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Editorial

Con Penas y Glorias se Resume Historial de dos altas cortes.

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El Tribunal Constitucional y el Tribunal Superior electoral más que servir en algunos casos  para fortalecer la democracia nacional, han sido un instrumento de justificar y tolerar, por ejemplo,  el mal comportamiento de los partidos políticos.

Este periódico estima que nadie se atrevería a afirmar que los partidos políticos no son una plaga que más que sanear la sociedad, la contaminan con una conducta que realmente avergüenza al menos decente de los dominicanos.

El Tribunal Constitucional, el cual nadie puede negar que ha funcionado en aquellos aspectos que no tienen nada que ver con el partidarismo político, cuando se analiza su tolerancia con las andanzas de estas organizaciones cualquiera se entristece.

Es tan grave el problema que en el país se puede hablar de que estas altas cortes han servido para mucho en el aspecto de las leyes del régimen electoral, registro civil, entre otras, pero jamás para promover una verdadera persecución de la violación de los derechos políticos y electorales constitucionales por parte de la partidocracia.

No hay que ser un gran abogado para darse cuenta de lo complaciente que son las sentencias que emite el Tribunal Superior Electoral con la llamada partidocracia.

Es impresionante la superficialidad con que se manejan los jueces de esta alta corte cuando tienen que darle salida a las violaciones que en esta materia se producen en contra de la Constitución de la República.

Pero igual hay que decir del Tribunal Constitucional, ya que no hay una sola jurisprudencia o sentencia erga omnes en lo que respecta a los partidos políticos, los cuales cometen grandes actos que riñen con la transparencia, la ética y la buena moral que demanda la Constitución de la República, por ejemplo, en su artículo 216, entre otros.

Ray Guevara se va del cargo con una gran deuda pendiente con la sociedad dominicana en lo que respecta al manejo de los partidos políticos y su poca transparencia en función del mandato  de la carta magna, a fin del logro de una mejor democracia y  de la institucionalidad de la sociedad dominicana.

La peor lacra de la democracia dominicana queda ilesa de la gestión de Ray Guevara en el Tribunal Constitucional, ya que no hay una sola sentencia que castigue el mal comportamiento de los partidos políticos, que daña a todos los dominicanos, pero que favorece  la desgraciada y destructora partidocracia.

Todos los casos conocidos por el Tribunal Constitucional en esta materia parece que no merecían ninguna buena ponderación de los jueces del alta corte  y ahora resulta que 12 años después seguimos con el mismo problema y tal vez con un fortalecimiento del régimen de impunidad que prevalece de forma integral en la sociedad dominicana.

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Editorial

La degradación de la política en los Estados Unidos.

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Desde hace mucho tiempo que se escucha decir que los Estados Unidos han iniciado en el campo político un tránsito indetenible hacia el tercer mundo.

Ese convencimiento en muchos lugares del mundo no luce que sea solamente por la carestía del costo de vida y la predominación de empleos de mala calidad, sino, principalmente, por el aparecimiento de una figura que no respeta nada ni a nadie.

Donald Trump ha demostrado la fragilidad del sistema norteamericano con violaciones de la ley civil y penal que lo iguala a lo que ocurre allí con los llamados países del tercer mundo.

Donald Trump ha dejado claro que tiene más poder y fuerza que los instrumentos que tiene el Estado para combatir el crimen y el delito.

Sin embargo, se observa que este personaje parece haber entrado en decadencia con la entrada en escena como candidato presidencial de Kamala Harris.

Aunque, naturalmente, nadie todavía puede cantar victoria, porque Trump se mueve entre altas y bajas, pese a que políticamente se ha beneficiado más de la primera que de la segunda.

Ello así, aunque su discurso es discriminatorio, promotor de violencia y de una serie de irreverencia, pero la mas o  mayor perjudicada es la sociedad norteamericana.

Su agresividad ha sido tan radical que aparte de atacar instituciones sagradas de la vida de los Estados Unidos, ha intentado acabar o eliminar organismos de seguridad como el Buró Federal de Investigaciones (FBI), al cual ha atacado sin piedad.

Ahora se podría decir que la principal amenaza a la permanencia de Trump en la vida pública de los Estados Unidos de América sea su edad, porque de otra manera no habría forma de apartarlo de la política de esa nación.

