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La torpeza, la impericia, la improvisación y la falta de racionalidad son iguales o más peligrosas que las malas intenciones.

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El manejo dado por el Gobierno a la crisis haitiana y la consecuente diferencia con las autoridades del hermano país, ha dejado lo suficientemente claro de que  la República Dominicana está en medio de un gran déficit de capacidad para afrontar los problemas nacionales.

El asunto a este respecto va desde el manejo del problema haitiano hasta la conducta exhibida por el Congreso Nacional y el sistema de justicia, lo cual deja la sensación de que el país camina por una pendiente muy peligrosa, cuyas consecuencias son desde el deterioro de la imagen de la nación hasta causar daños irreparables a la economía y a otros sectores de la vida nacional.

Las declaraciones del presidente Abinader cuando tuvo que hablar de las relaciones entre China y la Republicana Dominicana, la cual colocó en un punto no preferente a la nación asiática frente a las que se mantienen con los Estados Unidos, pero no bien llegada la ola de muertes a consecuencia del Covid-19, el mandatario se vio en la necesidad de recurrir a  ésta ante la indiferencia de las farmacéuticas y el propio gobierno norteamericano.

Realmente se trató de un mal manejo de un país que proclama que su política exterior es abierta e igual con todos los países del mundo y que sólo hay diferenciaciones cuando la economía y la geopolítica así lo disponen, lo cual es lo prudente y lo racional, porque no se puede, por ejemplo, colocar en el mismo nivel las relaciones con un país que hace mayores negocios con la nación que  aquellos que prácticamente no tienen ninguno.

Todo ello dice que el manejo dado al problema chino-norteamericano no fue el correcto en ese momento, pero ahora en la confrontación pública con el Gobierno haitiano, las autoridades dominicanas han incurrido en una serie de errores, aunque en el fondo las medidas tomadas sean procedentes y justificadas.

Ariel Henry, Presidente de Haiti

Por ejemplo, la regularización y deportación del haitiano que no esté legal en el país es entendible desde la perspectiva de la soberanía que tiene el país para proceder como lo entienda correcta para normalizar esa situación, pero naturalmente va a tener una gran importancia cuándo y cómo se haga.

En tal virtud, ese simple detalle que está más asociada al derecho de actuar como lo entienda procedente el gobierno dominicano, apoyado en su derecho a la autodeterminación y la soberanía nacionales, pero la puesta en ejecución de cualquier medida al respecto debe ser con la debida observancia de los mandatos diplomáticos, comerciales y de los derechos humanos fundamentales y por tanto una cosa como las otras son muy importantes.

La revisión del Plan de Regularización puesto en práctica por el pasado gobierno no está mal que se haga, pero las autoridades deben cuidarse de que por razones políticas se vayan a cometer errores que rayen con los derechos humanos consignados en la Constitución de la República, los tratados y convenciones internacionales, y lo propio hay que agregar en el caso de las atenciones médicas en los hospitales públicos del país.

El llamado para que los empresarios no empleen a extranjeros que no tengan su documentación legal en el país y sobre la base del respeto del 80-20 que manda la legislación sobre la materia, también está muy bien, pero lo único es que se debe buscar el momento oportuno para aplicar esa media de ley, a fin de evitar aumentar las tensiones con el vecino Haití y que no se vea como una retaliación.

Naturalmente, se impone que el Gobierno abandone la mala práctica de usar a haitianos ilegales en la construcción de obras públicas, porque entonces no se tiene moral para exigir a personas físicas y morales que cumplan con ese mandato, mientras que el mismo sea violado por quien debía estar en primera fila para ajustarse a ese mandato del ordenamiento jurídica nacional para estar dentro de su propia legalidad.

El presidente de República Dominicana, Luis Abinader

Otra cosa es que frente a las afrentosas declaraciones del canciller haitiano en diferentes medios de comunicación, no se puede establecer una polémica sobre asuntos que no pueden ser abordados con una persona que busca pasar de sospechosa de tener participación en un magnicidio a patriota, cuyo propósito parece el buscado por este funcionario del hermano país.

En estas diferencias con los haitianos no se puede decir cualquier disparate, porque nos hace más daños que bien, como lo expresado en rueda de prensa por el presidente Luis Abinader cuando sostiene que la medida en contra de los estudiantes haitianos persigue evitar que los bandoleros que azotan a la hermana nación entren al territorio nacional por esa vía.

Todo indica que al presidente se le olvidó que esos pandilleros si tuvieran como agenda entrar ilegalmente al país sólo tienen que acercarse por la zona de la frontera donde con unos muy pocos centavos penetrarían al territorio nacional.

