Por José Cabral
La violencia y la delincuencia aumentan en la República Dominicana de una forma espectacular, eliminando vidas útiles y que encarnan el futuro de la Nación.
Cada amanecer nos despertamos con la triste noticia de que alguien ha sido la nueva víctima de ese monstruo de mil cabezas llamado delincuencia con violencia.
El país luce atrapado, en un callejón sin salida, dado que el Estado no cuenta con los instrumentos eficientes para contrarrestar un fenómeno que se vuelve incontrolable.
Es un flagelo que daña las entrañas de los que tienen la misión de enfrentarlo, como la Policía Nacional y el sistema de justicia.
La víctima más reciente de este mal se trata de la ingeniera Francia Hungría, de apenas 28 años de edad, quien ha perdido un ojo y podría quedar totalmente ciega.
La herida lacerante infringida a la conciencia nacional con hechos como éste no hacen más que dejar la sensación de que todo está perdido, sobre todo si se parte de la premisa de que la principal causa del fenómeno es la pobreza y la exclusión social, acompañadas de un nivel de impunidad que hace que los tribunales no sean más que elementos decorativos de un país desgarrado por la violencia y la delincuencia.
Sin embargo, el despertar de nuestra gente, sobre todo de los jóvenes, ha puesto en movimiento un empoderamiento ciudadano que podría significar la chisma que encienda el fuego que habrá de eliminar los principales males que aquejan a la República Dominicana para bien de todos.
Esto así porque no creemos que en el país haya quién dude que los principales responsables de ese monstruo de mil cabezas de que hablamos es la clase política nacional.
Los mismos que promueven la violación a la ley, los privilegios, el tráfico de influencia, el contrabando, la venta y consumo de drogas y las demás vertientes de la corrupción generalizada que hoy nos arropa.
No nos cansaremos de repetir que sólo la promoción de ciudadanía y en consecuencia la transformación del Estado será la única garantía de que en la República Dominicana haya un cambio conductual, principalmente en aquellos que escogen el camino más fácil para mejorar sus condiciones de pobreza o miseria.
Sobre todo con la tranquilidad que produce en el que delinque la impunidad, desgracia consustancial de las naciones de escaso desarrollo de las fuerzas productivas y en consecuencia de la conciencia social, la cual es una aliada del descarrilado para no resarcir a la sociedad por los daños causados.
Hoy el dolor es por la víctima más reciente, una joven profesional que ahora ve tronchada su vida por la acción de unos vándalos creados, protegidos y promovidos por el propio sistema, caracterizado por unas asimetrías sociales que no garantizan otra cosa que precisamente la violencia y la delincuencia que no escoge otro recurso que la eliminación de la parte más sana de la vida nacional.
Todavía los dominicanos no hemos llagado a lo peor, faltan aún capítulos muy amargos de esta película de terror de la vida real que destruye los cimientos de la verdadera dominicanidad.