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Editorial

El PRD Deja Un Legado de Violencia y Mala Conducta a Los Dominicanos.

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El Partido Revolucionario Dominicano fue el mecanismo de lucha política más importante en contra de la dictadura que encabezó Rafael Leonidas Trujillo Molina.

Hasta el año 1978, el PRD hizo grandes aportes al proceso de democratización de la República Dominicana, pero a partir de ahí hemos tenido un partido del jacho prendío que sólo ha servido para ser un ejemplo de lo peor, de lo que nunca debe existir para adecentar la vida nacional.

A  partir del 1978, cuando la gente tenía grandes expectativas en el partido blanco, se inicia un arreciamiento de los enfrentamientos entre los grupos que incidían a lo interno de esta organización política, en ese momento una lucha interna protagonizada por Don Antonio Guzmán Fernández y Jacobo Majluja, por un lado, y Salvador Jorge Blanco, por el otro.

Esos enfrentamientos, los cuales no tenían nada de ideológico, sino de apetencias personales, provocó, según muchos, el suicidio de Guzmán Fernández y el retorno al poder del doctor Joaquín Balaguer, que había encabezada un gobierno neo-dictatorial que no permitió la democracia política en la República Dominicana, quien luego encarcela a Jorge Blanco por acusaciones de irregularidades durante su administración, a pesar de que fue éste la llave para su regreso al poder.

Luego fue la confrontación entre Jacobo Majluta y el líder del PRD, doctor José Francisco Peña Gómez, quienes, incluso, escenificaron enfrentamientos armados entre sus seguidores en un hotel de la capital y posteriormente fue entre Hipólito Mejía y Hatuay Decamps, cuya influencia del ex-presidente en ese partido le permitió expulsar al hoy fundador del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD).

Ahora la violencia, no la lucha política ni ideológica, proviene de la gente de Hipólito Mejía y Miguel Vargas Maldonado, este último un personaje de los más oscuros que ha parido la historia política de la República Dominicana.

Ninguno de los dos grupos enfrentados merecen respeto de la sociedad dominicana, porque en el caso de Hipólito Mejía es un ejemplo de como no debía comportarse una figura política en cualquier nación del mundo, no importa que se trate de un país primitivo, justamente como se comportan los perredeístas.

El enfrentamiento entre Miguel e Hipólito es exactamente como aquel que se produce entre dos socios de una organización del bajo mundo, una estructura mafiosa, en la que los rivales terminan yéndose a los tiros por el control del botín que en este caso se trata de un partido político con una visión mafiosa de este quehacer.

Esa visión mafiosa del PRD ha quedado demostrada desde el Gobierno y desde la oposición, porque el mismo se ha convertido en un instrumento de negociación hasta con los peores narcotraficantes que se han creado y que han llegado al país, como José Figueroa Agosto, cuyo vínculo con Miguel Vargas Maldonado todavía debe ser explicado a  los dominicanos

El PRD se ha convertido en un promotor de violencia, de deshonestidad política, de la anti-ética, de la incapacidad para manejar el Estado y de una verdadera  desvergüenza nacional que hoy constituye una basura partidista que no puede tener otro destino que el basurero nacional.

Cualquiera de los dos grupos que termine con el control del PRD sería más de lo mismo y la solución del conflicto sólo constituye otro mecanismo de continuar con la trampa y el engaño que significa para la sociedad dominicana el Partido Revolucionario Dominicano.

El que tenga deseo o necesidad de vomitar para expulsar de su cuerpo cualquier partícula extraña y dañina sólo tiene que seguir la conducta de los supuestos líderes del, no de la esperanza nacional, como ellos se auto-proclaman, sino de la desesperanza y la peor vergüenza del pueblo dominicano, como lo es el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el cual forma parte de una trilogía que conforman además el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), los cuales no son más que un partido único que sustrae los sueños de una vida mejor del pueblo dominicano.

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Editorial

No es sólo la mora, señor presidente de la SCJ.

