Por Nelson Encarnación
Lo primero que debo decir es que no acostumbro escribir en este espacio acerca de las personas con las que tengo una relación de subalternidad laboral. En realidad, creo que lo hice en una ocasión, y fue cuando un superior era sometido a un bombardeo de calumnias. Mi reacción fue más bien en defensa de un amigo, no de un jefe.
Sin embargo, en esta oportunidad dedicaré estas líneas para referirme al doctor Leonardo Aguilera.
Para la inmensa mayoría del pueblo dominicano, fundamentalmente el pueblo más politizado, en un país ampliamente politizado, Aguilera es conocido como sinónimo de encuestas, en referencia específica del Centro Económico del Cibao.
En ese campo tiene un ganado espacio como investigador de las tendencias electorales, sus cifras y gráficos, que son los renglones hacia donde se dirige el interés —quizá pudiéramos decir el morbo o la curiosidad— de medios, políticos, periodistas y comunicadores.
Pero muchos no saben que Aguilera es mucho más que encuestas y cuadros; proyecciones estadísticas con aciertos y yerros, como es lógico en estos menesteres.
Leonardo Aguilera es un ejecutivo a la más exigente aplicación del término; un gerente de mucho vuelo.
Gerente es cualquiera que lleve la denominación. Pero un buen gerente no aparece con frecuencia. En el caso de Aguilera lo he comprobado en un año y pico de estar trabajando con él en la Refinería Dominicana de Petróleo, donde ha puesto de manifiesto, no sólo una asombrosa capacidad de trabajo, sino una visión gerencial que se expresa en los números de la empresa, de los cuales corresponde a él divulgar en el momento oportuno.
He quedado asombrado con esa capacidad y se lo he dicho en privado. Ahora lo hago en público, porque merece que se sepa que la principal empresa de combustibles en la República Dominicana no podía caer en mejores manos.
Y otra cosa muy importante a poner de manifiesto en la evaluación de un buen ejecutivo es que algunos suponen que serlo significa acaparar todas las decisiones y atribuirse los éxitos, mientras colectiviza los fracasos.
Un gerente así no es bueno. Más bien es un dictador o un egoísta; o ambas.
Delegar responsabilidades —eso sí, bajo su supervisión— es uno de los capítulos esenciales en el librito de Aguilera. Y le ha dado resultados.
Ahora, paso a justificar estas líneas. En primer lugar, porque lo que estoy señalando es enteramente cierto. Segundo, porque las cosas buenas de las personas que tratamos debemos decirlas nosotros, no los adversarios, que no lo harán.
Y por último, porque trabajar a las órdenes de una buena persona, que además es excelente ejecutivo, es una combinación que no siempre se logra.