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Guerrero deleitó a todos con su talento y estilo único

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Joe Posnanski/ MLB.com
Siempre existe la desafortunada tentación, tras oír historia tras historia sobre los niveles de pobreza que muchos peloteros dominicanos experimentaron siendo niños, a hacerse indiferente ante esa situación.

Muchísimos jugadores hablan de pisos de tierra y largas jornadas trabajando en el campo, de que la única forma de escape era jugar pelota en la calle con guantes hechos de cartones de leche, pelotas de medias enrolladas y tubos de metal haciendo de bates.

Pero quizás, después de un tiempo, esas historias nos dejen de impactar. Quizás seguimos oyéndolas, pero dejamos de escucharlas con atención. Dejan de llegarnos.

El dominicano Vladimir Guerrero jugó a la pelota como nadie más lo hizo en su época, como nadie que yo haya visto jamás. Es adecuado decir que jugaba con alegría, divirtiéndose, pero había algo más que felicidad en su juego. Guerrero jugaba con una combinación de alegría y desesperación. Le hacía swing a todo. Hacía unos tiros espectaculares. Corría las bases como si estuviese corriendo por su vida. Y de cierta forma, supongo, lo estaba haciendo.

Hace muchos años -15, al menos- Dan Le Batard escribió una historia para ESPN sobre Guerrero y lo que recuerdo con más claridad es al toletero hablando de cómo solía tomar agua de los charcos cuando era un niño. Creció sin electricidad, sin agua corriente, en un rancho con piso de tierra donde dormía en la misma cama con tres o cuatro familiares, dependiendo de la noche. En los peores momentos, el agua de charco era la única opción.

Tuvo que retirarse de la escuela después del quinto grado para ayudar a su familia, pero aquello no fue un gran cambio. Para ese momento ya había perdido demasiados días de clase mientras trabajaba en el campo.

Los pocos rayos de esperanza sólo aparecían en los juegos de béisbol que jugaban en Nizao. Todos los muchachos del barrio compartían los nueve guantes de pelota que una vez llevó al pueblo el ex grandeliga José Uribe González. Y todos soñaban, pero nadie soñaba más que Vladimir Guerrero.

Y bueno, el especial del grupo era Vladimir. Tenía todo: tamaño, velocidad, un brazo impresionante y una coordinación vista-manos increíble. Uno de cada 20 millones sale así. La pregunta es, ¿qué tipo de pelotero quieres ser cuando tienes todo ese talento? ¿Quieres ser un bateador de poder? ¿Un campeón de bateo? ¿Alguien capaz de hacerlo todo?

Guerrero se convertiría en una maravilla de beisbolista, un jugador casi imposible de imaginar. No puedo pensar en otra forma de describirlo. Después de darle una probada a las Grandes Ligas, jugando nueve encuentros tras ser subido en septiembre, se estableció a los 22 años con los Expos y desde entonces empezó a hacer cosas impresionantes, absurdas. Ese año bateó .302 a pesar de básicamente hacerle swing a cada pitcheo. Bateó para poder. Fue agresivo corriendo las bases, convirtiendo con la misma confianza sencillos en dobles, y también en outs. Sacó a 10 corredores desde los jardines en media temporada, e hizo tiros por encima del hombre del corte otras tantas veces.

Vladimir Guerrero era un concentrado puro de pasión por el béisbol.

En su primera temporada completa se convirtió en una súper estrella. Ese año bateó .324 con 38 jonrones y 109 carreras empujadas. Su slugging fue de .589. Anotó 108 carreras. Al año siguiente hizo lo mismo, sólo que con más jonrones y bases robadas, y su slugging fue de .600. Un año más tarde repitió la dosis, sólo que ahora con un promedio de bateo de .345 y .664 de slugging.

Al año siguiente, decidió robar más bases, así que se estafó 37. El año entrante robó 40, quedándose a un jonrón de unirse al exclusivo club de los 40-40. El año próximo volvió a tener una temporada grandiosa, pero se lesionó. El año siguiente encabezó a su liga en carreras anotadas y bases alcanzadas. El otro año…

Guerrero siguió produciendo y produciendo. Bateó .300 o más en 11 temporadas, y por encima de .324 en siete ocasiones, la misma cantidad del venezolano Miguel Cabrera y del puertorriqueño Roberto Clemente. Era un bateador de cualquier lanzamiento, un hombre que una vez pegó un hit ante un pitcheo que rebotó en el suelo y que en otra oportunidad sacó un doble contra un envío a la altura de su cara. Pero con ese estilo era capaz de poner las mismas estadísticas año tras año, un torbellino que todos los años promediaba cerca o muy cerca de 100 anotadas, 100 empujadas, 35 jonrones y 35 dobles.

