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Opinión

El Por Qué de la Vigencia de los Partidos Tradicionales.

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Por José Cabral

Los partidos tradicionales de la República Dominicana, dígase el de la Liberación Dominicana, Revolucionario Dominicano y Reformista Social Cristiano, tienen el mismo comportamiento frente al patrimonio público.

Ese comportamiento es la razón principal por la que esas organizaciones no constituyen ni representan una oferta creible de adecentamiento nacional, en virtud de que promueven una conducta que daña la democracia.

Y en consecuencia los tres son como especie de una bacteria que destruye los signos vitales de nuestro cuerpo social, llevándolo al borde de la muerte, situación comprobable con la crisis económica, moral, ética, política y social que padece el país.

La vigencia de estos buitres de la política vernácula es atribuible no sólo a la ignorancia y el hambre que padece el pueblo dominicano, sino también al hecho de que las fuerzas llamadas alternativas no han sido capaces de crear una propuesta creíble, potable, que conecte con los votantes.

Sólo tendríamos que observar el comportamiento de los partidos o movimientos alternativos, los cuales son en esencia menos democráticos que los tradicionales, ya que estos últimos por lo menos legitiman sus candidatos a los cargos electivos cuando los someten a través de una convención al escrutinio popular.

Naturalmente, podría alegarse que esos partidos tradicionales por los niveles de corrompimientos que los afecta no están en capacidad de desarrollar un proceso interno limpio y transparente, pero por lo menos les dan la oportunidad a su gente de escoger lo que a su juicio constituye la mejor propuesta.

Sin embargo, los alternativos nisiquiera eso dan, son profundamente anti-democráticos, lo que constituye el principal obstáculo para que puedan escoger un candidato con las condiciones requeridas para que en el país surja una tercera fuerza política que desplace a tres partidos tradicionales depredadores del patrimonio público.

Las organizaciones decentes de la nación deben entender que la escogencia de un candidato, sobre todo si es a nivel presidencial, jamás puede ser una expresión del deseo de un grupito de dirigentes que en la generalidad de los casos no tienen la capacidad para interpretar los deseos del votante.

Es importante saber que la política es exactamente como el beisbol, porque si se quiere constituir un equipo ganador se debe someter a todos los prospectos a un rigoroso entrenamiento que permita seleccionar a los mejores.

Los equipos de beisbol no se forman para perder, sino para ganar, lo que estaría determinado por la calidad de los peloteros, es decir que bateen y cojan mucha pelota, lo que sólo será posible si los miembros del conjunto no son seleccionados por vínculos de amistad o familiares, sino por qué tan buenos sean.

De manera, que los partidos llamados alternativos que tienen candidatos eternos, especialmente a la presidencia de la República,  no pueden ofrecer la seguridad de que los partidos tradicionales serán desplazados de la posición privilegiada que mantienen en el votante dominicano.

Todo el que se le ocurre crear una organización política se convierte en candidato presidencial sin convocar a un proceso interno, pero pena de aquel que se le ocurra aspirar en contra del candidato o fundador de la organización.

De esa manera, las esperanzas de cambios en el pueblo dominicano son muy remotas y en consecuencia la depredación pública será un flagelo que por lo menos por ahora no podrá ser detenido a menos que surja un fenómeno inesperado que se ponga por encima de los partidos tradicionales y de los llamados alternativos, los cuales definitivamente no logran conectar con las aspiraciones de nuestra gente.

Esta realidad no es más que una consecuencia de la herencia histórico-cultural de la sociedad dominicana en la que prevalecen valores como el caudillismo, el machismo, el patriarcado, el jefismo, el amiguismo y otros que prácticamente arruinan las aspiraciones de cambios de un pueblo saturado de deficiencias, inequidades sociales y asimetrías económicas entre los diferentes sectores que conforman la sociedad dominicana.

Así de complejo y complicado es el panorama político dominicano, donde algunos son vividores de la política y otros son oportunistas que buscan aprovechar la orfandad de liderazgo nacional para anteponer sus apetencias personales a los intereses colectivos o de las grandes mayorías nacionales.

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Apuntes sobre la izquierda zurda fascista

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Por Miguel Guerrero

En los círculos “progres” se desconoce la diferencia entre una postura y una actitud revolucionaria. Las posturas revolucionarias se relacionan estrictamente con el plano de la ideología. Las actitudes revolucionarias con lo que una persona es en su vida diaria.

La primera se asume abrazando el comunismo o algunas de sus macabras derivaciones, como el castrismo y el chavismo. Pero una conducta revolucionaria se alcanza con una larga vida de desprendimiento y servicio. He visto por eso a marxistas muy reaccionarios y a un buen número de empresarios realmente revolucionarios. Siempre será más difícil mantener una verdadera conducta revolucionaria porque la mayoría de quienes alegan un historial “progresista” viven y actúan en constante riña con sus prédicas.

Así se pueden ver a políticos corruptos, enriquecidos a expensas del Estado y del trabajo productivo del pueblo, vociferar en mítines y pontificar en programas de radio y televisión sobre la necesidad de cambiar las relaciones de producción y de hacer esto y aquello para transformar las condiciones de las masas desposeídas, y regresar después a sus lujosas mansiones para ahogar en caviar y whisky sus cantos de protesta.

No seremos más buenos ni más revolucionarios sólo porque adoptemos una filosofía política o un dogma ideológico. Los sistemas no cambian a las personas, ni modifican la naturaleza humana. Hay revolucionarios buenos como los hay también malos y muy malos. Y lo mismo ocurre con otros sistemas políticos. Lo importante por lo tanto no es que nuestros dirigentes políticos, empresariales y sociales sean marxistas o de “ideas avanzadas”, como se dice. Lo importante es que sean personas capaces, conscientes de sus responsabilidades elementales y dotadas de fina sensibilidad social. El sentido del deber es el primer paso hacia una conducta efectivamente revolucionaria.

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Opinión

Del pelebalaguerismo al perrebalaguerismo

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Por Rosario Espinal

Los pueblos no generan por sí mismos sus ideologías políticas. Las élites las articulan y propagan. En la República Dominicana esas élites siempre han sido conservadoras.

Muchas veces escucho decir que el pueblo dominicano es conservador y siempre reacciono diciendo que no es el pueblo, son las élites.

Juan Bosch fue el gran maestro político de la sociedad dominicana con sus alocuciones radiales a principios de la década de 1960. De ahí se nutrió toda una generación con valores progresistas después de una férrea dictadura. Bosch enseño sobre las diferencias de clase, la explotación y el imperialismo en una especie de marxismo aplatanado.

José Francisco Peña Gómez fue el gran movilizador de masas. No pudo convertirse en un gran líder populista porque estuvo vedado por las élites para llegar al poder por ser negro y de origen haitiano. Se proclamó socialdemócrata y ayudó a forjar también el progresismo dominicano.

De 1978 a 1986, el PRD se la ingenió para evitar que Peña Gómez fuera candidato presidencial. Pero, al borde del precipicio político en 1990, lo llevó de candidato, también en 1994 y 1996. Durante esa década Balaguer se encargó de matar las aspiraciones presidenciales de Peña Gómez.

El PLD, para llegar al poder en 1996, se valió del apoyo de Balaguer que seguía con su cruzada de no permitir que Peña Gómez gobernara. Formaron el Frente Patriótico y enterraron políticamente a Bosch.

El balance fue que Bosch gobernó solo siete meses en 1963 y Peña Gómez murió en 1998 sin nunca ser presidente.

Después de la muerte de Balaguer en el 2002, el PLD absorbió el electorado balaguerista y Leonel Fernández se convirtió en líder de las fuerzas conservadoras, aunque el PRSC-franquicia hizo diversas alianzas para asegurar posiciones y beneficios.

Por eso, a partir de 2004, el PRSC declinó electoralmente hasta que en el 2020 solo obtuvo 1.8% de los votos con Leonel de candidato presidencial en una coalición de partidos pequeños de ultraderecha: PRSC, FNP, PQDC, BIS, PUN.

Poco después de la llegada del PRM al poder en el 2020, se hizo evidente que Luis Abinader tomaría también el camino del conservadurismo, a pesar de las expectativas de cambio progresista que había generado en sectores de inclinación liberal peñagomista.

La anticorrupción es la bandera que enarbola para mantener ese sector social políticamente leal, mientras el ultranacionalismo con relación a Haití es el imán que utiliza Abinader para atraer el apoyo de la ultraderecha partidaria, quebrando así el vínculo de ese sector con Leonel.

El país pues ha pasado del pelebalaguerismo al perrebalaguerismo.

Ambos prefijos (pele y perre) van acompañados de balaguerismo porque en el post-trujillismo, Balaguer fue el articulador del conservadurismo desde el propio Estado. De la histórica trilogía política (Balaguer, Bosch y Peña Gómez), Balaguer fue el único que gobernó.

Es clarísimo que los partidos pequeños dominicanos, independientemente de su supuesta orientación ideológica, buscan aliarse al partido grande que esté en el poder o en vías de llegar. Se vio con el PLD y ahora con el PRM. Ahí todos convergen en el conservadurismo.

Los pueblos no generan por sí mismos sus ideologías políticas. Las élites las articulan y propagan. En la República Dominicana esas élites siempre han sido conservadoras.

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Abinader y los jueces constitucionales

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Por Nelson Encarnación

Una de las mayores preocupaciones para quien es elegido presidente de los Estados Unidos tiene que ver con su legado en diversos aspectos de la vida del país, muy especialmente lo relacionado con la visión que se formen los ciudadanos sobre su impronta en el ámbito judicial.

Por esta razón, los gobernantes estadounidenses no se andan con remilgos cuando se presenta la ocasión de designar jueces de la Suprema Corte de Justicia, donde se marca su talante conservador o liberal y se marca su huella.

En esta cuestión, ningún otro presidente en décadas tuvo la oportunidad de Donald Trump para afianzar su postura conservadora, pues se le presentó el momento de llenar tres vacantes en el máximo tribunal estadounidense.

El legado de Trump será, por mucho, el más duradero proyectado hacia el futuro, con la eventualidad de hacerlo casi imperecedero en caso de regresar a la Casa Blanca en enero de 2025.

En nuestro país no andamos pensando en legado ni nada de esas cuestiones abstractas, que, sin embargo, son importantes para un presidente que quiera trascender más allá de obras físicas; uno que tenga el interés de que se le recuerde como un mandatario afianzador de lo institucional.

Cuando el Consejo Nacional de la Magistratura elija a los cinco jueces en reemplazo de los magistrados salientes del Tribunal Constitucional, habrá dejado abierto el camino para que el presidente Luis Abinader tenga la oportunidad de cambiar a todos los integrantes y dejar su legado.

Esto, como en el caso del estadounidense, quedará sujeto a que logre su reelección el próximo año, ya que entonces se le abrirá el espacio temporal para realizar otra elección en 2027.

Es decir, que, desde la primera elección del TC en 2011, solo Abinader tendrá la coyuntura para influir de manera total y determinante en un tribunal también determinante en la vida institucional del país.

En consecuencia, esa perspectiva trascendental le plantea al presidente el desafío de actuar con una visión de largo aliento, designando a jueces constitucionales que, como señalaba recientemente el magistrado Jorge Subero Isa, sobre todo tengan una amplia perspectiva de política de Estado entre otros aspectos fundamentales.

Y esa condición no se consigue en cualquier graduado de Derecho, sino en verdaderos conocedores de la materia constitucional y las complejidades estatales.

Nelsonencar10@gmail.com

jpm-am

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