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El presidente de la Suprema Corte de Justicia, Luis Henry Molina, ha pronunciado un discurso con motivo del “Día de Poder Judicial” sobre un tema en el que ha sido recurrente, en el sentido del daño que causa la mora judicial.

Y ciertamente es así, porque este periódico ya lo ha planteado de que justicia tardía no es otra cosa que denegación de justicia, lo cual lesiona peligrosamente el Estado de Derecho.

Sin embargo, independientemente de la importancia de este tema, este periódico entiende que el magistrado Molina debió también referirse a otros aspectos que también han erosionado todo el sistema de justicia.

Nos referimos a las sentencias manipuladas de los tribunales ordinarios, las cuales muchas veces obedecen a razones de negligencia, ineptitud e incluso de complicidad de muchos juzgadores que todavía desempeña su función con un trujillito dentro, lo cual no es casual, sino normal por tratarse de una nación que han sido muy marcada por las dictaduras.

Sería bueno preguntarle al magistrado Molina si tiene o no conocimiento de que en lo que respecta a la región del Cibao el Estado de Derecho en el sistema de justicia se muerte a partir del kilómetro 9 de la autopista Duarte, lo que hace presumir que lo mismo ocurre en las zonas del país.

Pero desconoce el magistrado Molina que las violaciones del Estado de Derecho por parte de los tribunales del interior, principalmente del distrito judicial de Santiago, implican hasta la negación de derechos fundamentales que no respetan el derecho constitucional y convencional.

Sabía usted, magistrado, que en Santiago hay tribunales penales y civiles que les niegan a muchos justiciables hasta el derecho a recurrir y los cuales son víctimas de un comportamiento, que no sólo debe examinarse a través de los recursos jurisdiccionales como la casación, sino también mediante de una labor de seguimiento del Consejo del Poder Judicial.

Esta preocupación no le quita legitimidad al tema de la mora judicial, pero este periódico entiende que hay otras aristas que deben ser incluidas por el Consejo del Poder Judicial si de verdad se quiere combatir los motivos que erosionan la credibilidad de todo el sistema de justicia.

Tanto la moral judicial, la ineficiencia y el abuso de poder de muchos jueces son temas que deben ir de las manos para que simultáneamente estas debilidades sean expulsadas de un sector tan vital para la democracia nacional.

 

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Editorial

Lo mismo del año pasado.

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En este 2025 se repite lo mismo de los años pasados en lo que respecta a crear falsas expectativas en la gente pobre de la nación, cuyos anhelos y sueños están fundamentados, más que en cualquier otra cosa, en un poder proveniente del más allá que tiene su razón de ser en creencias mágico-religiosas.

La República Dominicana y el mundo occidental se apoyan para proyectar prosperidad y bonanza económica en un paradigma que consiste en una percepción que nunca tiene nada que ver con la realidad.

En este contexto hay que ver el crecimiento económico sostenido del país, el cual no tiene ningún impacto en los niveles de pobreza y de desigualdad social, porque los que se llevan los beneficios del mismo son unos grupos económicos enquistados en la macroeconomía.

En estos momentos ya prácticamente no queda ningún margen para que se pregone que la República Dominicana ocupa niveles importantes de crecimiento y desarrollo.

Por esta razón, el 2025 no pinta nada bueno debido a que los niveles de endeudamiento ya es un tema de gran preocupación nacional, porque por lo que se ve los gobiernos que ha tenido el país, incluido el actual, se han inclinado por la vía más fácil, que no es otra que coger dinero prestado con una calidad de gasto que deja mucho que desear.

Las autoridades nacionales no han priorizado el aumento de la producción nacional para satisfacer el mercado interno y al propio tiempo aumentar las exportaciones para generar las divisas que necesita el país para cumplir con su balanza de pagos.

Todo lo contrario, hay un empeño de coger prestado todo lo que aparezca, sin importar consecuencias, lo cual coloca la nación en tener que utilizar un 25 por ciento de su presupuesto para el pago de intereses de una deuda que ya alcanza más del 60 por ciento del producto interno bruto.

