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Editorial

El caso Donald Trump envía una señal equivocada de los Estados Unidos al resto del mundo.

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Este periódico desde que Donald Trump ascendió a la presidencia de los Estados Unidos ha sostenido que esta potencia ha sufrido un fuerte revés en su sistema institucional e incluso en una serie de valores cívicos y democráticos.

Trump ha sido un radical de ultra derecha que ha puesto en tela de juicio una serie de logros de la sociedad norteamericana en materia judicial y de sanción al delito político y común, cuyos tribunales  siempre ha dado ejemplos muy severos de no transigir ante los trogloditas que han intentado quebrantarlo.

Era prácticamente imposible imaginarse que los Estados Unidos iba a retroceder institucionalmente, sobre todo porque todo el mundo sabe que la operatividad de esa sociedad no es el resultado del capricho y la casualidad, sino de un desarrollo económico y social que dejó como resultado una clase muy consciente de su papel.

Sin embargo, el caso Trump parece como una negación de unos avances que de alguna manera impacta a todo el mundo, porque la principal potencia del planeta se la pasa al acecho de aquellos que quebrantan el orden democrático en cualquier lugar de todo el globo terráqueo.

Los partidos políticos de los Estados Unidos, el Republicano y el Demócrata, pero principalmente el primero, se dedica a buscar desacreditar  órganos con tanta credibidad en temas de investigación criminal como el FBI.

Cuando los miembros de este cuerpo policial llega a cualquier lugar crea miedo y temor, porque el mismo no da ningún paso hasta no contar con todas las pruebas pertinentes, lo cual ha ocurrido ante el secuestro por parte del exmandatario de una documentación muy sensible que debe permanecer en el entorno de la Casa Blanca.

Los republicanos lucen que no entienden las lamentables consecuencias que implica para la sociedad norteamericana los ataques despiadados para mellar la credibilidad del Departamento de Justicia y del FBI.

Evidentemente que la politiquería se ha puesto por encima de la vida institucional de los Estados Unidos, exactamente como ocurre en las naciones del tercer mundo, donde este fenómeno ha arruinado loa credibilidad de las democracias.

La ofensiva de la politiquería, sin lugar a dudas, arroja resultados destructivos de una de las democracias, sino la más fuerte e inquebrantable del mundo, por lo menos una de ellas,  cuyos protagonistas de la desviación son aquellos que debían preservarla.

Este diario considera que la justicia de los Estados Unidos es la que afronta el más grande reto para detener que este destructivo fenómeno termine con el crédito total del Estado y de la sociedad norteamericana, lo que impactará a todas las nacionales del mundo, grandes y pequeñas, ricas y pobres.

Quien se atreve a cuestionar que la vigilancia de la sociedad norteamericana al resto del mundo es un dique de contención a los abusos en el manejo del patrimonio público y de una serie de valores democráticos, pero a partir de lo que ocurre actualmente habría que preguntarse sin esta nación seguirá teniendo moral para ello.

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Editorial

Un hecho que hiere la conciencia nacional.

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La violación sexual de una adolescente haitiana durante un operativo de la Dirección General de Migración representa una afrenta en contra de toda familia sin importar en qué lugar del mundo ocurra y la nacionalidad de la víctima.

Puede producirse en cualquiera de los continentes que conforman el mundo y no hay forma de justificar semejante aberración.

Todo el que tiene algún sentimiento paternal tiene que indignarse con semejante aberración, la cual constituye la que más heridas psicológicas y físicas produce en sus víctimas.

Esa es una forma de arruinarla la vida un ser que apenas comienza a vivir, cuyos traumas la acompañarán durante el resto de su existencia.

No hay forma de concebir semejante crimen, porque en realidad la violación sexual es uno de los peores recursos de cualquier degenerado en contra de sus víctimas.

Cualquier buen ciudadano, no importa que tan poca o muy civilizada sea su nación de procedencia, no puede sentirse cómodo con que un degenerado sobre la base del poder público cometa semejante agresión, pero peor aun en contra de una persona que todavía se puede definir como una niña.

Ya el Gobierno ha reaccionado al respecto, pero el asunto no permite dilaciones, porque el remedio tardío puede ser mucho peor que la enfermedad y la sociedad dominicana no puede darse el lujo de proyectarse ante la comunidad internacional como una nación de salvajes y de perversos que se escudan en la ley para cometer sus atrocidades.

No hay forma de justificar semejante acción, sin importar las diferencias migratorias y a otros niveles con los haitianos, porque el crimen cometido por miembros de la Dirección General de Migración trasciende todas las fronteras.

El que viola a una haitiana de igual lo hace con una dominicana o con cualquier otra persona, porque se habla de un enfermo que merece tratamiento clínico y de la sanción que dispone la ley para este tipo de conducta.

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Editorial

La desgracia que nos acecha.

