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Editorial

No Sólo Basta Ser Joven

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Con motivo de la celebración del “Día Mundial de la Juventud” altos dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), incluido el propio presidente de la República, han proclamado la necesidad que tiene la sociedad dominicana de renovarse y llenarse de nuevas energías.

El planteamiento luce muy interesante, sobre todo si partimos de una expresión muy popular que dice: Juventud Divino Tesoro, sin la cual muy difícilmente una sociedad puede lograr niveles de renovación y de energía, porque, sin lugar a dudas, este sector de la población es la dueña del futuro, del porvenir.

Sin embargo, debe puntualizarse que no sólo basta con ser joven para jugar ese papel, nisiquiera tener una preparación técnica, sino una buena formación ética y profundos sentimientos sociales, amar los valores democráticos y velar por los intereses de los que menos tienen.

Algunos funcionarios del Gobierno de Danilo Medina hablan, casi imploran, por lo menos en sus mensajes por los medios de comunicación social, sobre la necesidad de que las candidaturas en las elecciones del 2020 sean ocupadas por nuevas caras, por jóvenes, para que continúen el ejemplo y la obra iniciada por el actual mandatario.

Entonces de inmediato habría que preguntarse y cuál es ese ejemplo de que se habla, el de la poca transparencia, el del grupismo, el de la corrupción generalizada en el Gobierno o sencillamente el de un liderazgo lleno de odio y muy poco inclusivo?

Jóvenes viciados con estas conductas no ayudan para nada, sería entrar en un pantano más lleno de lodo y generador de enfermedades, sobre todo de aquellas que contaminan el alma, la vida de cualquiera con apenas pocos años de venir a este mundo.

Debe insistirse en que se necesitan nuevas caras, jóvenes que busquen transformar la sociedad para bien de todos los que habitan la nación, pero no aquellos que son viejos de espíritu, comprometidos con el pasado, con exactamente esos rostros que ya cansan en el escenario político nacional y que dejan una estela de malos ejemplos.

Necesitamos jóvenes dispuestos a enfrentar las componendas en el Estado, que no vayan a seguir los ejemplos de los viejos que se han llevado entre sus garras una buena parte del patrimonio nacional.

Son esos no apegados a la cultura de la yipeta y el dinero mal habido, sino a los que aman y creen firmemente en el legado de  Juan Pablo Duarte,  Juan Bosch, Gregorio Luperón y Francisco Alberto Caamaño Deñó, entre otros prohombres, que lo dieron todo a cambio de nada material, sino de sus ideales y sueños.

No queremos jóvenes que sólo persigan riquezas materiales, monetarias, sino aquellos ricos en sensibilidad social, en amor patrio, en visiones tan amplias y profundas que en varias décadas, cuando ya sean viejas sus caras y que  también se agoten, que sean referentes para los nuevos jóvenes que se asume seguirán sus legados.

No podemos pedir nuevas caras, jóvenes para repetir lo que han hecho Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, por sólo mencionar estos tres, de confabularse con la tromposería, la poca transparencia y una conducta que sólo es avalada por sus allegados políticos, familiares y compañeros de tropelías.

La República Dominicana necesita jóvenes, nuevas caras, para ciertamente renovar el espíritu de la política nacional y de la administración pública, pero no para que esas condiciones sean usadas para robarse lo que le pertenece al pueblo dominicano

No se necesitan jóvenes para que se roben medio país y luego sean abanderados de la ética y de la cosa bien hecha, pero con los bolsillos llenos de dinero del patrimonio nacional como pasa en la actualidad con los que tienen esta condición y hoy juegan un papel importante en el Gobierno central y en las alcaldías del país.

Se necesitan caras nuevas y jóvenes con un corazón grande, lo suficientemente grande, para frenar la descomposición social y moral que han sido promovidas a través de gobiernos paridos, paradójicamente, por un partido creado y concebido para cambiar la República Dominicana sobre la base de los ideales de uno de los hombres con indiscutibles referencias de entrega y amor por el prójimo como el profesor Juan Bosch.

