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Editorial

El Periodismo y la «Democracia»

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Nadie puede negar que la sociedad dominicana en las últimas décadas ha entrado en una crisis que lo ha dañado prácticamente todo.

La industria de la comunicación social ha sufrido unos reveses muy duros, porque ha sido el vehículo para promover y preconizar anti-valores.

Sólo con medios de comunicación de masas muy claros de su función y un sistema educativo científico y eficiente se podría enfrentar el proceso que se profundiza en la sociedad dominicana, donde incluso la mayoría de los profesionales académicos no están preparados para el rol que supuestamente fueron formados.

Los periódicos, la radio y la televisión convencionales han sido, en cierto modo, una retranca para que la sociedad pueda excluir de su camino de progreso y bienestar a las lacras que lo dañan todo.

Por esta razón el periodismo por encomienda o por encargo y relativamente ético constituyen un peligro que amenazan la democracia.

El periodista con una imagen de hombre serio tiene mucha credibilidad, por lo que cualquier cosa que diga es asimilada por la gente como una verdad absoluta, pero si ese informador público es relativamente ético y defiende los intereses de aquellos que buscan fortunas a cualquier precio, entonces ésto representa un serio problema para el logro del desarrollo nacional, ya sea económico o institucional.

El periodismo de hoy, el cual tiene como base de sustentación las redes sociales, todavía no supera en credibilidad a los medios convencionales, porque el internet se presta a muchas distorsiones y en consecuencia el profesional de la comunicación social relativamente ético sigue y seguirá con un papel de primer orden en la aparente  democracia.

En el país se puede afirmar que los periodistas de mayor prestigio trabajan para grupos económicos que tienen muy claro cual debe ser la política informativa de sus medios y aunque estos informadores públicos combatan muchos de los problemas que aquejan  a la sociedad y que jamás reciban dinero de nadie para que hablen o escriban por encargo, pero siempre están maniatados por los empresarios dueños de medios que han acumulado grandes riquezas sobre la base del contrabando, el lavado de activos y otras vertientes de la corrupción, cuya responsabilidad por comisión o omisión  se extiende hasta los propios hacedores de opinión pública.

Este es sólo un aspecto de una democracia, como la dominicana, que cada día se deteriora como resultado de los niveles de complicidad y componenda entre los grupos económicos y los actores de la clase política,  quienes ejecutan  sus acciones con la mirada complaciente o hacia otro lado del periodista que habla o escribe por encargo, encomienda o porque ejerce la profesión sobre la base de una conducta relativamente ética.

El periodismo relativamente ético, por encargo o por encomienda toma cuerpo en el país, sobre todo porque el neo-liberalismo se ha apoderado de toda la sociedad, en la que importa más una mercancía llamada dinero que la defensa de los valores democráticos y la ética para el logro de un mejor país y unos medios de comunicación de masas al servicio de las mejores causas de la Nación.

El Colegio Dominicano de Periodistas y las escuelas de periodismo del país tienen en estos momentos de crisis una gran responsabilidad y reto para contrarrestar el mal que podría destruir todo el sistema democrático nacional.

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Editorial

Un año nuevo que llega lleno de preocupaciones.

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El discurrir nacional constituye una repetición de los problemas que arrastra el país desde antes de su nacimiento como república.

Nos asaltan las mismas deficiencias de hace por lo menos medio siglo, falta de un servicio de agua potable eficiente y lo propio hay que decir de la energía eléctrica, pese a que van y vienen préstamos que comprometen la capacidad crediticia per cápita de los dominicanos.

Este fenómeno tiene el agravante de que hace entrada un año que es la antesala de un proceso electoral que, si bien es para escoger a las autoridades nacionales, es una vía también para medir el desempeño de la democracia, la cual luce muy resquebrajada y débil.

El comportamiento ciudadano deja más preguntas que respuestas frente a un panorama tétrica, porque se observan muchos problemas tanto en el gobernante como en el gobernado.

De lo que si se puede estar seguro es que queda muy poco margen para evitar que la democracia entre en una crisis de proporciones insospechadas, dado que no es mucha la posibilidad para contrarrestarla, la cual se podría profundizar en un sistema sin ninguna credibilidad.

El soporte de la democracia nacional cada día sufre un mayor deterioro como consecuencia de que su herramienta principal, que no es otra que los partidos políticos, se mueve sobre la base de repetir una conducta desde el poder de lo mismo que se han pasado criticando a su contrincante cuando están en el gobierno.

Un buen ejemplo al respecto es PRM que fue un crítico en contra del PLD y ahora tras su llegada al control de la cosa publica repite la misma conducta de los morados.

Ello es así, por ejemplo,  en política exterior y endeudamiento público, así como en corrupción, que no forma de saber cuál es peor, pero lo propio hay que decir de Leonel Fernández y su llamada Fuerza del Pueblo.

