Nelson Encarnación
La primera visita realizada por el presidente Luis Abinader al interior del país, apenas días luego de asumir el Gobierno, fue a la ciudad de Pedernales para dejar fehacientemente establecido su compromiso con el desarrollo, no solo de esa provincia, sino de toda la región suroeste del país, preterida durante toda la historia de la República.
Y para que se entienda que su determinación no tiene revés, el jefe del Estado ha realizado al menos tres visitas más, entre ellas una para la celebración de un Consejo de Gobierno, ocasión en la cual fueron definidas cuestiones fundamentales para llevar a la práctica su idea de cómo sus políticas deben impactar positivamente, en este caso a la provincia de la cual provengo, y cuyos lazos con mi vida son inquebrantables.
El plan de desarrollo de Pedernales, se supone, debe marchar conforme la concepción del presidente de la República.
Sin embargo, últimamente han surgido voces que se amparan en un supuesto interés por la conservación de los recursos naturales que pretenden obstaculizar los planes del Gobierno, bajo argumentos totalmente infelices.
Y es ahí donde deben hacerse valer los planes del mandatario, quien bajo ninguna circunstancia debería dejar que sus iniciativas sean desviadas, estropeando la real esperanza que miles de personas han depositado en la virtualidad de sus promesas.
El argumento de que la operación de un muelle turístico en Cabo Rojo atenta contra la vida de especies coralinas y arruinaría la actividad pesquera es una falacia que se desmorona con la historia.
El muelle de Cabo Rojo estuvo operando de manera intensa durante décadas, hasta que la Alcoa Exploration Company—real y casi único modo de vida con algún nivel en la provincia—cesó sus actividades hace más de 30 años, cuando el mercado de la bauxita cambió radicalmente.
Durante más de 40 años, la Alcoa y su puerto coexistieron de manera armónica con la biodiversidad de Cabo Rojo y todo el entorno industrial de la empresa, lo mismo que con la actividad pesquera de decenas de personas que han vivido del mar, también por décadas.
Es decir, que venir ahora a esgrimir la “defensa” de coralinos y pescadores no es más que un ardid que busca ocultar otros intereses que se oponen al desarrollo turístico y económico de una de las provincias que ocupan un lugar privilegiado en el mapa de pobreza en la República Dominicana.
Estamos seguros de que el presidente Abinader pondrá oídos sordos a esos argumentos y tal como lo tiene concebido seguirán adelante el muelle, el aeropuerto en Oviedo y las demás infraestructuras que incidirán de manera determinante para cambiar la vida en la zona.
Algo que debe quedar bien claro en este asunto, y es que el bombardeo que el denominado Grupo Jaragua lleva a cabo contra el desarrollo de Pedernales no es gratuito ni obedece a ningún celo medioambiental.
Ese grupo ha estado medrando en la zona desde hace tres décadas, sin poder mostrar ninguna impronta que se pueda entender como aportes a la vida de los que allí habitan.
Su accionar en la presente coyuntura tiene mucho que ver con el interés de mostrar acciones —mediáticas por demás— para justificar los aportes que recibe de fundaciones europeas.
La obligación y el interés del Gobierno de encaminar el desarrollo turístico de Pedernales está por encima de todo subterfugio subalterno.
Nelsonencar10@gmail.com