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Kurt Wallander va a la ópera en Múnich
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LA REDACCIÓNKatie Mitchell presenta en la Bayerische Staatsoper un nuevo montaje de la ópera ‘El castillo de Barba Azul’ de Bartók como si se tratara de un moderno ‘thriller’
Las óperas breves en un solo acto han nacido siempre con un destino incierto, condenadas, por las inercias del mercado operístico, a una existencia compartida con otras víctimas de su propia concisión. Algunas han acabado convertidas en pareja de hecho (el caso más recurrente es Pagliacci y Cavalleria rusticana); otras vinieron al mundo casi como siamesas, aunque cada vez son más frecuentes los intentos por separarlas (los tres títulos, perfectamente independientes, que conforman el Trittico de Puccini); y la mayoría vagan en el limbo en espera de manos redentoras y hermanas sobrevenidas, como Le rossignol de Stravinsky, L’Enfant et les sortilèges y L’Heure espagnole de Ravel, Von heute auf Morgen y Die glückliche Hand de Schönberg, Sancta Susanna y Mörder, Hoffnung der Frauen de Hindemith, La vida breve (su título parecía ya premonitorio de su sino) de nuestro Manuel de Falla o, por no alargar en exceso la lista, What Next? de Elliott Carter. De cuando en cuando surgen también entre ellas extrañas –o extrañísimas– parejas, como la que formaron en la Ópera de París hace cuatro años las ya citadas Sancta Susanna y Cavalleria rusticana. Puestos a mezclar churras con merinas, habría tenido mucho más sentido hermanar la transgresora ópera de Hindemith con Suor Angelica (la segunda pieza del Trittico pucciniano): entre monjas anda el juego.
El castillo de Barba Azul de Béla Bartók (imposible no pensar hoy en ella como un homenaje póstumo a George Steiner) es otra integrante ilustre de esta lista de damnificadas. A veces ha podido verse representada con insólitos compañeros de cama (Gianni Schicchi, la última ópera del Trittico, en la Komische Oper de Berlín, con dirección escénica de Calixto Bieito), pero su argumento y su idiosincrasia estilística dificultan, y mucho, la búsqueda de opciones plausibles sobre un escenario. Las candidatas naturales son dos obras del propio Bartók: El príncipe de madera y El mandarín maravilloso. Pero se trata de un ballet y una pantomima, respectivamente, es decir, músicas puramente instrumentales. A Katie Mitchell no le ha temblado el pulso, sin embargo, al elegir como pareja o complemento otra composición del húngaro, el Concierto para orquesta, situándola, eso sí, antes de la ópera, no después: la primera –y única– ópera de un Bartók que acaba de cumplir treinta años precedida de su última composición orquestal, cuando era un hombre mortalmente enfermo, exiliado y abatido en Estados Unidos, muy lejos de la vieja Europa Central cuyo legado folclórico escudriñó, transcribió y grabó con su fonógrafo Edison.
Para hacer posible este sorprendente emparejamiento, bautizado con el nombre de la protagonista femenina, Judith, Mitchell ha tenido que despojar a El castillo de Barba Azul de la que es probablemente su cualidad esencial, aquella que la define y le confiere casi su razón de ser: su sólida adscripción al simbolismo, el movimiento artístico y literario que estalló con fuerza en Europa a finales del siglo XIX. La ópera simbolista por antonomasia es, por supuesto, Pelléas et Mélisande de Debussy, que cambió para siempre la historia del género desde su estreno en París en 1902. Ponía música palabra por palabra al drama homónimo de Maurice Maeterlinck, una influencia decisiva en Béla Balázs, el libretista de Bartók, que escribió su texto siguiendo la estela de otras obras del belga en un solo acto que conocía bien, como L’Intruse, Les Aveugles o Intérieur. También pueden detectarse fácilmente en Balázs ecos del psicologismo teatral de Ibsen, Strindberg o Hofmannsthal, pero lo que define primordialmente su texto es la desnudez de las frases y la concepción de su drama como una suerte de envoltorio ambiguo, casi transparente, que cada espectador puede corporeizar de manera distinta. Resulta muy significativo, por ejemplo, que en el dramatis personae de la obra teatral original, Balázs incluyera, como un personaje más, al propio castillo, además de Barba Azul y Judith. A poco de comenzado el drama, esta última canta: “El castillo está llorando”, una prosopopeya que ahonda en la personificación de un objeto que, a su vez, simboliza el alma del aristócrata, en la que ella intenta penetrar tenazmente puerta tras puerta.
