En realidad, no las hemos contado, pero son muchas las veces, con seguridad por encima de las diez ocasiones, que este periódico ha dicho que la República Dominicana podría ser parte del fenómeno que se produce en Latinoamérica de repugnar con toda la fuerza del alma a los partidos tradicionales.
Sus errores son recurrentes, lo cual quiere decir que no quieren o no están en capacidad de entender que ya la gente no va a tolerar su mal comportamiento.
Son testarudos o sencillamente están tan comprometidos con lo mal hecho, que los dirigentes de los partidos tradicionales y todos los demás, ya no hay forma de que cambien.
Tal vez habría que hacerlos de nuevo.
Pero el problema estriba en que esta gente está formada para servirse, no para servir, son irracionalmente ambiciosos, muy ávaros y al propio tiempo están dotados de una pasión enfermiza por el poder.
Por esta razón, se ciegan o no ven para otro lado para no palpar el sufrimiento de la población que queda atrapada en medio de un pantano de corrupción y otras asquerosidades que atosigan, que dañan.
Esa cultura de hacer lo mal hecho ha servido para contagiar a todo el país y cuya consecuencia ha sido la generación de un cáncer que ya ha hecho metástasis, que ocupa todo el cuerpo social.
Es un asunto muy grave y no tan fácil de sanar, pero hasta por instinto, porque le pica la barriga, el pueblo dominicano parece haber escogido el camino de producir un cambio radical en la sociedad dominicana.
Cuando se usa la palabra radical, no se trata necesariamente de un cambio de Estado, es decir de capitalista a socialista o algo parecido, porque evidentemente que ello no es posible por la propia composición social que prevalece en el país, sino de que haya una mejor distribución de las riquezas nacionales, eliminación de la corrupción y de otras distorsiones de la democracia.
Esa debilidad, que no sólo es propia de los politiqueros, sino también del sector empresarial, que se le ha metido entre ceja y ceja que debe tener márgenes de beneficios muy cuantiosos, aunque para ello tenga que provocar hasta el mayor de los sufrimientos a los que no tienen nada.
Es ahí donde está la razón de los cambios que se pueden operar en la sociedad dominicana, no para mal, sin para bien de todos, incluidos los privilegiados de hoy, porque de esa manera no se ponen en peligro sus grandes intereses económicos.
A partir de ahí, los dominicanos, aunque con sus diferencias sociales, podrían vivir con menos tensiones y con la posibilidad de darles a sus hijos una educación y una salud aceptables y acorde con una mejor forma de hacer las cosas.
Es sólo eso.