En esas condiciones, no se puede ser optimista en el año que acaba de hacer su entrada, el 2025, cuando el país se encamina hacia un cuadro parecido al sufrido por naciones hermanas como Puerto Rico, Grecia y Argentina.

Quién es tan osado en la República Dominicana para pensar que ante lo que ocurre puedan venir cosas buenas en el 2025, sobre todo porque esa política de endeudamiento no tiene la tendencia a bajar, sino a subir.

De modo, que el 2025 es un año que más que traer cosas buenas, podría representar una mayor profundización de la pobreza y de la delincuencia como consecuencia de la exclusión social y de la mala distribución de las riquezas nacionales.

Pero, además, habría que preguntarse si hay reales esperanzas de que en el país disminuya la corrupción administrativa cuando ese es un mal consustancial con la forma de involucrarse con el Estado, pese, además, que es un flagelo que trasciende del sector público al  privado y penetra en todos y cada uno de los ámbitos de la vida nacional.

Es importante recordar que el Producto Interno Bruto del país descansa en dos renglones como son el turismo y las remesas, ambos resultados, primero de las riquezas naturales de que  ha dado sido dotada  la nación  y el segundo, resultado de los dominicanos que han tenido que irse del país por no tener oportunidades para disfrutar de una vida más digna en las tierras que los vio nacer, lo cual indica que esos dos polos de la económica nacional no están asociados necesariamente a una buena gestión de gobierno, sino a razones muy diferentes, cuyas abusivas autoridades los que persiguen hasta en el exterior, donde están asentadas las comunidades de criollos fuera del país, es explotarlos inmisericordemente para llenarle el bolsillo a uno de sus  protegidos y un buen ejemplo al respecto  es el consulado dominicano en Nueva York, el cual es un botín de los dirigentes del partido en el poder, sin importar su color o cuál sea.

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Editorial

Las candidaturas independientes es un riesgo que necesita la democracia nacional.

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La sentencia del Tribunal Constitucional permite que en el panorama político dominicano tenga vigencia la figura de las candidaturas independientes.

Esta decisión sí que impacta de una forma importante la democracia nacional, la cual está agonizante por la conducta de los actores del sistema de partidos tradicionales.

Quién le puede quitar el carácter de depredadora de la partidocracia, la cual se aprovecha de todo y lleva inexorablemente al país a otra Grecia, Argentina o Puerto Rico.

Los robos del patrimonio público no son moderados, lo que de ninguna manera es aceptable, dado que los políticos tradicionales no se conforman con cien millones de dinero del pueblo dominicano, sino que hacen hasta lo imposible para sustraer miles de millones.

Para ilustración al respecto, los ejemplos están a la orden del día, con el agravante de que los que hacen turno desde la oposición sólo persiguen apoyarse en la expresión muy popular que dice: “quítate tú, pa ponerme yo”.

Ahí están los ejemplos de Danilo que se peleó con Leonel por esa causa y ahora la de Abinader que reproduce en muchos aspectos la misma conducta de los dos primeros.

Si bien es cierto, que la crisis de valores de que adolece el país podría llevar al poder a cualquier degenerado que se proyecte como buena gente, lo cierto es que las candidaturas independientes es un mecanismo más democrático y participativo,

Es decir, que aun en el caso de que la figura de las candidaturas independientes conlleve riesgos, pero lo cierto es que es una vía más acorde con el proceso de democratización de la política, sobre todo en Latinoamérica, donde hay profundos antivalores que ponen en peligro la cultura cívica, moral y ética de estos pueblos.

De manera, que La República promueve un apoyo masivo, abierto y sin reservas a la decisión tomada por el Tribunal Constitucional, porque esa sentencia abre un camino importante hacia la democratización, la participación, el  adecentamiento y el mejoramiento de los niveles de institucionalidad del Estado dominicano.

El reto está echado. Manos a la obra.

 

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