Los tres son, en fin de cuentas, símbolos y la obra trata, en el fondo, de la soledad intrínseca e inesquivable del ser humano. También plantea cómo lacera, y mucho, el dolor del amor, y Bartók debió de sentirse atraído tanto por el tema como por su planteamiento poco convencional debido a su propia y reciente biografía personal. La violinista Stefi Geyer no había podido o querido corresponder a su pasión amorosa, lo que dejó en el compositor una herida profunda, difícil de sanar, y que no se cerró siquiera cuando, pocos meses después, se casó con Márta Ziegler, que tenía entonces tan solo dieciséis años. Cuando Bartók le envió la composición que traducía en música su amor, el primero de sus dos conciertos para violín, en el que Geyer aparece asociada a un motivo musical de terceras ascendentes, Bartók adjuntó a la partitura un poema del propio Béla Balázs: “Mi corazón está sangrando, mi alma está enferma / Caminé entre los humanos / Amé con tormento, con un amor en llamas / ¡En vano, en vano! // ¡No hay dos estrellas que estén tan alejadas / como dos almas humanas!” Aquí parecía estar ya, in nuce, uno de los temas, si no el principal, que desfilan por El castillo de Barba Azul. Y ese corazón sangrante remite al motivo musical omnipresente a lo largo de los dos primeros tercios de la ópera –cuanto ve Judith se halla cubierto de sangre–, que Bartók traduce con un breve diseño cromático como un auténtico Leitmotiv wagneriano, capaz de transformarse sin dejar de perder nunca su identidad. Alma, amor y sangre forman el triángulo temático esencial de la ópera.
Cuando comienza El castillo de Barba Azul encontramos ya juntos a sus dos únicos personajes. Enseguida nos enteramos de que Judith, en contra de la opinión de sus padres y su hermano, y abandonando a su prometido, ha decidido ofrecer su amor eterno e incondicional a quien los rumores propagan que ha matado y hecho desaparecer a sus anteriores mujeres. ¿Por qué? A un simbolista como Balázs los porqués no debían de quitarle mucho el sueño. A una directora de teatro como Katie Mitchell sí que le interesa, en cambio, encontrar –y ofrecer– una respuesta. Y la que propone es audaz, alambicada y, según quien la juzgue, genial o fallida. Una comisaria de policía, Anna Barlow, investiga el caso de varias mujeres desaparecidas. Descubre que todas ellas trabajaban para una agencia de escorts maduras, que compartían elementos comunes y su investigación acaba llevándola hasta el sospechoso. Para llegar hasta él, ella misma se da de alta en la misma página web de contactos que él ha utilizado previamente y el mismo chófer que las había conducido hasta la casa del supuesto psicópata es quien la recoge también a ella. Se repite el mismo y meticuloso ritual macabro, pero Barlow, al contrario que las anteriores mujeres, y como policía avezada que es, no cae en la trampa de beber una botella de agua en cuyo interior el cómplice al servicio de Barba Azul ha disuelto un poderoso narcótico. Por eso llega consciente a la casa y la ópera comienza justamente en el momento en que ella sale del coche aparcado en el garaje de la solitaria mansión-castillo del protagonista.
Todos estos antecedentes para explicar lo que en la ópera queda inexplicado, y lo que muchos pueden considerar inexplicable, se cuentan en una película rodada ad hoc como si del capítulo de una serie de televisión se tratara. No hay palabras, claro, porque las imágenes van acompañadas –por fin se cierra el círculo– de la interpretación desde el foso, a modo de banda sonora, del Concierto para orquesta de Bartók. Lo primero que vemos y escuchamos es, por tanto, la precuela, que nos deposita literalmente a los pies de la ópera. La película, dirigida por Grant Gee, y protagonizada por los mismos cantantes que interpretarán El castillo de Barba Azul, se cierra con el coche trasladando a la detective por las calles de Londres hasta la casa del principal sospechoso. La ópera comienza en ese mismo coche y el mismo garaje, pero ahora uno y otro forman parte de la escenografía real, no filmada, que se descubre al subir el telón.