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La forma de manejarse del Gobierno de Luis Abinader y del Partido Revolucionario Moderno (PRM) representa un gran reto para la República Dominicana, porque esta entidad no cuenta con un pensamiento y una planificación estratégicas.

Desde su llegada al poder ha quedado demostrado que no piensa nada de lo que hace, lo cual explica la falta de visión de Estado tanto del mandatario que se gasta el país y del partido que lo sustenta.

Abinader le ha buscado una solución incorrecta para satisfacer el pedido de entrega de fondos adicionales a los partidos políticos, incluido el oficial, la cual implica una modificación no pensada de la Ley de Presupuesto.

Pero lo peor de todo es que nadie, absolutamente nadie, somete a la transparencia que manda la Constitución de la República a los partidos políticos que reciben altas sumas de dinero del Estado sin rendirle cuenta a nadie.

En realidad no se sabe de qué se habla cuando se recurre a  una expresión muy común de que los partidos son el soporte de la democracia.

Tremenda mentira, porque si a la verdad vamos son la mejor expresión de la desgracia nacional.

La partida que ahora entrega el Gobierno a los partidos políticos no es otra cosa  que una vía mas para promover la falta de transparencia y el mal manejo  de los dineros de las arcas nacionales.

Esta nueva partida entregada a la partidocracia significa un gran sacrificio para todos los dominicanos en razón de que ello traerá consigo un mayor endeudamiento público, pese a que ya es bastante.

La fiesta del dispendio y de la corrupción de los actores de la vida política nacional son, sin lugar a dudas, la más grave amenaza en contra de los mejores intereses de la nación.

Es una complicidad que involucra a todo el andamiaje oficial, la cual se inicia en el Palacio Nacional, entre a un amplio sector del empresariado, pasa por el Congreso Nacional, el sistema de justicia, incluidos los tribunales Constitucional y Superior Electoral y para colmo el fenómeno no deja fuera a los medios de comunicación social, sobre todo a los más grandes y que más incidencia tienen en la vida nacional.

A Dios que reparta suerte.

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Editorial

El país necesita una televisión pública con el mejor de los conceptos en esta materia.

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En los últimos, digamos, dos años, hemos sido testigos de algunos avances en lo que respecta a la televisión gubernamental, la cual se expresa a través de Radio Televisión Dominicana (RTVD).

La línea grafica de esta estación gubernamental mejora, naturalmente, la percepción que predomina en los países donde hay una verdadera cultura de la televisión pública no se fundamenta sólo en eso, cuyo detalle no implica que el país cuente con un verdadero canal de este tipo.

Es definitivamente mucho lo que falta por hacer, lo cual no depende solamente de que buenos técnicos manejen el asunto, sino también de sacar del entorno gubernamental un proyecto de televisión que tenga el propósito de que el país cuenta con un canal público bajo el estándar que existe en las naciones con grandes avances democráticos.

La televisión pública en la República Dominicana se hace prácticamente imprescindible para atacar la principal distorsión que aquella al país en lo que respecta a sus valores nacionales.

Tanto es así, que la televisión pública sería una muy buena aliada con los planes de mejorar el sistema educativo nacional, el cual, naturalmente, debe tomar sus propias medidas a partir de una visión más integral de ver el Estado dominicano.

Nótese que el pequeño logro en lo que respecta a la televisión gubernamental, no la pública, porque ahí interviene otro concepto, es el resultado de una persona que llega a RTVD y sugiere una serie de cambios en su línea gráfica que la proyectan de mejor manera, pero ello no quiere decir que se ajuste en todo el sentido de la palabra a esta forma de hacer televisión.

En lo referente a la televisión pública no hay forma de desarrollarla que no sea mediante la creación de instancias privadas, llámese fundaciones o patronatos, pero con veedores públicos que garanticen su eficiencia y que en la gestión se cuente con un código de ética que obligue a quienes la controlen a respetar los valores a que hemos hecho referencia.

Y todo parece indicar que hay una herramienta útil para este fin, que no es otra cosa que la Ley 47-20 de alianza público-privada e incluso la misma norma legal que rige a RTVD, la 134-03, la cual en su artículo 3 manda que se procure la descentralización de la televisión gubernamental, lo cual puede dar pie a que nazca en el país una verdadera estación pública.

En términos de televisión pública parece la vía más idónea para que la República Dominicana dé un salto cualitativo en favor de la dominicanidad, la democracia, el arte, el espectáculo y la cultura en general, pero además en el necesario proceso de restablecimiento de valores humanos, sociales, éticos y morales en el marco de la democracia.

El momento es oportuno para hacer cambios importantes en el campo de la televisión con la creación de estaciones públicas, no gubernamentales, para por lo menos promover lo que somos como país de una mejor manera, porque este tipo de televisión puede ser exportable por lo menos para los mercados donde hay una gran cantidad de dominicanos, como Estados Unidos y Europa.

 

 

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