Y por impresionante que fuese todo aquello, algo más grande existía alrededor de Vladimir, una especie de aura. Era un natural. Había nacido para hacer esto. A Guerrero no le gustaba ver muchos videos. Tampoco se apoyaba mucho en los informes de los escuchas. Y día tras día, hacía algo que lucía imposible. Compañeros y oponentes quedaban siempre con la boca abierta. Su propio manager, un señor pelotero llamado Frank Robinson, dijo lo siguiente: «Cada día me encuentro a mí mismo diciendo, ‘No puedo creer que hizo eso.'»

Jugar aquel tipo de béisbol a toda máquina todo el tiempo tuvo sus efectos secundarios. Guerrero no era perfecto. Le tiraba a todo, así que pocas veces negociaba boletos, salvo que fuesen intencionales (encabezó su liga cinco veces en pasaportes intencionales, pero promedió sólo 34 boletos no intencionales por cada 150 juegos). Hizo algunos de los tiros más sensacionales de su época (tuvo 126 asistencias, cada una espectacular a su manera), pero también cometió 125 errores. Se robó 181 bases, pero lo sacaron robando 94 veces.

Ese era Vladimir Guerrero. Todo lo hacía a toda máquina. Hacía swing para sacarla todo el tiempo. Tuvo bajones grandes, pero su éxito fue aun mayor. Era un pelotero fantástico.

En cuanto a su caso para el Salón de la Fama, hay que decir que no entró en su primer año por dos factores. Uno, su carrera se quedó un poco corta. Se retiró a los 36 años y no acumuló algunos de los números mágicos, como 3,000 hits (2,590) o 500 jonrones (449). Pero incluso así, el dominio que demostró en el plato (.318 de promedio de bateo, 25to mejor de todos los tiempos con .553 de slugging, más 34to en OPS con .931) hubiese sido suficiente para entrar en su primera oportunidad en un año normal. Pero se vio en una boleta demasiado repleta.

Terminó con el 71.7% de los votos, a unos pocos del 75% requerido. Este año debe de terminar con más del 90%. Cooperstown será un sitio mucho más divertido cuando eso ocurra.

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“Siempre salgo a jugar con el país en el corazón”, dice Al Horford al ser condecorado en el Palacio

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Santo Domingo, R.D.-El primer dominicano en ser parte de un equipo campeón en la NBA, Al Horford, recibió este jueves la condecoración en la categoría de caballero por medio de la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, de manos del presidente de la República, Luis Abinader.

“Gracias al pueblo por ese apoyo sincero y ese amor que siente, y cada vez que salgo a jugar llevo el país en el corazón y en la mente, tratando de hacer lo mejor posible para representarlo”, aseguró con emoción el jugador de los Celtics de Boston.

Por medio de un decreto, Abinader otorgó el grado de caballero a Horford, quien dio reiteradamente las gracias a Dios, al pueblo dominicano y a su familia, de los cuales estuvieron presentes sus padres, su tío Juan Luis Guerra y su esposa, la miss universo Amelia Vega.

Por su parte, su esposa, emocionada entre lágrimas, manifestó sentirse supremamente orgullosa por sus logros, refiriéndose a sí misma como su primera admiradora.

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Al Horford está retirado como jugador de la selección dominicana: «Ya mi tiempo ha pasado»

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SANTO DOMINGO. A pesar de que Al Horford trajo el trofeo Larry O’Brien como campeón de la NBA y vino a celebrar con el en la República Dominicana y que le acompañan su esposa Amelia Vega, su madre Arelis Reynoso y el coach de los Celtics Joe Mazzulla, nunca escapa la necesidad de que se le pregunte sobre si volverá a jugar con la selección dominicana y le puso la tapa al pomo: «Ya mi tiempo ha pasado».

Horford siempre soñó con volver como campeón a su tierra natal. Este martes lo hizo orgulloso, pero nunca se queda la pregunta.

Horford, uno de los jugadores más destacados de la NBA, anunció durante una rueda de prensa improvisada en el Aeropuerto Las Américas, en su país natal, que su tiempo como jugador de la selección dominicana ha terminado. “Ya mi tiempo ha pasado”, afirmó el veterano de 38 años, quien jugó por última vez con el equipo nacional hace más de una década.