Mitchell prescinde, por tanto, ya que no le queda otro remedio, del prólogo versificado de Béla Balázs, una suerte de recitación de un bardo que nos anuncia la historia que vamos a ver a continuación. No tiene mayor importancia, ya que son seis estrofas habladas sobre la introducción puramente instrumental, que sí escuchamos en su integridad durante el primer encuentro de ambos personajes, aún dos desconocidos el uno para el otro. A partir de ahí, el mecanismo urdido por Mitchell funciona muy bien y está extraordinariamente ejecutado: los espacios que se nos van revelando paulatinamente cuando Judith va abriendo, una a una, las siete puertas cerradas con llave, tras vencer la reticencia inicial de Barba Azul. La cámara de torturas deviene en un pequeño quirófano que hace pensar en un metódico Jack el Destripador; la armería, en una colección de modernas armas dispuestas en vitrinas casi como obras de arte; el oro y las joyas, en una cámara acorazada; el jardín secreto, en un pequeño vergel doméstico; los dominios de Barba Azul se muestran en imágenes tomadas desde el aire, que Judith contempla con unas gafas de realidad virtual; el lago lleno de lágrimas es un baño con varias duchas, menos pulcro y más sórdido que lo visto hasta ahora; y las tres anteriores mujeres de Barba Azul (vivas, que no muertas, como en el cuento original de Perrault) se encuentran en la última habitación, decorada con grandes cruces, el símbolo fetichista de Barba Azul. Los distintos colores que irradian en el libreto original cada una de las estancias (esenciales de nuevo en un simbolista como Balázs) desaparecen, pero todo encaja, mal que bien, y hay momentos en los que el trasvase temporal-espacial-conceptual no solo no chirría, sino que resulta casi creíble.
El problema llega cuando estos personajes modernos, londinenses, nuestros coetáneos, cantan y se expresan con ese lenguaje conciso e irrenunciablemente poético ideado por Bálazs, esas frases reiteradamente octosílabas, con una marcada tendencia descendente (para ajustarse a la característica prosodia húngara, que acentúa siempre la primera sílaba de cada palabra), despojadas, ambiguas, rebosantes de símbolos, se produce un choque inevitable. Ni el moderno psicópata ni la sagaz detective parecen capaces de expresarse de ese modo. Por no hablar, claro, del nuevo final (que muchos llamarían feminista) que propone Mitchell, en el que Judith pasa de víctima a verdugo, y donde la muerte, cuya presencia sobrevuela toda la ópera sin hacerse nunca tangible ni visible, acaba teniendo la última palabra. Balázs, sin embargo, la veía desde la misma óptica que había utilizado su admirado Maeterlinck y que el húngaro había comentado con estas palabras: «La muerte es el héroe de estos dramas. Pero la muerte no es aquí un final triste y terrible, no es la fosa y el esqueleto, sino el oscuro secreto, lo que acecha». La Judith de Mitchell, pistola en mano, se asemeja más al personaje bíblico que decapita a Holofornes, y que es también, por cierto, la que sedujo a muchos simbolistas coetáneos de Bartók y Balázs, y ahí están los dos cuadros de Gustav Klimt como punta de lanza. No es en absoluto casual que el segundo decidiera dar ese nombre a su misteriosa protagonista.
Desde el foso, Oksana Lyniv concierta con una eficacia indudable, pero con una asepsia expresiva que parece un fiel reflejo de las neutras estancias de la mansión de Barba Azul, iluminadas con la fría luz de los tubos fluorescentes. Alternando el uso y la omisión de la batuta, la ucrania pasó por el Concierto para orquesta casi de puntillas, como una banda sonora de importancia secundaria respecto a las imágenes de la precuela cinematográfica, que parecían concentrar y absorber toda la atención del público. Con tempi generalmente rápidos, como si quisiera eludir los grandes contrastes, convirtiendo las aristas en curvas, sin los apuntes de humor tan sorprendentes en este Bartók terminal y desahuciado, dejando romo lo que no lo es, en poco se pareció el Concierto para orquesta al mosaico multicolor y a la obra maestra que sin duda es, a pesar de la soberbia prestación instrumental de la Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera, que no parece tener nunca una tarde mala.