Las elecciones de noviembre podrían ser el último eslabón de un Donald Trump que no para de ofender y de alguna manera burlarse de la sociedad que dice defender.

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Editorial

Antivalores impuestos por el Estado arropan sociedad dominicana.

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 Los perfiles de la sociedad dominicana indican desde hace muchos años que somos una nación profundamente patológica.

El estudio que sirve de base para esta afirmación y que se publica en la sección De Portada de este periódico, deja claro que la República Dominicana presenta un cuadro que requiere de un tratamiento especial.

Lo malo de esto que lo que se refleja en la investigación en referencia confirma la tesis de que el dominicano ha sido arropado por una serie de antivalores, cuyo principal promotor es el Estado.

La cuestión es que nadie confía en nadie, todo el mundo duda de los demás, es un asunto que impacta de una forma muy severa el desarrollo social, lo cual también daña lo económico.

Pero lo preocupante no es sólo conocer y analizar esa realidad, sino pensar en cómo darle solución a un problema que ha minado los cimientes ético-morales de los dominicanos.

Lo más lamentable de esta realidad es que nadie toma el asunto en serio y cuando alguien expresa su preocupación sobre lo que ocurre es considerado como un desfasado y desadaptado social.

De manera, que se trata de un problema de fondo que no se soluciona con acciones simples y sin consistencia.

La pregunta es cómo enfrentar esa cultura de “dejar hacer y dejar pasar”, cuya sociedad sobrepone lo económico por encima de cualquier valor familiar, moral o social.

Esta encuesta retrata de cuerpo entero una sociedad profundamente enferma y con tendencia a empeorar hasta poner en peligro su propia existencia.

De cada uno de los dominicanos depende que esa realidad cambie, pero para ser realista mientras el Estado no se maneje con un criterio diferente, es decir, promover valores, más que anti valores, muy difícilmente el cuadro se pueda revertir.

 Tenga toda la seguridad de que así es, hermano conciudadano.

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Editorial

Las fortunas, aunque mal habidas, es una garantía de vigencia en el escenario político nacional.

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Cada día se confirma que el discurso de los políticos es sólo un instrumento para mentir y vender una percepción que no tiene nada que ver con la realidad.

Esa forma de ver la vida parece que será la principal causa para que la República Dominicana colapse totalmente.

Tanto es así que el presidente Luis Abinader y el PRM se han encargado de dejar claro que la falta de transparencia y de ética sólo tienen sentido si el personaje involucrada no está con su causa.

Esta conducta de Abinader y el PRM se confirma con la designación de Julio Cesar Valentín en la Superintendencia de Seguros, ya que cuando fue imputado de corrupción en el caso Odebrecht fue causa de satisfacción por parte de los oficialistas, pero hoy celebran y bailan juntos.

Pero esta realidad no se da porque se trata de Valentín, sino de cualquier otro peledeísta imputado de corrupción que se pase al gobierno, porque al ser todos iguales su maldad está determinada por el litoral en que se encuentre el personaje involucrado.

De manera, que unos y otros son pájaros del mismo nido, aunque se proyecten con nombres y colores diferentes.

La gran desgracia de la República Dominicana tiene que ver con la cultura depredadora de su gente, lo cual probablemente es peor que la falta de institucionalidad, de la pobre fiscalización y de los bajos niveles de regulación que impactan al Estado.

Es una carrera en contra del tiempo que parece ser silenciosa, pero que en realidad no lo es, porque el comportamiento de la clase política deja claro que su nivel de interpretación y planteamiento de soluciones no llega más allá de su prioridad que es enriquecerse al precio que sea.

Por eso la preocupación de los que conforman los partidos de turnarse en la repartición del patrimonio nacional, no otra cosa, no deja margen para creer que haya mecanismos eficientes para combatir ese mal.

Es un problema de grandes magnitudes, porque no hay quien pueda dar el primer paso para combatir el principal instrumento de la corrupción y el atraso como son los partidos políticos, los cuales con su irracionalidad y falta de delicadeza, no dejan ninguna vía y mucho menos se ve alguna vocación para erradicar ese mal comportamiento.

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