De portada
En PRM pesa más la cultura de falta de transparencia que el aparente interés de adecentar la administración pública.
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Por Elba García
Durante los años en que se fundó e inició su papel de oposición el Partido Revolucionario Moderno (PRM), el cual nadie se atreve a negar que tiene el ADN del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), no ha podido sobreponerse a una serie de criterios y conductas equivocadas que forman parte de su esencia.
Pues el PRM parece que no puede soportar la tentación de no digerir la transparencia, como hijo fiel de la partidocracia, ya que no tolera que los que llegan a esa organización practiquen los que prometieron durante los tiempos de campaña electoral.
Durante la conformación de un bloque de oposición fueron muchas las personalidades que aceptaron ser parte del PRM porque ya no soportaban el comportamiento del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en la dirección y control del Estado.
Pero olvidaron que esa conducta es propia de todos los partidos que ven la política como un instrumento para hacer todo lo que no se debe hacer en esta actividad vital para mejorar las condiciones de vida de la nación.
Y el PRM no es la excepción, cuyos primeros síntomas de su enfermedad se observaron en el año 2016 y de igual modo en el 2020 tras presentar candidaturas a los diferentes cargos electivos y en ese proceso hizo tantas travesuras en contra de sus propios aliados que no dejó dudas de que era enemigo de los que procuraban transparencia y un cambio auténtico para bien de la sociedad.
Su profesión de economista y en función de su formación fue al Gobierno de Luis Abinader a ocupar una posición acorde con su especialidad, pero siempre iba a tener la limitante del virus que prevalece en el PRM de que ellos consideran que el Estado es sólo para sus dirigentes y miembros, a pesar de que este académico ya lo es, aunque con perfiles diferentes a los que regularmente militan en esta entidad, y para nadie más, lo cual no es extraño a ninguna de las organizaciones de este tipo que interactúan en el escenario nacional.
Y exactamente esa ha sido su práctica, ya que no sólo promovió un voto contrario a sus aliados, sino que incluso falsificó documentos para excluir candidaturas de personas que no son de esa entidad, pero que eran parte de un acuerdo electoral.
En contra de este técnico y serio funcionario han llovido las acusaciones y descalificaciones, que son realmente inaceptables, porque Ceara Hatton más bien prestigia la gestión de una organización que nadie puede poner en tela de juicio de que pregona lo que no práctica.
El hecho de que el ministro de Medio Ambiente haya denunciado una serie de irregularidades que se producen en ese órgano, no puede ser una causa para que se le quiera denostar y desprestigiar como lo ha hecho el presidente de la Cámara de Diputados, Alfredo Pacheco, quien ha ofrecido unas declaraciones desacertadas, fuera de la verdad, que no representan las características fundamentales del funcionario.
La cuestión es que Guillermo Gómez y todos los que se han referido de muy mala manera al asunto encajan mucho más que Ceara Hatton en el perfil perredeísta y ahora perremeísta, en el que todo se vale y en el que se valida la forma inescrupulosa de manejar el Estado dominicano.
Sólo queda que Ceara Hatton sea llevado a presentar su renuncia, no sólo del cargo, sino también del PRM, con cuya decisión pierde el Gobierno y todo el país, porque no hay ninguna persona sensata que pueda quitarle capacidad a este funcionario, a menos que no sea por mezquindad y que se diga, con razón, que éste no está en el cargo que se corresponde con su experiencia y especialidad profesional.
Con los ataques a Ceara Hatton se busca justificar lo injustificable, ya que su único pecado es haber dejado claro con su denuncia, aunque sin decirlo puntualmente, que el PRM es parte de lo que se ha dado en llamar la partidocracia, conformada por una serie de partidos políticos que tienen el mismo comportamiento en lo que respecta a la administración del erario y cuando se trata de la implementación de políticas públicas.