No parece existir la posibilidad de que a través de los partidos políticos que hoy controlan el escenario nacional pueda producirse la transformación que necesita el país, en virtud de que los ejemplos y la cultura que prevalece en los mismos consiste en hacerse ricos como primer propósito y luego sumarse a la simulación y la apariencia que arropa el país por los cuatro puntos cardinales.

El país necesita nuevas caras y jóvenes de espíritu, sin que necesariamente los sean biológicamente, porque encontraremos hombres viejos con rostros que no cansan, que son auténticos jóvenes de pensamiento y de acción, cuyo principal compromiso es con su patria y no con los mezquinos intereses que hoy se tragan a nuestra querida República Dominicana.

Sí, es verdad, que el país necesita jóvenes, pero no jóvenes tan viejos que no tengan la fuerza ni la convicción  para cambiar nada, tal vez por falta de visión o sencillamente porque están comprometidos con el mal legado de los viejos.

La juventud biológica no basta, se necesita mucho más que eso, lo cual no parece tan fácil en una sociedad intoxicada de malos ejemplos, donde la principal presión que se tiene proviene de la propia familia, en la que importa más que nada los bienes materiales, que es por los que se mide el éxito de los hijos, de los amigos y de todos los allegados.

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Editorial

La solemnidad de una justicia con pies de barro.

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La promoción de la vía de hecho por la ineficacia de la justicia nacional, son muy pocos los quieren verla, unos por su baja formación y su pensamiento no profundo y otros porque son parte del mal.

Pero lo cierto es que el fenómeno constituye un problema de una magnitud insospechada y de una peligrosidad que amenaza las propias entrañas de la fallida democracia nacional.

El asunto no parece tener una solución fácil en razón de que tiene un componente profundamente político y cultural.

Los debilidad y la vocación de violar la ley suprema y las adjetivas de la noción puede echarlo todo a perder, sobre todo porque no se trata de un mal a nivel de una sola instancia publica, sino de todo el tejido social e institucional.

El nivel de la problemática del sistema de justicia nacional se podría convertir en una falta que también comprometa la responsabilidad civil y penal del Estado porque se trata de la violación de derechos humanos fundamentales protegidos por el derecho internacional,

Son múltiples y variadas las violaciones de los derechos fundamentales en que incurren los tribunales nacionales a través del no respeto de los plazos razonables y en consecuencia de la tutela judicial efectiva, el debido proceso y el derecho a la defensa.

Otros principios constitucionales violados por los actores del sistema de justicia son el de celeridad, economía procesal y el de analogía, así como el del juez natural y el de estatuir ante pruebas aportadas por las partes,

En realidad se trata de un asunto de una dimensión inmedible, cuya solución no parece tan simple y sencilla.

Ahora mismo puede decirse  con toda seguridad que la ineficacia y contaminación politiquera del sistema de justicia produce en la nación un efecto que lo daña todo, absolutamente todo.

Es un verdadero cáncer que impacta todo el cuerpo social de la Republica Dominicana

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Editorial

Un problema que no se ve a simple vista.

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La educación superior dominicana, que como bien se establece en el reportaje que aparece en la sección “De Portada” de este diario, implica un problema que debe motivar profundas reflexiones para que el país se avoque a pasar de la deficiencia a la calidad de la enseñanza universitaria.

Pero este es un asunto que sólo puede solucionarlo el Estado, el cual no está en capacidad de dar los pasos para que al cabo de algunos años el cuadro pueda dar un giro positivo.

La tendencia entre los dominicanos es sólo ver lo que está frente a ellos, sobre todo en materia de educación universitaria, pero no hay forma de llevar su mirada crítica a lo que requiere de un esfuerzo más profundo y exhaustivo.

