RIO DE JANEIRO.- Esculturales mujeres en diminutos biquinis toman sol mientras adonis en sunga juegan al fútbol en la playa: esta imagen clásica de Brasil, un país obsesionado con el cuidado del cuerpo, se ve amanazada por el sobrepeso, que ya afecta a la mitad de la población.
En la avenida que bordea el mar y en las playas de Rio, gordos y flacos exhiben democráticamente sus cuerpos en un país que en los últimos años ha logrado sacar de la pobreza a 30 millones de personas, y donde la dieta diaria tradicional incluye arroz, frijoles y carne de cerdo.
Pero de manera creciente, los ‘gordinhos’ comienzan a apoderarse de la escena, opacando a las musas que una vez inspiraron canciones como la popular Garota de Ipanema.
Un informe del ministerio de Salud, divulgado en abril, mostró que el porcentaje de personas con sobrepeso pasó de 42,7% en 2006 a 48,5% en 2011; mientras que el índice de obesos subió casi 5% en esos cinco años, de 11,4% a 15,8%.
«Es la hora de dar vuelta el partido para no llegar a ser un país como Estados Unidos», donde 35,7% de la población adulta es obesa, indicó entonces el ministro de Salud, Alexandre Padilha.
El brasileño «come mal, podría comer verduras, legumbres, pero no, prefiere el carbohidrato, la grasa, que es lo más fácil», dijo a la AFP Solange de Gonçalves, una carioca de 38 años que pesa 123 kilos y está entre los 30 millones de obesos del país.
La vida del obeso en Brasil no es fácil, siempre señalado y discriminado, considera Solange, que nunca pudo conseguir un trabajo.
«En la calle la gente se te queda viendo, comprar ropa es muy difícil, y en el autobús, una vez no conseguí pasar el torniquete y me quedé atascada. Después el cobrador, cuando me veía, me hacía entrar por la puerta de atrás, la gente no quiere sentarse a tu lado, es triste», recordó con voz quebrada.
Solange ve con cierto celo a los artistas, lindos y delgados, que colman todos los días los espacios de la televisión. Son los cuerpos de fantasía que tiene, por ejemplo, Suede Junior, un mulato modelo que en la playa de Ipanema luce un tatuaje en su pectoral derecho que dice ‘Made in Brazil’, para no dejar duda sobre su origen.
«Ir al gimnasio, cuidarse, es casi un hábito carioca. No es difícil» estar en forma, comentó, desafiando la condición de la mitad de la población.
Quirófano y más dieta
En julio, después de 12 años en lista de espera, Solange consiguió someterse sin costo, a través de la red de salud pública, a un bypass gástrico, una intervención quirúrgica con la que se reduce drásticamente el tamaño del estómago, cuya capacidad pasó de 1,2 litros a 30 mililitros.
«Estoy feliz, ya perdí 15 kilos y me dicen que puedo perder unos 50 kilos en total», expresó la mujer, que por su condición es hipertensa y diabética.
Con la cirugía bariátrica -el bypass es el más común- un obeso puede perder hasta 80% del exceso de peso, pero el procedimiento es sólo un pequeño paso en un tratamiento que incluye un cirujano, un endocrinólogo, un psicólogo y un nutricionista y que dura toda la vida.
«El secreto del tratamiento es hacer dieta. La cirugía funciona como una herramienta para ayudar al paciente, pero si se sale de la dieta -come dulces, gaseosas, alcohol y grasas- la tendencia es que recupere el peso perdido como cualquier persona que no cumple la dieta», explicó a la AFP el cirujano Octavio Falcao, especialista en operación de obesos.
El número de cirugías bariátricas aumentó 275% en Brasil entre 2003 y 2010, llegando a 60.000 intervenciones por año, según cifras de la sociedad médica.
El bypass gástrico es un procedimiento muy costoso pero cubierto por todos los planes médicos del país. Pero a casos como el de Solange, sin seguro o dinero, les toca la larga espera de la salud pública.
Tras ser obeso durante 10 años, Jederson Edealdo das Dores ha decidido someterse a la operación, que dura unos 45 minutos si es laparoscópica -técnica privilegiada por la mayoría de los médicos privados- o seis horas si es una intervención común, como ocurrió con Solange, que luce una amplia cicatriz en la barriga.
«Antes era flaco, era una persona normal», dijo cabizbajo Jederson, que no pudo precisar su peso.
«Quiero vivir diferente, ser saludable, normal», insistió.
La sociedad se ha ido adaptando poco a poco a los cambios en la balanza de sus miembros.
El año pasado, por primera vez en la historia, la prestigiosa escuela de samba Salgueiro de Rio de Janeiro eligió como musa a Vania Flor, una gran bailarina de 27 años y de 104 kilos de peso.
AFP