Horford explicó que está en una fase diferente de su carrera y de su vida, y aunque no planea retirarse del baloncesto, considera que su rol con la selección ha concluido.

En la conferencia, Horford destacó su orgullo por haber traído el trofeo Larry O’Brien, tras una carrera de 18 años en la NBA, para compartirlo con su tierra natal. “Este es un momento muy especial, no solo para mí, sino para mi familia y el país”, expresó. Además, reveló que estará colaborando en una clínica de baloncesto en La Romana junto a su entrenador Joe Mazzulla, reafirmando su compromiso con el desarrollo del deporte en su país.

Al ser preguntado sobre la nueva generación de jugadores dominicanos en la NBA, como Karl-Anthony Towns, Chris Duarte y David Jones, Horford expresó orgullo y admiración, reconociendo el talento emergente del país. Asimismo, subrayó que, a pesar de las críticas, sigue feliz representando a la República Dominicana, aunque de una manera diferente.

Sobre su futuro en la NBA, Horford señaló que mientras se sienta en buena forma y cuente con la bendición de la salud, continuará jugando, reafirmando su intención de seguir contribuyendo al equipo y manteniéndose competitivo.

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El impacto de Robinson Canó en México va más allá del terreno de juego

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EFE

Ciudad de México, México.-El segunda base dominicano Robinson Canó ha tenido un aporte a los Diablos Rojos del béisbol mexicano, más allá de su contribución en el campo y en muchos momentos se asemeja a las labores de un entrenador.

«Es como un ‘coach’. Comparte por Whatsapp con sus compañeros los análisis que hace de los lanzadores rivales, les dice cuáles son los envíos favoritos y las tendencias de los pitchers», aseguró a Efe el mentor de los Diablos, Lorenzo Bundy.

Entre los jugadores de los Rojos, los adjetivos que más se utilizan para describir a Canó, ganador de la Serie Mundial de 2009 con los New York Yankees, son «excelencia», «grandeza», «disciplina» y, sobre todo «humildad».

«Robbie tiene 41 años y es el primero en llegar al estadio, trabaja todos los días en el gimnasio y en la caja de bateo. Vino a México para ganar el campeonato y no por el dinero; es un líder. Aparte de un tremendo pelotero, es una gran persona», añadió Bundy.

Canó firmó por los escarlatas para la presente temporada de la Liga Mexicana. Desde el primer momento advirtió que no vino por la paga, sino para romper el ayuno de títulos del equipo, de casi 10 años.

Llegó luego de una carrera de 17 años en las Grandes Ligas, en la que conectó 335 jonrones, la segunda máxima cantidad para un segunda base en Las Mayores, obtuvo cinco bates de plata y ocho selecciones al Juego de Estrellas.

Su paso por la ‘Gran Carpa’ dejó números de aspirante al Salón de la Fama, al que se ve difícil que entre algún día por sufrir dos suspensiones por dar positivo a pruebas antidopaje, la última en 2020, que lo dejó fuera los 162 partidos, toda la campaña 2021.

Tras sus problemas en las Mayores, Canó se había dedicado a jugar principalmente en el invierno en la Liga de República Dominicana, a la que representó en las últimas cuatro Series del Caribe.

Fue en la de este año, en Miami, que los Diablos lo sedujeron al darle la oportunidad de encabezar un proyecto con la meta de regresar a la gloria al equipo más ganador de la liga de México.

Canó terminó la temporada regular como el campeón bateador, con un porcentaje de .431, el mejor en la historia de los Rojos y el sexto mejor en el circuito.

«No me había tocado un extranjero que combinara grandeza y humildad. Es un hombre metido en el béisbol, estudia todo el tiempo los vídeos y las estadísticas», señaló a EFE Carlos Sievers, coach de bateo de los Diablos Rojos.

Otro aporte de Canó ha sido su humildad. Sin ego, se integró como uno más al equipo, dándole su lugar al Juan Carlos Gamboa como el capitán y líder del vestuario.

Canó y los Diablos visitan este domingo a los Sultanes en la final de la Liga Mexicana, que lideran por 2-0 y concluirá con el título para el primero de los dos cuadros con cuatro triunfos. De ganar la final, los escarlatas llegarán a 17 títulos y se confirmarán como los más ganadores de la liga.

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