sin desarrollo, no olvidemos lo esencial: salario digno es demanda interna, productividad futura y estabilidad social. Con sueldos de miseria no se construye un mercado interno robusto, no se fortalece el capital humano, no hay escalera de movilidad. Lo que se “ahorra” hoy en salarios bajos se paga mañana en menor crecimiento y mayor conflictividad.
En una frase: un país que se respeta no pone el privilegio por encima del salario, ni el incentivo por encima de la dignidad. Cuando la política honra esa jerarquía, la estadística deja de ser consuelo y se convierte en vida vivible.
Despierta RD.
Las escaseces de divisas, alimentos, medicamentos, salarios y servicios públicos, como la electricidad, etc., predominan y se agravan en Cuba, donde no ha estallado una poblada contra el orden socio-político instaurado principalmente por la comprensión ciudadana del inhumano bloqueo económico-financiero y comercial de Estados Unidos y su inspiración en el líder histórico de su Revolución, Fidel Alejandro Castro Ruz. Ese prodigio comprueba el poder de la ideología y la herencia de los sistemas de valores como pilares para mantener el control del Estado.Opinión
La Corte Penal Internacional y los tribunales penales internacionales (2 de 2)
Published
14 horas agoon
diciembre 5, 2025Por Rommel Santos Diaz
La naturaleza sui generis de los tribunales Ad-Hoc los constituye al mismo tiempo como jurisdicciones que tienen un carácter limitado tanto ratione temporis como ratione loci.El Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia solo tiene competencia para juzgar los crímenes cometidos a partir del 1 de enero de 1991 en el territorio de la Ex República Federal Socialista de Yugoslavia mientras que el Tribunal Penal Internacional para Ruanda tiene una competencia temporal aún más restringida dado que sólo puede juzgar los crímenes cometidos durante el año 1994 en el territorio de Ruanda.
Por su parte, la Corte Penal Internacional es un tribunal permanente que tiene una competencia ratione temporis de carácter prospectivo, vale decir, se aplica sólo a los crímenes cometidos luego del 1 de julio del 2002, fecha de la entrada en vigor de su Estatuto. Además, su competencia ratione loci se basa en el principio de territorialidad y no en el principio de jurisdicción universal.
Por otro lado, conviene destacar que la forma de creación de los tribunales penales internacionales determina a su vez el modo como estos tribunales internacionales se relacionan con las jurisdicciones internas.
Así por ejemplo, la Corte Penal Internacional se rige por el principio de complementariedad en relación a la jurisdicción interna de los Estados. Esto tiene particular relevancia en los casos de competencia concurrente con la jurisdicción nacional, dado que la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y del Tribunal Penal Internacional no es complementaria de la jurisdicción nacional, sino que en su lugar se trata de una jurisdicción internacional que tiene primacía sobre las instancias nacionales.
Lo anterior permite que en cualquier estado de un proceso ante un tribunal nacional tanto el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda puedan requerir a los tribunales nacionales la remisión del caso a sus respectivas competencias.
En relación a la existencia de mecanismos de cooperación judicial entre los tribunales penales internacionales, es pertinente subrayar que esta instituciones responden a principios distintos de aquellos que son propios del derecho penal internacional propios del derecho internacional privado y es en esta línea conservadora que ninguno de los estatutos de los tribunales internacionales contiene disposiciones específicas sobre cooperación entre ellos.
Así por ejemplo, el Estatuto de Roma regula las relaciones de cooperación y asistencia judicial sólo entre los Estados Parte y la Corte Penal Internacional y conforme al Artículo 2 de su Estatuto, se prevé en virtud del acuerdo entre la CPI y las Naciones Unidas, relaciones de cooperación con esta organización internacional.
Por tanto, el tratado de Roma no contiene referencias relativas a la forma como la Corte Penal Internacional podría vincularse con otros tribunales del sistema de justicia penal internacional.
Finalmente, tal como se observa en las líneas precedentes no existe un vínculo normativo entre la Corte Penal Internacional y los tribunales Ad-Hoc . No obstante, es innegable que la valiosa y extensa jurisprudencia del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda servirán como referente en el desarrollo del trabajo jurisprudencial de la CPI.