El gran problema de la educación superior del país es que no sólo la situación depende de la negligencia y la deficiencia del Estado, sino que además que no se cuenta con una cultura para crear un cuerpo profesoral preparado para impartir docencia a nivel universitario, aunque, naturalmente, una cosa depende de la otra.

De manera, que los resultados no pueden ser peores, cuyos egresados, penosamente, terminan su carrera con una formación tan precaria que en la práctica son analfabetos funcionales.

Lo peligroso del fenómeno es que la sociedad está frente a médicos que puedan matar al paciente, ingeniero civil que construya una obra que puede caerle en la cabeza en cualquier momento a sus propietarios y un abogado que no puede asesorar idóneamente a su clientes y en consecuencia poner en peligro, por su poca formación, la tutela judicial efectivo, el debido proceso y el derecho a la defensa.

De manera, que el asunto no es como se puede ver a simple vista, sino que se trata de una deficiencia que aparte de hablar muy mal de toda la sociedad, amenaza la seguridad nacional, todo como resultado de un problema integral que impacta a todo el Estado.

Lo grave del problema es que no se ven soluciones fáciles en el camino, porque además la explicación de una educación superior fundamentada más en el negocio vulgar que en un plan nacional para lograr los índices de desarrollo del mundo competitivo de hoy, es parte de una cultura nacional y de un neoliberalismo salvaje que se lleva de paso todo lo bueno.

La realidad es que no es posible poner en orden las universidades nacionales, ya que en el país todo está contaminado con la politiquería, de arriba hacia abajo y lo contrario, de abajo hacia arriba.

Se impone entonces la siguiente pregunta: ¿Quién nos sacará del tremendo tollo de la educación superior nacional, aunque la respuesta más realista es que no hay una respuesta convincente y que satisfaga.

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Editorial

El Oncológico es un espejo de un problema de un gran alcance.

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No son pocos los conflictos originados en sindicatos, clubes culturales y deportivos, cooperativas de ahorros y préstamos y los propios partidos políticos, que son asaltados por grupos de personas que los usan con fines muy particulares.

Puede decirse que se trata de un cáncer que resulta complicado erradicar, con el agravante que esa mala práctica es reproducida cuando personas con la misma filosofía de vida llegan a la administración pública, lo que explica la gran cantidad de casos de sustracciñn de fondos del patrimonio público.

Realmente el país está copado por los que piensan que deben llegar a este tipo de instituciones, las cuales no tienen fines de lucro, para manipular sus recursos y creerse incluso que es algo que legítimamente les pertenece.

Un ejemplo muy elocuente al respecto son los partidos políticos, los cuales son manejados como empresas privadas y propiedad de particulares, pese a que en  realidad se trata de una figura que está legalmente regulada y que no puede ser jamás un patrimonio personal.

Pero el mismo problema es encontrado por doquier, cuyos propiciadores de este tipo de conducta sumergen a la sociedad en un gran dolor de cabeza.

El asunto ahora se puede ver con lo que ocurre en el Patronato Cibao contra el Cáncer, cuya institución juega un papel de primer orden para combatir una enfermedad tan severa y mortal como esa.

El problema del Oncológico del Cibao ha entrado ya a los tribunales competentes y sólo se espera un desenlace que tal vez no sea la panacea al problema, porque se van unos con un criterio equivocado en el manejo de este tipo de organizaciones, pero llegan otros que no difieren, absolutamente en nada, en la forma de ver el asunto.

Independiente de cual sea la decisión del tribunal que conoce el caso, debe admitirse que la sociedad dominicana está frente a una cuestión que lesiona lo más profundo de la sensibilidad humana, sobre todo porque no hay ningún tipo de arrepentimiento.

Hoy ha salido a la superficie el conflicto en el Patronato Cibao contra el Cáncer, pero la raíz del conflicto, con una explicacion profundamente cultural,  es que una gran cantidad de instituciones sin fines de lucro hoy permanecen asaltados por grupos de «vividores» que  ponen en tela de juicio las  bases de la dominicanidad.

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