La ópera tuvo momentos más brillantes, como el luminoso estallido de Do mayor tras la apertura de la quinta puerta (y el tritono que se genera con el Fa sostenido del comienzo y del final de la ópera es insoslayable), o la explosión instrumental que precede a la tan esperada aparición de las anteriores mujeres de Barba Azul, bien graduada y resuelta por la directora, consciente de que la ópera empieza a partir de ahí a recluirse sobre sí misma hasta que se cierra en pianissimo con el Do sostenido casi inaudible que hacen sonar tres veces violonchelos, contrabajos y timbal después de que hayamos vuelto a escuchar los diseños del prólogo. Nadie puede acusar a Bartók de haber compuesto una obra que buscara el aplauso fácil. Pero, durante la hora escasa que dura la ópera propiamente dicha, Lyniv pareció también en exceso desligada de la escena. Daba, sí, entradas ocasionales a los cantantes, pero parecía inmune a lo que se mostraba ante nuestros ojos, preocupada en apariencia en todo momento por concertar con la máxima ortodoxia y evitar cualquier desajuste. En conjunto, a su dirección le faltó mayor flexibilidad y adoleció de un excesivo afán de control. Al contrario que su mentor, Kirill Petrenko, de quien ha sido directora asistente, y que se crece en el foso con el estímulo de cuanto acaece en el escenario, Lyniv no acaba nunca de establecer un trasvase emocional fluido con lo que tiene ante sus ojos.
El libro-programa de la Ópera Estatal de Baviera, siempre valiente y rompedora en este aspecto, ha elegido como fotografía de cubierta un fotograma de la actriz Helen Mirren caracterizada como la detective Jane Tennison en la serie de televisión Time Suspect. Siendo tanto Nina Stemme como John Lundgren suecos, es imposible no pensar también en Saga Norén, la detective de Malmö en El puente o, mejor aún, en Kurt Wallander, cuya pasión por la ópera es bien conocida por los lectores de las novelas de Henning Mankell. La representación del próximo viernes de este “thriller operístico”, como lo ha publicitado la Ópera Estatal de Baviera en su legítimo afán de atraer nuevos espectadores a su siempre abarrotado Nationaltheater de la Max-Joseph-Platz, será transmitida en directo por su canal (gratuito) en streaming, Staatsoper TV. Quienes sigan pensando absurdamente que en la ópera todo es formol, o naftalina, o cartón piedra, o antigualla, harán muy bien en conectarse, porque cambiarán de opinión con toda seguridad. Les guste o no les guste lo que vean y escuchen.
elpais.com
De Teatro
Alina Abreu: “Necesitamos magia para alimentar el alma”
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1 mes agoon
noviembre 25, 2024Santo Domingo, R.D.-Hace 24 años que la maestra y coreógrafa Alina Abreu llevó a escena el ballet “Sueño de una noche de verano”, el que vuelve a producir a coreografiar con una nueva visión de la vida, que le permite disfrutar cada proceso de este montaje, en el que lleva trabajando desde hace dos años y se presenta los días 6, 7 y 8 de diciembre en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, viernes y sábado a las 8:30 de la noche y el domingo a las 6:30 de la tarde.
Esta adaptación basada en el clásico de William Shakespeare llega con un estándar de calidad poco visto en montaje de esta naturaleza, y esto gracias que Abreu ha sabido rodearse de experimentados creativos en cada uno, en sus áreas, sumado a su experiencia de más 40 años en la escena, que le han permitido vivir con deleite cada uno de los procesos de este proyecto.
Según adelanta Abreu en “Sueño de una noche de verano” el público disfrutará de una producción escénica, de una ultra calidad en donde van a converger la música sinfónica, coros en vivo, una excelente producción teatral, y por supuesto, toda la majestuosidad que tiene un ballet de ese tipo porque “Sueño de una noche de verano”.