Sin embargo, se advierte que a pesar del descredito de todos los partidos políticos, todavía no ha surgido en el escenario nacional ninguna propuesta que garantice una mejora del deterioro de la credibilidad de la llamada democracia representativa.

En lo que respecta al año que prácticamente hace su entrada, hay que decir, que si en los primeros seis meses del 2026 en el país no surge una propuesta innovadora, entraríamos en una curva de un retroceso peligroso para la democracia, porque se trata de un enfermo que podría resultar difícil, sino imposible, su sanación.

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Editorial

La solemnidad de una justicia con pies de barro.

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La promoción de la vía de hecho por la ineficacia de la justicia nacional, son muy pocos los quieren verla, unos por su baja formación y su pensamiento no profundo y otros porque son parte del mal.

Pero lo cierto es que el fenómeno constituye un problema de una magnitud insospechada y de una peligrosidad que amenaza las propias entrañas de la fallida democracia nacional.

El asunto no parece tener una solución fácil en razón de que tiene un componente profundamente político y cultural.

Los debilidad y la vocación de violar la ley suprema y las adjetivas de la noción puede echarlo todo a perder, sobre todo porque no se trata de un mal a nivel de una sola instancia publica, sino de todo el tejido social e institucional.

El nivel de la problemática del sistema de justicia nacional se podría convertir en una falta que también comprometa la responsabilidad civil y penal del Estado porque se trata de la violación de derechos humanos fundamentales protegidos por el derecho internacional,

Son múltiples y variadas las violaciones de los derechos fundamentales en que incurren los tribunales nacionales a través del no respeto de los plazos razonables y en consecuencia de la tutela judicial efectiva, el debido proceso y el derecho a la defensa.

Otros principios constitucionales violados por los actores del sistema de justicia son el de celeridad, economía procesal y el de analogía, así como el del juez natural y el de estatuir ante pruebas aportadas por las partes,

En realidad se trata de un asunto de una dimensión inmedible, cuya solución no parece tan simple y sencilla.

Ahora mismo puede decirse  con toda seguridad que la ineficacia y contaminación politiquera del sistema de justicia produce en la nación un efecto que lo daña todo, absolutamente todo.

Es un verdadero cáncer que impacta todo el cuerpo social de la Republica Dominicana

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Editorial

Un problema que no se ve a simple vista.

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La educación superior dominicana, que como bien se establece en el reportaje que aparece en la sección “De Portada” de este diario, implica un problema que debe motivar profundas reflexiones para que el país se avoque a pasar de la deficiencia a la calidad de la enseñanza universitaria.

Pero este es un asunto que sólo puede solucionarlo el Estado, el cual no está en capacidad de dar los pasos para que al cabo de algunos años el cuadro pueda dar un giro positivo.

La tendencia entre los dominicanos es sólo ver lo que está frente a ellos, sobre todo en materia de educación universitaria, pero no hay forma de llevar su mirada crítica a lo que requiere de un esfuerzo más profundo y exhaustivo.

El gran problema de la educación superior del país es que no sólo la situación depende de la negligencia y la deficiencia del Estado, sino que además que no se cuenta con una cultura para crear un cuerpo profesoral preparado para impartir docencia a nivel universitario, aunque, naturalmente, una cosa depende de la otra.

De manera, que los resultados no pueden ser peores, cuyos egresados, penosamente, terminan su carrera con una formación tan precaria que en la práctica son analfabetos funcionales.

Lo peligroso del fenómeno es que la sociedad está frente a médicos que puedan matar al paciente, ingeniero civil que construya una obra que puede caerle en la cabeza en cualquier momento a sus propietarios y un abogado que no puede asesorar idóneamente a su clientes y en consecuencia poner en peligro, por su poca formación, la tutela judicial efectivo, el debido proceso y el derecho a la defensa.

De manera, que el asunto no es como se puede ver a simple vista, sino que se trata de una deficiencia que aparte de hablar muy mal de toda la sociedad, amenaza la seguridad nacional, todo como resultado de un problema integral que impacta a todo el Estado.

Lo grave del problema es que no se ven soluciones fáciles en el camino, porque además la explicación de una educación superior fundamentada más en el negocio vulgar que en un plan nacional para lograr los índices de desarrollo del mundo competitivo de hoy, es parte de una cultura nacional y de un neoliberalismo salvaje que se lleva de paso todo lo bueno.

La realidad es que no es posible poner en orden las universidades nacionales, ya que en el país todo está contaminado con la politiquería, de arriba hacia abajo y lo contrario, de abajo hacia arriba.

Se impone entonces la siguiente pregunta: ¿Quién nos sacará del tremendo tollo de la educación superior nacional, aunque la respuesta más realista es que no hay una respuesta convincente y que satisfaga.

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