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Editorial

Tres Cánceres que se Comen el País.

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Está más que demostrado que el endeudamiento, principalmente externo, no sólo es un mecanismo de colonización de los países más pobres del mundo, sino que también los coloca en una situación de poco desarrollo humano y social.

Históricamente la República Dominicana ha sido una presa de los préstamos buitres y no buitres que ponen la economía nacional en un punto de debilidad que prácticamente hay que trabajar para pagar y si a esto se agrega el hecho de que lo poco que queda se lo lleva la corrupción administrativa y otras fórmulas que se fundamentan en la avaricia que se expresa a través de la acumulación originaria y también del interés de algunos sectores de tener grandes ganancias, no moderadas y prudentes.

El otro aspecto que también constituye un elemento de preocupación para los países en vía de desarrollo es la práctica de promover un neoliberalismo salvaje que se lleva todo a su paso, sobre todo la riqueza que corresponde al Estado.

Estas tres combinaciones constituyen una tragedia para la República Dominicana, no sólo en estos tiempos, sino desde hace siglos, tanto es así que las dos intervenciones armadas de los Estados Unidos al país de los años 1916 y 1965 tienen como causa principal el endeudamiento externo y la corrupción.

Ahora el neoliberalismo también juega su papel, ya que muchas de las inversiones públicas quedan en manos privadas que luego no reconocen ni permiten ninguna participación del Estado en las ganancias o en los servicios que se prestan.

Estos tres cánceres, naturalmente uno más que otro, impactan la economía nacional de forma que si se analiza lo que puede ocurrir a futuro cualquiera se asusta.

El Gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y de Luis Abinader desde antes de asumir el poder ya tenían una agenda privatizadora de lo poco que forma parte del patrimonio del Estado y para cuyo fin se hizo aprobar una ley de alianza público-privada que gestiona entregarlo todo a los grupos económicos que no dan nada a cambio.

Sin embargo, lo peor del Gobierno es que ha entrado en una política de endeudamiento que aturde, porque va a unos pasos acelerados a hipotecar la nación a través de los préstamos privados, los bilaterales y los multilaterales, cuyo dinero no va a una inversión de calidad y bien planificada.

En consecuencia, el endeudamiento, que en los últimos 15 meses llega a la suma de alrededor de 15 mil millones de dólares, sin incluir los bonos autorizados por el Congreso de más de 284 mil millones de pesos,  no puede llevar a un buen destino al país, ya que el dinero tomado prestado no se invierte por ejemplo para mejorar la producción y la productividad y como resultado aumentar las exportaciones y de ese modo generar las divisas que permitan que el país pueda cumplir a través de una buena balanza de pagos los compromisos internacionales.

El endeudamiento público, sobre todo externo, constituye hoy por hoy un fuerte dolor de cabeza para los dominicanos porque el mismo toma ribetes que se dirigen a inhabilitar la economía nacional.

Mientras aumenta la deuda externa, cuyos últimos bonos aprobados en el Congreso Nacional alcanzan la frisante cantidad de más 284 mil millones de pesos, lo que implica comprometer una buena parte del Producto Interno Bruto (PIB), a fin de cubrir el déficit que se proyecta para el presupuesto general de la nación del año 2022, avanza sin miramientos la política de privatización de las empresas públicas, pero que su cristalización no ha sido todavía posible por la presión que recibe el Gobierno de amplios sectores de la vida nacional que no comparten la visión oficial sobre el tema.

Es una cuestión que debe mantener en vilo a los dominicanos para que el país no quede definitivamente inhabilitado para diseñar su propio destino, porque que cualquier paso que quiera dar tendrá que discutirse y acordarse con los acreedores internacionales y los grupos económicos nacionales que no tienen hiel y que muy poco les importa el sufrimiento y las carencias de su gente.

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Editorial

El Ministerio Público como un chivo sin ley.

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El drama de muchas víctimas de violación de sus derechos humanos se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza en la sociedad dominicana.

Aunque no han sido tantos los casos llevados al tribunal Superior Administrativo en contra del Ministerio Público y de su auxiliar  la Policía Nacional, todo parece indicar que la paciencia se ha agotado en lo que respecta a estos órganos.

Es impresionante la cantidad de denuncias y querellas que se presentan en los centros de recepción de las mismas que son echadas en el zafacón del olvido por una diversidad de razones que van desde la negligencia de los fiscales, la ineptitud y la complicidad.

En realidad, el Ministerio Público ya ha hecho crisis y más que perseguir el crimen y el delito lo que hace es estimularlos.

Hay en la República Dominicana una verdadera amenaza en contra del estado de derecho, porque no hay sanción para que el comete cualquier violación a le ley penal del país.