Para plasmar una historia de esta naturaleza en un escenario y que el público lo perciba tal cual, el espectáculo se ha valido de la dirección teatral, que en esta oportunidad está a cargo de la actriz Paula Ferry.
En “Sueño de una noche de verano” se da un círculo que es teatro dentro del teatro, y dentro del ballet se crea una plasticidad totalmente diferente en esta puesta en escena.
Los bailarines y actores llevan más de siete meses en ensayos, pero en la parte escénica visual, su productora lleva dos años trabajando en la pre producción del proyecto, por ejemplo, el vestuario, que por años ha sido confeccionado por su madre Magalys Rodríguez, experimentada en el diseño de vestuario de espectáculo, y en quien Alina ha encontrado una aliada, explica que por meses trabajan cada detalle de cada una de las piezas, ya que este tiene que contar la historia a través de los bailarines.
“Como directora y productora general lo tengo todo en mi cabeza, entonces ahí es cuando logras conformar ese equipo que va a trabajar contigo que son peritos e en cada una de los canales, como escenografía, iluminación, en la dirección creativa, en la dirección teatral, con el vestuaristas, con el que te hace los diseños, con el que te está haciendo la utilería, todos esos son canales y tú lo visualiza, pero como director te tienes que sentar a contarle a cada uno una historia que tú tienes en tu cabeza para que ellos la puedan plasmar y convertirla en realidad”, explica sobre el proceso de la puesta en escena.
“Sueño de una noche de verano” tendrá un acompañamiento musical en vivo, durante las tres noches, con una orquesta sinfónica compuesta por 54 músicos, dirigida por Junior Basurto Lomba; un coro lírico a cargo de la soprano y solista Paola González y más de 100 artistas en escena, lo que garantiza una experiencia de primer nivel.
Un cuerpo de diestros bailarines, entre los principales: Demi Issa, Solieh Samudio, Eliosmayquer Orozco, Ednis Mallol, Pedro Pablo Martínez, JJ Sánchez, Camila Hernández, Grace Batista, María Múñoz y Carmen Amelia Arredondo.
Legado
Después de llevar toda una vida consagrada, primero como bailarina y leugo a la enseñanza, en el Conservatorio de Danza Alina Abreu, tiene una historia como profesional en la que acumula el hito de haber creado la primera y única zapatilla de ballet en el país, con su nombre y es utilizada a nivel internacional, confiesa que su legado será haber impactado en la memoria emocional, tocando el alma de más de 80 mil estudiantes que han pasado por sus manos, desde que decidió por el camino de la enseñanza.
De Teatro
Festival Internacional de Teatro Mujeres sobre las Tablas abre su telón hasta el 30 de noviembre
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1 mes agoon
noviembre 25, 2024Santo Domingo, R.D.-El Festival Internacional de Teatro Mujeres sobre las Tablas abrió su telón hasta el 30 de noviembre en la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, Sala Absoluto Teatro y otras del interior del país.
La jornada de la Fundación Absoluto Teatro está bajo la dirección general de la dramaturga, actriz y directora de teatro Elizabeth Ovalle y la producción de la especialista en violencia familiar, la psicóloga Lina Weber; y asistente de coordinación, Deisy Williams.
Estas obras no son piezas tristes, son puestas en escena montadas para el disfrute de toda la familia.
A nivel mundial, las mujeres han venido cumpliendo con su rol como creadoras, desde donde alzan su voz para dar valor a sus trabajos en la puesta en escena. El festival no excluye la participación de los hombres, no se trata de competir, sino de unificar y visibilizar, teniendo como mayor componente y haciendo hincapié en el trabajo de la mujer en el teatro.
Se impartirán talleres, conversatorios, foros sobre violencia de género, dramaturgia, teatro y actuación, aplicado al teatro, entre otros, de manera gratuita en centros educativos, universidades, En la sala Ravelo, Sala Absoluto teatro y espacio alternativos, a nivel nacional.
