Por Nelson Encarnación
Los elogios, tan profusos como aberrantes, que han llovido sobre el cadáver de Henry Kissinger, dibujan este mundo como una enorme contradicción, cuando se trata de analizar el comportamiento de quienes dominan la escena internacional.
No cabe duda de que Kissinger fue, durante su luenga vida terrenal y su largo ejercicio público, una personalidad sobresaliente, dueño de una amplia experiencia de Estado y de una impronta indiscutible en la arquitectura de la geopolítica global a partir de la II Guerra Mundial.
Hay quienes consideran que Kissinger fue el más influyente político estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, luego de que la primera fuera dominada, por mucho, por el presidente Franklin Delano Roosevelt.
Su trabajo como secretario de Estado en las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford, está marcado en política interna por su gran influencia sobre esos mandatarios, y en política exterior por toda la maldad que es posible concebir en una persona.
Este canalla que acaba de volar al infierno a la nada despreciable edad de 100 años, tiene entre sus haberes malignos ser el cerebro indiscutible de la nueva versión de la política del gran garrote del otro Roosevelt, magnificando esa doctrina mediante la proliferación de dictaduras.
La implementación del llamado “Plan Cóndor”, hijo legítimo de Kissinger, ha sido el laboratorio criminal más atroz patrocinado por Washington a lo largo del último siglo, pues vino a darle la razón a Simón Bolívar cuando advirtió, hace 200 años, que los Estados Unidos parecería destinado por la providencia a plagar de dictaduras y miseria al continente americano.
La sangre derramada por los dictadores criminales del Cono Sur y Centroamérica da para aumentar el caudal de los ríos de esas regiones, pues se cuentan por miles los asesinados y desaparecidos que la guerra sucia produjo.
Kissinger nunca se lavó las manos para quitarse la sangre vertida por las víctimas del Plan Cóndor en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay, Paraguay, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala.
Es decir, fue un talento puesto casi exclusivamente al servicio del mal, motivo por el cual no vemos ninguna razón para que haya un elogio tan abundante hacia un criminal, por vía directa e indirecta, que tanto daño causó a la democracia de América Latina. ¡Que nunca descanse en paz, Henry Kissinger!