Por Víctor Víctor
Tengo muy buenos amigos escritores, aquí y extranjeros. Conversé y converso con poetas mayores, algunos tan pacíficos como una tortuga dormida, o tan tristes y violentos como su exilio.
Con tanta gente de la literatura hablé y hablo y nunca mencionamos una gota de novela alguna, nunca tocamos ni un poema. Saben que aprecio poco esas confesiones tan personales como los despojos. Eso sí, siempre tocamos rapidamente a Nicanor Parra, el de esos poemas que hacían sombra a Neruda, o mencionamos muy por lo bajo a Braque, el cubista francés cuyas palomas volaron tantas veces sobre Picasso.
Un poco de Ciorán y ya. Preferimos hablar de política, nunca de quien ganó tal premio. Siempre terminamos expresando nuestro deseo de renunciar a esta sociedad o que por lo menos nos acusen en algún periódico de terroristas, delincuentes, atracadores de bancos y otras bellezas de las que Durruti se iba a sentir orgulloso. Y no es que quisiéramos ser todo lo que nuestros supuestos acusadores publicarían, es que sería bueno establecer nuestro disgusto ante tanto purismo chatarra, bendiciones y misas y comentaristas
En casa veo hacia los altos libreros y me complace haber leido un poco de la poesía de Enriquillo Sánchez, Andrés L. Mateo, Soledad Alvarez, Tony Raful, Jochy Marmol, Norberto James, y los ‘dones’ Freddy Gatón, Domingo Moreno, Franklyn Mieses Burgos, Pedro Mir, Manuel Del Cabral, Freddy Miller, Juan José Ayuso, René del Risco y no sigo, que son muchos y no puedo, me empalago de nacionalidad y no caben los exranjeros que son más y peores.
Estoy seguro que ninguno de ellos ni sus poemas, ni las novelas y amagos de novelas, ni ensayos, ni cuentos, ni nada escrito sobre la tierra me ha hecho ser mejor que nadie. Nada leido me ha convertido ni siquiera en pichón de intelectual ni en prospecto de artista.
Lo que si me hizo mejor fue la amistad con mi viejo, un obrero que me enseñó a Marx sin ser marxista y de él aprendí todos los misterios del trabajo. Mi padre me enseñó, también, que había que ‘ver antes de hablar’ o que ‘todo lo que la gente hace es mejor que lo que dice’. Aprendí la importancia del trabajo colectivo en la lucha contra los remanentes trujillistas. Valoré todos los esfuerzos de la revolución cubana y el sacrificio del pueblo vietnamita por ser libre.
La gran enseñanza de todo lo aprendido fue descubrir las mil y una vainas que inventa la gente sencilla y ‘no leida’ para vivir juntos y su permanencia en cada rasgo que identifica cada sociedad. Una manía que no se me quita. (Entonces, no importa cuantos libros usted leyó, amigo, ni si los escribió uno de aquí o fue un extranjero, lo importante es lo que usted haga con lo aprendido para ser mejores y hacer felices a quienes le rodean).
Que mueran de amargura las inútiles ratas de biblioteca con su verborrea inútil e innecesaria.