Por lo que se ve, parece que no queda otra instancia para que este problema se combata que no sea a través del derecho internacional, principalmente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

El Ministerio Público en estos momentos es un instrumento para promover la vía de hecho, que la gente haga justicia con sus propias manos.

Se trata de un órgano que ha pasado a ser un verdadero fiasco, que opera más sobre la base de la percepción que de la eficiencia que demanda una sociedad saturada de violaciones a la ley.

Puede afirmarse, sin temor a ninguna equivocación, que el Ministerio Público ha perdido totalmente su credibilidad, lo cual deja muy mal parada a su incumbente, la magistrada Miriam Germán Brito.

Se impone una minuciosa investigación al respecto y que de esa manera haya un profundo y serio saneamiento de un órgano tan importante para contrarrestar el delito y el crimen en el seno de la sociedad dominicana.

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Editorial

La falta de visión hace que prevalezca la torpeza.

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El presidente Luis Abinader si por una cosa se caracteriza es por cometer errores infantiles, propios de los que no tienen ningún tipo de miramientos.

Primero lo vimos con la situación haitiana, porque en vez de procurar atacar las falencias de que adolece el Estado dominicano, se dedicó a ir a conclaves internacionales a solicitar una intervención armada en el pueblo vecino.

Puede afirmarse que el odio acumulado entre ambos pueblos durante la gestión de Abinader se ha profundizado y radicalizado.

Todo como resultado de las torpezas que caracteriza al Gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y de Luis Abinader, lo cual también tiene un impacto importante en la economía, ya que se trata del segundo socio comercial del país.

Pero ahora resulta que el escogido es Venezuela, porque Abinader ha convertido el país en una caja de resonancia de los Estados Unidos de América, lo cual constituye un craso error.

El hecho de que Nicolás Maduro tenga criterios pocos democráticos en la vida política de Venezuela no le da autoridad a Luis Abinader a crear una situación de ingratitud con un pueblo que las relaciones con él deben ser muy cuidadosas.

En este nuevo capítulo del presidente Abinader hay que volver a retomar la expresión que dice que no se le puede pedir peras al olmo.

Por mucho que se le pida al Gobierno la carencia de razonabilidad es tanta que no hay nada ni nadie que pueda hacerla cambiar.

Ello quiere decir que todavía faltan muchas metidas de patas que involucra al pueblo dominicano aun en contra de aquellos con los que debe haber un agradecimiento muy especial y eterno.

Qué importan las cosas que los hechos tal vez hablan mejor que las palabras, porque también debe decirse que no se sabe de qué se enorgullece el presidente Abinader cuando el país tiene una economía endeudada, con altos déficits fiscales y con una alta carestía de los artículos de la canasta básica.

De manera, que estamos ante una verdadera falsa para establecer una polémica que tiene repercusiones internacionales.

Craso error.

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Editorial

La degradación de la política en los Estados Unidos.

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Desde hace mucho tiempo que se escucha decir que los Estados Unidos han iniciado en el campo político un tránsito indetenible hacia el tercer mundo.

Ese convencimiento en muchos lugares del mundo no luce que sea solamente por la carestía del costo de vida y la predominación de empleos de mala calidad, sino, principalmente, por el aparecimiento de una figura que no respeta nada ni a nadie.

Donald Trump ha demostrado la fragilidad del sistema norteamericano con violaciones de la ley civil y penal que lo iguala a lo que ocurre allí con los llamados países del tercer mundo.

Donald Trump ha dejado claro que tiene más poder y fuerza que los instrumentos que tiene el Estado para combatir el crimen y el delito.

Sin embargo, se observa que este personaje parece haber entrado en decadencia con la entrada en escena como candidato presidencial de Kamala Harris.

Aunque, naturalmente, nadie todavía puede cantar victoria, porque Trump se mueve entre altas y bajas, pese a que políticamente se ha beneficiado más de la primera que de la segunda.

Ello así, aunque su discurso es discriminatorio, promotor de violencia y de una serie de irreverencia, pero la mas o  mayor perjudicada es la sociedad norteamericana.

Su agresividad ha sido tan radical que aparte de atacar instituciones sagradas de la vida de los Estados Unidos, ha intentado acabar o eliminar organismos de seguridad como el Buró Federal de Investigaciones (FBI), al cual ha atacado sin piedad.

Ahora se podría decir que la principal amenaza a la permanencia de Trump en la vida pública de los Estados Unidos de América sea su edad, porque de otra manera no habría forma de apartarlo de la política de esa nación.

Las elecciones de noviembre podrían ser el último eslabón de un Donald Trump que no para de ofender y de alguna manera burlarse de la sociedad que dice defender.

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