Por Narciso Isa Conde
Este sistema generador de desigualdades dramáticas, empobrecimientos, abusos, corrupción, caos… no cae por si solo. Es como el caimito.
Hay que tumbarlo para reemplazarlo, comenzando por contribuir a erosionar desde la democracia de calles su modalidad de dictadura política y su dictadura de clase.
Eso exige direccionalidad, articulación de fuerzas, conducción, presencia significativa del factor conciente y de las redes de militantes revolucionarios con visión estratégica y antisistémica al interior de las grandes movilizaciones, protestas y posibles estallidos. Y en eso hay un retraso que genera incertidumbre.
Los agrupamientos pequeños que con esas características confluimos en espacios como la Izquierda Revolucionaria somos débiles y todavía no debidamente compactados. La dispersión teórica-política, la limitada presencia orgánica en el territorio nacional… la desvinculación con el movimiento real… nos siguen afectando significativamente, pese a ciertos avances alcanzados.
Los componentes revolucionarios no organizados en partidos son significativos y es mucho lo que podría generar la superación de ese cuadro de dispersión con esa importante suma, para tomar en grande las calles y politizar la confrontación social; tal como lo demuestran las recientes jornadas de protestas.
De todas maneras ha surgido ya una corriente transformadora que apunta en esa dirección, diferenciándose cada vez más de las franjas reformistas y derechizadas procedentes de las viejas izquierdas. El reto es convertir esa corriente, al calor de las nuevas luchas, en un referente nacional, en una fuerza significativa, enraizada en el pueblo.
En esa dinámica de acumulación el tema electoral debe entenderse como algo subsidiario, subordinado, a los avances que puedan lograrse por vía extrainstitucional, dirigidos expresamente a debilitar la dictadura morada y sus amarres institucionales.
Eso debe depender de la fuerza del contrapoder que al calor de esas acciones se logre construir, de las grietas y erosiones que se le puedan hacer a este tipo de dictadura, y del grado del cerco de presiones que la democracia de calle y la propuesta de Nuevo Sistema Electoral y de Constituyente Popular y Soberana -junto a todos los ejes y demandas movilizadoras- logren tenderle al poder establecido para situarlo a la defensiva.
Es necesario, en consecuencia, asumir con firmeza una línea de desobediencia civil e insubordinación ciudadana y popular frente una dictadura cada vez más palpable, que no deja pasar ni siquiera a las fuerzas del sistema no subordinadas al PLD (caso PRD).
Y hay que asumirla desde la indignación popular, por vías, métodos y medios que puedan tornarse cada vez más multitudinarios, para desde ellos contrarrestar la violencia dominante en expansión y potenciar las capacidades de autodefensa popular.
Esa ruta contribuiría a forjar nuevas fuerzas conductoras y a potenciar políticamente nuevos actores y sujetos del cambio vinculados a temas y problemas mayores como el de clase explotada, género oprimido, narco-delincuencia, corrupción, generaciones discriminadas, destrucción ambiental, discriminación racial y sexual, para así contribuir progresivamente a la creación de un gran movimiento político-social transformador de nuevo tipo, abierto a la diversidad.
De esa ruta debe considerarse inseparable, fundamental, la adopción de una propuesta política sencilla, que pueda ser asumida por el pueblo, tipo Constituyente participativa y soberana; portadora de una nueva institucionalidad y un nuevo orden jurídico-político, social económico y cultural alternativo a esa dictadura, a la dependencia y a los pilares del neoliberalismo; y claramente diferenciada del quehacer de las fuerzas conservadoras que han gobernado.