Este año los países participantes son: México, Cuba, El Salvador, Argentina y República Dominicana.
Doce agrupaciones teatrales, y más de 30 presentaciones en escena, para todo el disfrute del público, con una programación de presentaciones, de un contenido profesional, de alta calidad y entretenimiento, que nos permite reír sin dejar de reflexionar.
El festival incluye la obra Heroínas de la historia, de República Dominicana, de Teatro absoluto, dirigida y producida por Elizabeth Ovalle; así como «Julieta Virtual», de México, con la actuación de Marihana Záratre; «La sobreviviente», desde Cuba con Maireliys Flores; «Relato de una Mujer desde Argentina», dirigida y producida por Luciana Giordano.
Por igual, «Entre Mujeres», con Lidia Ariza y Montessori Venura, dirigida por Germana Quintana, de República Dominicana; «Sobreviviendo a Medea», de El Salvador, actuación, dirección y dramaturgia de Jorgelina Cerritos; «Babka y el viaje al pequeño libro», para todas las edades, de Argentina.
Otras obras: «Divorciada, ¿Y qué?», «La pulpería», «A la Espera», «Psicosis 4.48», de República Dominicana, entre otras.
De Teatro
“Sueño de una noche de verano”, versión ballet, llega al Teatro Nacional con el reto de 54 músicos en vivo
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2 meses agoon
noviembre 18, 2024Santo Domingo, RD.-“Sueño de una noche de verano” llega al Teatro Nacional en versión ballet con el reto de 54 músicos sinfónicos tocando totalmente en vivo y 132 artistas en escena.
“En la mayoría de los países donde el ballet tiene otra dimensión, que es a la que nosotros vamos caminando poco a poco, pues siempre tienen música en vivo en el foso. Esta vez se va a abrir el foso del Teatro Nacional y 54 músicos sinfónicos van a estar en escena en todas las funciones”, explicó la maestra y coreógrafa Alina Abreu en la rueda de prensa de la mencionada obra.
La productora indicó que este tipo de obras con tantas personas involucradas solo pueden hacerse en el Teatro Nacional, debido a que es el único lugar que tiene la capacidad tras bastidores de poder albergar esa cantidad de personas.
La obra clásica de William Shakespeare, “Sueño de una noche de verano” en su versión ballet llega a escena este 6, 7 y 8 de diciembre, a la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional.
Por su parte, el bailarín y actor JJ Sánchez, quien interpreta en la obra a Bottom “un personaje cómico y algo tonto”, expresó que esta producción ha sido una oportunidad para salir de su zona de confort, ya que siempre sus personajes en teatro musical son cantando y hablando, pero en este ballet “hablamos con el cuerpo”.
“Ha sido una experiencia de salir de mi zona de confort, ha sido todo un reto, me ha hecho apreciar y valorar muchísimo el trabajo de todos los bailarines clásicos”, expresó el también coreógrafo.
Sobre la obra
«Sueño de una Noche de Verano», está inspirada en la obra clásica de William Shakespeare, cuenta con una coproducción de César Suárez Pizano; el acompañamiento musical en vivo, durante las tres noches, con una orquesta sinfónica compuesta por 54 músicos, dirigida por Junior Basurto Lomba; un coro lírico a cargo de la soprano y solista Paola González y 132 artistas en escena.
El espectáculo tiene una escenografía del experto Fidel López, el vestuario de la experimentada Magaly Rodríguez, quien lleva más de 60 años en el oficio y la dirección teatral de la joven y profesional actriz Paula Ferry. Un cuerpo de diestros bailarines, entre los principales: Demi Issa, Solieh Samudio, Eliosmayquer Orozco, Ednis Mallol, Pedro Pablo Martínez, JJ Sánchez, Camila Hernández, Grace Batista, María Múñoz y Carmen Amelia Arredondo.
Esta adaptación en ballet llega transformada en un bosque encantado de Grecia, en un escenario donde hasta, mortales y seres mitológicos cruzan sus destinos bajo el influjo de una flor mágica. En esta mágica noche, los personajes experimentan amores erráticos, hechizos y travesuras que reflejan la dualidad entre los mundos de la realidad y la fantasía.