Rosario Espinal
Aunque el capitalismo genera sus crisis con frecuencia, se puede decir que, en las dos primeras décadas del siglo 21, en general, el mundo vivió un período de crecimiento económico que, por un lado, mejoró las condiciones de vida de mucha gente, y por otro, aumentó las desigualdades.
En la República Dominicana, aunque mucha gente no cree que hay un segmento importante de la población en estratos de capas medias, los datos económicos y la autoidentificación de la ciudadanía (antes de la pandemia) así lo indican.
La consolidación de la clase media dominicana, aunque con vulnerabilidad, se debió al crecimiento general de la economía en el periodo 2005-2019, unido al acceso al crédito internacional y la ampliación de programas sociales que sacaron gente de la pobreza.
La autoidentificación de clase es particularmente reveladora del sentido de movilidad social de los dominicanos. En el 2018, la encuesta de Latinobarómetro preguntó a los encuestados si se consideraban pertenecientes a la clase alta, clase media o pobre. El 42% se identificó como clase media y el 17% como clase alta (el promedio para toda la región fue 37% y 8% respectivamente).
El porcentaje dominicano de autoidentificación de clase media no está muy lejos del porcentaje de la población por estratos de ingresos medios que ofreció la CEPAL para la República Dominicana en su informe de 2019 (37.9%), pero sí del 0.4% en estrato alto.
El COVID-19 ha dado un golpe mortal al proceso de crecimiento económico en la República Dominicana y muchos otros países. Las medidas de confinamiento han llevado al cierre de muchos negocios y a la pérdida de empleos que han impactado negativamente en los ingresos.
En la medida que se controla la expansión del virus reabren los negocios, pero hay sectores de la economía que permanecerán rezagados por buen tiempo. Un ejemplo es el turismo y los negocios conexos, ya que, el flujo de turistas internacionales depende no solo de lo que ofrezca la República Dominicana, sino también de las condiciones en los países emisores de turistas donde la pandemia ha golpeado duro.
Por otro lado, no se sabe todavía el efecto sicológico que tendrá la pandemia en la actitud hacia el consumo. Unos plantean que vendrán años de exuberancia y consumismo como ocurrió en la década de 1920, después de la pandemia conocida como la gripe española; mientras otros pronostican que los consumidores serán más cautelosos por un tiempo.
Sin duda, en épocas de achicamientos de la economía privada, el Estado juega un papel vital en la distribución de recursos. Así sucede actualmente en muchos países, incluida la República Dominicana.
El problema radica en que, al caer las recaudaciones por la ralentización de la economía, el Gobierno acude a mayor endeudamiento, que, eventualmente, pasa factura al país, en tanto los acreedores comenzarán a requerir aumentos de impuestos para asegurar el pago de la deuda y poder prestar más. Y, mayores impuestos significan menor disponibilidad de recursos para la población, que ya está siendo duramente castigada por la pandemia. Este ciclo da cuenta del paso a la estrechez.
El dilema del Gobierno dominicano actualmente consiste en que, si disminuye gastos para moderar el nivel de endeudamiento, profundiza la recesión. Pero si aumenta los gastos con más endeudamiento para promover la recuperación económica, más adelante, el país podría enfrentar una crisis de deuda externa que también genera recesión. Ambos escenarios son devastadores para las capas medias que en años anteriores crecieron.
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY