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Editorial

El PRD: Una Expresión Fiel de Canivalismo Político

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El Partido Revolucionario Dominicana fue escenario de un verdadero canivalismo político, donde primó la violencia entre los grupos de Miguel Vargas Maldonado e Hipólito Mejía.

El denominado partido del jacho prendió ya nos tiene acostumbrados a este tipo de espectáculo, el cual habla muy mal  del país, porque no se trata de una organización cualquiera, sino del partido político más grande que tiene la República Dominicana, cuyo caudal de votos fue de más del 47 por ciento en las pasadas elecciones e incluso por encima del gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Los destrozos y los heridos dejados en su local nacional de la capital dominicana, donde los seguidores de Vargas Maldonado habían convocado una reunión del Comité Ejecutivo Nacional y que la misma no pudo realizarse por los enfrentamientos con los que se identifican con el ex-presidente Hipólito Mejía, dan una idea del primitivismo político que caracteriza a esa entidad y por consiguiente a la República Dominicana.

El conflicto entre los bandos perredeístas, no tiene aparentemente una solución en el marco estrictamente legal, sino a través de una salida política, pero se vislumbra que ésto tampoco es posible, porque por lo menos la facción de Vargas Maldonado no tiene interés en esa salida, dado que parece ser una vía que a él no le beneficia, aparentemente porque no cuenta con la mayoría.

A pesar de la irracionalidad que siempre ha caracterizado a Hipólito Mejía, éste parece tener una posición mucho más flexible que la de Vargas Maldonado, quien proyecta una imagen impenetrable y definitivamente muy poco política.

Este comportamiento de los perredeístas durante la celebracion del bicentenario del natalicio del padre de la patria es como la negacion de la acogencia a sus principios y nos dice a todos los dominicanos lo incierto que resulta que la República Dominicana pueda contar con un Estado más eficiente e institucional, porque por ahora estos partidos son los que tienen reales posibilidades de controlarlo y manejarlo a imagen y semejanza de su visión anárquica y anti-democrática.

El PRD con ese comportamiento nos envía el mensaje de que no está en capacidad de organizar nada en la República Dominicana y que su ascenso al poder es sólo una garantía de llevar más caos y desorden al Estado Dominicano.

Y no es un problema exclusivo de los grupos enfrentados actualmente, sino que el partido blanco desde su fundación ha sido un verdadero ejemplo de confrontación interna, la cual ha sido la principal causa de su fracaso cuando ha estado en el gobierno.

Es un espectáculo de tan mal gusto que avergüenza, que causa sonrojo en los sectores decentes y pensantes de la sociedad dominicana.

Lo más lamentable de todo es que no se trata de una confrontación ideológica, sino por apetencias personales y por intereses individuales, los cuales hoy se imponen en el principal partido de oposición del país.

Es una realidad preocupante, sobre todo si se toma en cuenta que aunque en los demás partidos tradicionales no hay enfrentamientos violentos como los que se producen en el PRD, lo cierto es que también están controlados y manejados por intereses grupales, personales e individuales, los cuales impactan negativamente al Estado, porque sus dirigentes son los que ocupan las posiciones importantes en los gobiernos y en consecuencia trazan las políticas públicas.

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Editorial

De la ridiculez a la vergüenza.

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Son miles los dominicanos que hoy sienten vergüenza del comportamiento de los partidos políticos, porque aparte de traerles mucho sufrimiento han servido para proyectarlos de la peor manera.

Naturalmente, algunos casos son peores que otros, pero si hay una expresión que no deja duda de que hemos pasado de la ridiculez a la vergüenza, es la candidatura presidencial de Abel Martínez.

Todos se preguntan si hay forma de explicar la audacia de este muchacho que vendió una administración municipal fundamentada en la mentira y el engaño para saltar y asaltar la cima de una organización que en algún momento se le vio como un patrimonio nacional.

Abel representa el nivel más alto de la degradación política, no sólo porque carece de formación, sino también porque simboliza uno de los mejores ejemplos de la corrupción administrativa en el país, lo cual es el denominador común en el mundo de la politiquería.

Pero en ese mismo escenario están la mayoría de los que hoy se quieren proyectar como líderes nacionales, cuyo nivel de descredito no motiva al ciudadano a creer todo lo que se le dice en tiempo de campana electoral.

La presencia de Abel Martínez en el escenario electoral es el más preocupante llamado para que el país se fije en el camino que lleva el instrumento vital de la política para que la nación pueda lograr la transformación necesaria y transitar de un país que raya en lo salvaje y entrar al mundo de la civilización.

Pero candidatos como Abel Martínez es un mal ejemplo para nuestros jóvenes y viejos, porque representa lo peor del nauseabundo mundo político, cuyo único logro a exhibir es haberse apropiado de lo que no es suyo para entonces buscar dirigir a todos sus demás compatriotas sobre la base de las peores de las distorsiones.

Abel Martínez es el candidato que simboliza el antivalor de aquel que quiere lograr lo que busca a cualquier precio, sin importar las consecuencias.

Los dominicanos estamos en un escenario de grandes preocupaciones en el que nadie le cree a nadie, porque el lenguaje de moda es donde está lo mío.

Abel es un candidato de “juego” que testimonia hasta dónde estamos degradados y sin credibilidad.

Punto.

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Editorial

Un debate que se queda en las buenas intenciones de sus organizadores.

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El debate presidencial entre los tres principales candidatos en las elecciones del próximo 19 de mayo del 2024 representa un escenario que por sí solo no constituye ni genera ningún tipo de esperanza en una democracia con niveles muy alto de descredito.

No importa que hermosos sean los discursos de figura como Leonel Fernández, Abel Martínez y del presidente Luis Abinader, porque hay una expresión que dice por sus hechos los conoceréis.

Habrá alguien que se atreva a decir que aparte de lo que ellos puedan prometer estos tres personajes tienen algo tangible en favor de la democracia dominicana, máxime en el tema más delicado de la vida nacional que es el que tiene que ver con un comportamiento ético.

Este periódico entiende que ello sería vender una mentira que tarde o temprano se confirma una vez más, ya que son tantas sus falencias que no hay forma de que lo dicho por ellos pueda servir para mejorar los niveles de credibilidad de la democracia.

En realidad, es como si se tratara de un circo, donde sus protagonistas no es verdad que motivan una reacción saludable para que se puedan vender muchas boletas y aumentar la asistencia a ese entretenimiento.

Y el problema no radica en la edad, para específicamente hablar de Leonel Fernández, sino con lo que ha sido su conducta, ya que es muy poco lo que se puede creer de lo que dice, aunque lo propio se puede decir de los relativamente jóvenes que están en el mismo entorno como Abel Martínez o Luis Abinader, lo cual lo hace viejos de pensamientos y en consecuencia representantes de la misma cosa.

Es decir, que la juventud de Abel Martínez significa lo mismo, dado que su comportamiento en el escenario político nacional y su vida pública son más contundentes que cualquier otra cosa y que de todo lo que se pueda decir.

El presidente Abinader tampoco tiene la credibilidad suficiente para mejorar  la democracia nacional, entonces siendo así el debate es una herramienta que en este caso sirve de poco.

Y no es que el mismo no sea idóneo siempre y cuando cambien los referentes de los personajes que intervienen en él, sino que su efecto sólo será posible si quienes exponen sus ideas avalan éstas con una conducta que haga creíble lo que dicen.

De otro modo, es como nadar en el mar, dado que el color de la pluma del pájaro no descansa en pintarlo del color que más puede gustar en el escenario donde vuela, sino de aquella que es la natural y que sin importar lo fea que sea no distorsiona  el mensaje fundamentado en la verdad, la originalidad, la transparencia y la formalidad que reclaman las circunstancias.

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Editorial

Policías y militares dominicanos no difieren mucho de los haitianos.

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Si una cosa debe preocupar a la sociedad dominicana tiene que ser el comportamiento de sus policías y militares, porque la gran mayoría no exhibe una buena conducta.

Si se revisa la participación policial y militar en los atracos y robos a mano armada que ocurren en el territorio nacional,  siempre se encontrará la sombre de miembros de los cuerpos armados.

Y si se analizara el problema a partir de lo que ocurre en la frontera, las cosas se complican, porque aparte de que son los militares destacados allí los que permiten la entrada de los haitianos, también fácilmente va a quedar al descubierto que por ahí entra mas que seres humanos, sino  droga,  trata de blanca y miles de actividades ilegales.

Lo complicado del asunto es que el lenguaje que se habla en esa parte del pais es el del dinero dinero, cuyo involucramiento de los militares destacados allí  proviene de los partidos políticos, en los que todo tiene un precio y sólo las cosas caminan cuando cada uno recibe los suyos.

Es decir, que pedir un comportamiento ético y mística en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional es una quimera que no parece tan fácil de lograr.

El país está inmerso en la fiesta de los cuartos y el que no tiene la audacia para buscarlo y repartir se queda fuera de la misma, porque nadie lo quiera a su lado y precisamente así están los cuerpos armados de la nación.

Ahí está la explicación del comportamiento de los miembros de la Dirección Nacional de Migración, quienes están más atentos de las propiedades de los haitianos que de su documentación y si son o no ilegales.

Lo grave del problema es que, aunque muchos superiores hablan todo lo que les viene a la boca cuando se produce un escándalo, lo cierto es que nadie está fuera del botín, cuyos beneficiarios no les importa otra cosa que acumular dinero sin importar las consecuencias e incluso aunque tengan que poner en peligro los intereses de la patria.

Si este comportamiento no es detenido al precio que sea, la República Dominicana va a sufrir un deterioro en su imagen que llegará un momento que el mal va ser muy difícil revertir.

El problema toma cuerpo, porque se profundiza la crisis de valores, pero no parece que el mal pueda ser detenido porque es la mayoría de la gente que anda en la misma onda.

Solo queda observar.

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