Que no vaya a creer el Gobierno que con el despliegue de 12 mil soldados en la frontera se evita que los haitianos entren al territorio nacional, porque sería auto engañarse en virtud de que el problema no es sólo tener muchos hombres bien armados, sino formar a los mismos de una visión ética que ya no existe en el país.

De manera, que resulta contraproducente hablar de que la medida tomada es para supervisar y mejorar los mecanismos de otorgamientos de los visados a los estudiantes haitianos, lo cual siempre debió existir y no ahora por el problema de las bandas y la desestabilización política y social de Haití y en consecuencia ahí estriban los errores y las improvisaciones.

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Inédito Debate presidencial no disminuye ni soluciona la falta de credibilidad de la democracia dominicana.

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Por Elba García

Los tres protagonistas del debate presidencial que se produjo este miércoles por una cadena de radio y televisión, el cual representa un instrumento para repetir el mismo discurso de los partidos que ya están agotados en el escenario político nacional, aportan muy poco al cumplimiento que debe provenir de los que buscan dirigir el Estado.

Tanto Luis Abinader, Leonel Fernández y Abel Martínez repitieron las mismas frases y promesas que se quedan en ese marco que ha caracterizado por décadas la actividad política nacional, sobre todo en épocas electorales, lo cual indica que no son tantos los dominicanos que comprarán sus manoseados discursos  de que enfrentarán problemas como el de la educación, la salud, la economía, el medioambiente y el haitiano, entre otros.

Estos discursos o intervenciones ensayados y repetidos para proyectar la idea de lo que nunca va a ocurrir es parte de una demagogia y engaño al votante que no evitan la erosión de la democracia nacional, ya que esas realidades se combaten con acciones y no con palabras, lo cual no han hecho los personajes en cuestión.

No hay que estar muy cerca del entorno de los tres candidatos que compitieron en el debate para entender que se trata de palabras que no representan una verdadera intención de buscarles salida a los problemas nacionales.

El asunto estriba en el hecho de que las promesas y posibles soluciones a los temas más preocupantes para la sociedad dominicana están sobre la mesa desde hace décadas y todavía los titulares de los periódicos de los años 70 parecen ser sobre cuestiones que todavía hoy tienen toda la vigencia imaginable como si el tiempo no hubiera pasado, todo como resultado del engaño y la demagogia de los actores políticos.

Los mismos apagones, el alto costo de la vida, la falta de una cultura de exportación, la vulnerable seguridad pública y ciudadana y el agobiante fenómeno de la corrupción administrativa y de la independencia de la justicia, entre otros, son la razón por lo que lo dicho en el debate no tiene ningún impacto, porque los tres participantes han demostrado que han prometido mucho y es muy poco lo que han solucionado.

Los tres aspirantes presidenciales han logrado, sin ninguna duda, resolver sus problemas personales y particulares porque sin excepción han acumulado fortunas que antes de entrar a la política no tenían y desde esa posición es cómodo plantear la solución de problemas de los que ellos han logrado salir y ahora poseer bienes materiales  que hubiera sido prácticamente imposible adquirir al margen de la politiquería.

De manera, que hablar de solucionar cuestiones tan delicadas como la corrupción administrativa desde una narrativa que sólo abarca a los otros, pero no a ellos, crea una total falta de credibilidad de la gente o del votante de unos discursos de muchas palabras sin realizaciones para corregir los problemas.

El debate presidencial es como un escenario para presentar discursos desgastados y poco creíbles, no importa que coherentes se escuchen, porque todo el mundo sabe que se trata de más de lo mismo, ya que incluso son hasta elaborados por otros que cobran por ese trabajo.

La democracia, principalmente en los países latinoamericanos, como la República Dominicana, requiere del cambio de sus actores que actúan a través de unos partidos políticos sin ninguna credibilidad porque el escenario se ha convertido en un instrumento de resolver problemas muy personales en detrimento del interés nacional.

Tal vez lo más interesante fuera que el ciudadano diera un ejemplo a estos actores de la vida política nacional con una precaria asistencia a las urnas para que quede profundamente cuestionada la democracia y pierda su legitimidad y de ese modo provenga una renovación que tenga la suficiente fiscalización que culmine con el castigo del que va a la política sólo con el interés de utilizar su protagonismo para llevarse entre sus garras una parte del patrimonio nacional.

El debate más que generar el fortalecimiento de la democracia lo que hace vender al votante unos aspirantes que tienen mucho que explicarle a la sociedad dominicana, donde a través de ellos también están presentes otros bandidos de la tan desacreditada política partidista nacional.

