Por Nelson Encarnación
El 30 del pasado mes de junio se cumplieron 27 años del único balotaje que se ha celebrado en la República Dominicana, una figura introducida en la Constitución de 1994 como parte de muchas de las transacciones a que tuvieron que arribar los principales actores de la política nacional en medio de la peor crisis poselectoral que ha conocido este país en 60 años de votaciones sucesivas.
Digo que es la peor, si bien alguien pudiera considerar que la crisis de 1978 fue más compleja. Sin embargo, yo rebatiría, puesto que, en el clímax de aquella confrontación, ya no estaba en disputa el ganador de la presidencia ni se estuvo a un tris de un enfrentamiento de consecuencias impensadas, como en 1994.
Sobre esta crisis electoral y política—de la que se cumplen 30 años en 2024—se ha hablado mucho, pero faltan detalles fundamentales como los que me propongo ofrecer en un libro que proyecto publicar el próximo año, siempre que las circunstancias, en todos los aspectos, lo permitan.
Por ahora me ocuparé de la segunda vuelta, celebrada el 30 de junio de 1996—cuarenta y cinco días después de la primera ronda del 16 de mayo—, y que, como lo resalto al principio, ha sido la única.
Este balotaje se celebró entre los candidatos José Francisco Peña Gómez, del Partido Revolucionario Dominicano, y Leonel Fernández, del Partido de la Liberación Dominicana, quien emergió victorioso, gracias al apoyo del presidente Joaquín Balaguer y de una franja notablemente mayoritaria del descartado Partido Reformista Social Cristiano.
Es oportuno hacer notar, asimismo, que las reformas constitucionales en medio de aquel trauma abarcaron una amplia temática, de las cuales algunos puntos resultaron meros pasos apresurados para salir de un problema, y no perduraron precisamente por el inmediatismo que les caracterizó.
De ellas sobrevive, justamente, el requisito de la segunda vuelta en caso de que ninguna candidatura alcance el 50+1.
El tema es oportuno, en razón de las expectativas de que las elecciones de mayo próximo pudiesen tener, como en los casos anteriores, un desenlace en primera vuelta.
De no producirse, la doble vuelta readquiriría sentido casi tres décadas después de su establecimiento, lo cual, en definitiva, sirve de reafirmación sobre la fortaleza de los partidos de mayor arraigo.