Si la gente no se propone reinventarse como país y echar en el zafacón los políticos que cimentan su carrera sobre la base de la mentira y la demagogia, muy difícilmente la República Dominicana podrá superar los problemas que la agobian, sobre todo en lo referente a la corrupción administrativa, que ya acumula cantidades impresionantes robadas a las arcas nacionales sin la menor de la dolencia y sin régimen de consecuencia.

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Desaparición de la mística y la ética en cuerpos armados permite medir el deterioro que sufre la sociedad y el Estado.

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Por Elba García

Aunque todo se atribuye al cambio de los tiempos y a la modernidad, pero los mismos han experimentado una metamorfosis en la conducta de los policías y militares dominicanos, cuya transformación merece un estudio de la mentalidad de estos importantes actores de la vida nacional.

 Cualquier fenómeno social siempre se va expresar de forma diferente en cualquier sociedad históricamente determinada, pero el asunto hay que tomarlo con mucha seriedad y preocupación cuando el problema se convierte de aislado y particular en general.

Ello así porque en todas las sociedades del mundo, aun en las más civilizadas y desarrolladas, hay conductas que riñen con la ética y con un comportamiento sano, pero la cuestión toma otro perfil cuando la mayoría de los ciudadanos tiene un caminar que daña a los demás o a prácticamente todo el tejido social.

A pesar de que el fenómeno del policía y el militar dominicano no se puede analizar de manera aislada, sino como parte de un todo, de la sociedad completa, por el hecho de que la distorsión de lo que se conoce como ética militar acompañada de la falta de mística hace que cualquier sociedad no cuente con una muralla espiritual que resulte muy difícil de derribar.

Sin embargo, hace décadas que, aunque un policía y un militar eran contaminados con la politiquería, pero la presión social era tan fuerte que ayudaba a deputar y mejorar la conducta de estos actores de la vida nacional.

Ahora el asunto ha variado tanto que en los cuarteles policiales y militares un cabo, muchas veces, manda más que un general, cuya circunstancia va a depender de varios factores, como son cual tenga más dinero y más vínculos con el sector enquistado en el poder.

La verdad es que la condición y el rango de general abre muchas más puertas para que este obtenga mayor poder que el cabo o el sargento, pero luego de la profundización de la crisis de valores no es difícil encontrarse con el fenómeno, ya que el bajo mundo es mucho más expedito para el oficial de bajo rango que para el que tiene altas responsabilidades, aunque naturalmente esa en el país no es la regla del juego.

De lo que sí se puede estar seguro es que la ética y más que ésta la mística ya es algo del pasado y los cuarteles hoy son azotados por un comportamiento que ponen en peligro la seguridad de todos los ciudadanos, aun de los extranjeros que tal vez no son blanco permanente de policías y militares.

En los últimos días han salido a la superficie una serie de acciones de policías y militares que mantienen en permanente preocupación a todo dominicano que todavía conserva un poquito de sensibilidad humana y de amor patrio.

Esta situación es el resultado de una realidad que nadie puede negar y es que el impacto negativo y muy peligroso de la llegada de ilegales, la penetración del bajo mundo en los órganos y entes del Estado y la participación innegable de policías y militares en  estos negocios constituye una bomba de tiempo en contra de la estabilidad institucional y de toda  la vida nacional.

El problema ya no sólo se observa en la frontera entre las dos naciones que ocupan la isla, sino que los haitianos pagan para entrar al país y luego son perseguidos en el territorio nacional y en ese proceso son despojados de sus pertenencias y también deben pagar sumas muy altas para ser dejados en libertad.

En esa virtud, la República Dominicana se desgarra casi igual que la sociedad haitiana, tal vez con la única diferencia de que las bandas haitianas actúan con violencia y en el país los policías y militares dominicanos lo hacen de manera pacífica, pero con los mismos resultados.

Las bandas haitianas roban, violan, matan y secuestran a sus conciudadanos y extranjeros para exigir dinero, pero lo propio ocurre en el país cuando se trata de reprimir a los ilegales de la vecina nación, muchas de cuyas niñas y mujeres son violadas bajo el amparo de la legalidad con que operan órganos como la Dirección General de Migración.

Las denuncias sobre el mal proceder de los policías y militares dominicanos llueven, no sólo en lo referente a que les roban las pertenencias a los haitianos, sino que también cobran peajes en los centros de venta y distribución de drogas y el problema no parece que pueda tener solución, ya que el mismo es sólo un reflejo de una anormalidad con perfiles generales.

Esa realidad hace aventurarse a cualquier a afirmar que ambas naciones atraviesan por crisis que implica una desaparición de los referentes éticos, pero además por el hecho de que la Policía Nacional, la Armada, la Fuerza Aérea Dominicana y el Ejército Nacional ya no están adornados con una mística que permitiría como antes de que actores tan importantes para la seguridad pública y ciudadana sean un dique de contención en contra de las distorsiones en esta materia y que podrían derrumbar el Estado, exactamente como ha ocurrido en Haití.

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Un episodio que sirve de espejo para medir la profundad de la crisis ético-moral de la sociedad dominicana.

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Por Elba García

La República Dominicana y Haití, atrapadas en la isla la Hispaniola, donde predominan las ilegalidades y una corrupción administrativa que somete a sus pueblos a la peor de las miserias, la violencia y la violación sexual de niñas y mujeres, aunque de forma y circunstancias que difieren unas de otras, hoy proyectadas a nivel internacional como naciones con un precario estado de derecho.

Un ejemplo que saca a la superficie esta triste realidad ha sido la violación sexual de una adolescente en un pueblo del este del país durante un operativo para apresar y deportar indocumentados, principalmente haitianos, el cual fue aprovechado por miembros de la Dirección General de Migración para cometer algunas de sus fechorías, que sólo tienen ligeras diferencias con la actuación de las bandas haitianas que se apoyan en las mismas prácticas y en la muerte en la vecina nación.

La denuncia al respecto ha dejado estupefacta a mucha gente ante el hecho de que agentes de la Dirección de Migración violaron y luego amenazaron de muerte a una adolescente de catorce años en el sector Bulevar de Verón, provincia La Altagracia, para que no hablara de lo ocurrido, quien vive con su familia en una casita construida de madera y zinc, pero que en el momento de la agresión se encontraba sola.

Situaciones como esta resultan bochornosa para una sociedad que en la actualidad mantiene una disputa con Haití por la migración ilegal y por asuntos de agua, la cual tiene una trascendencia internacional, sobre todo porque en la información se dice que estos agentes cobran entre 15 y 17 mil pesos a los nativos de la hermana nación para dejarlos en libertad.

Sólo el que no conoce el país puede poner en duda la información sobre estos hechos, porque este periódico mantiene la tesis que las diferencias entre el Estado dominicano y el haitiano no son tantas, a pesar de tener culturas desiguales en cada territorio, ya que, aunque el primero existe de hecho y de derecho y el segundo sólo en el papel, por lo que la violencia y los atropellos se expresan no de igual forma, pero sí de manera muy parecida.

Qué diferencia se verifica entre la forma de actuar de las bandas de delincuentes haitianas y la de los miembros de la Dirección General de Migración, bueno en que una lo hace al margen de los instrumentos que crea la ley y la otra que se apoya en las herramientas jurídicas para cometer la misma fechoría e incurrir en el demonio de la violación sexual de niñas y mujeres adultas, entre otras ilegalidades.

Es importante dejar claro que el segundo elemento citado en los ilícitos en que incurren los miembros de la Dirección de Migración está el hecho de que dejan en libertad a los apresados por su condición de indocumentado luego de un pago económico, lo cual también es vandálico.

Esta es una práctica del día a día en la zona fronteriza y en los lugares donde son recluidos los haitianos y otros extranjeros apresados por carecer de documentos, lo cual deja claro que se trata de un negocio que trasciende el límite de lo legal, lo moral y de lo ético.

Lo grave de lo ocurrido es de que no se trata de una simple denuncia, sino de un hecho comprobado por el médico logística que ha examinado a la adolescente.

Esta violación supera los límites de lo tolerable en cualquier nación civilizada y en consecuencia las autoridades de cualquier país no pueden manejar con paños tibios semejante aberración.

Lo peligroso del asunto es que se observa un manejo muy tímido del acto delincuencial y bochornoso cometido en contra de la adolescente haitiana por parte de los medios de comunicación del país, cuyos periodistas han sido más impactados por un ultranacionalismo enfermizo  y destructivo que el daño causado a quien literalmente se puede definir como una niña, lo cual representa una violación de una serie de convenciones internacionales de derecho público y sobre derechos humanos de las que la República Dominicana es signataria.

Este caso tiene otro agravante y el mismo tiene que ver con que los violadores de la adolescente, quienes la ponen en libertad tras haberla recluido en un recinto para indocumentados con la condición de que no hablara de lo ocurrido, cuya conducta deja claro que se trata de una banda que se refugia en la legalidad que otorga la Ley 285-04 y bajo la cual opera la Dirección General de Migración, actúan con acechanza y con complicidad entre unos y otros.

Este hecho debe tener las consecuencias que manda la ley penal porque de lo contrario se constituiría en un grave revés para la República Dominicana, donde se vive más de la percepción que de la realidad, máxime si se toma en cuenta que el país tiene el turismo como renglón principal de su economía.

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