Por José Cabral
Desde muy joven, podría decirse que durante la mayor parte de mi vida, he estado vinculado a la sociedad norteamericana, la cual exhibe un respeto a la ley y la gente es realmente imitable, independientemente de que se pueda o no estar de acuerdo con algún aspecto de sus políticas públicas.
Es una nación realmente admirable, donde su gente está llena de mucha bondad y de un gran sentido de solidaridad, pero además un país donde predominan una serie de principios que son imprescindibles para alcanzar el progreso y desarrollo de cualquier territorio.
No sólo tengo admiración por la sociedad norteamericana, sino también mucho agradecimiento y sinceramente debo decir que el Estado norteamericano es un ejemplo en el mundo en lo que respecta a desarrollo humano.
Y todo ello no es producto de la casualidad, sino de que es el primer Estado que se funda en el mundo sin influencias feudales, netamente capitalista, lo cual es la explicación de que los Estados Unidos invierta más de un 30 por ciento de su Producto Interno Bruto en la satisfacción de necesidades sociales.
En realidad, es un país con unos niveles en todos los renglones que cualquiera quisiera para las tierras que lo vió nacer, pero principalmente en lo referente a lo institucional.
Estados Unidos envía siempre el mensaje a los ciudadanos que si quieren acumular riquezas que las hagan sobre la base del libre juego de la oferta y la demanda, pero que no se les ocurra robarse los dineros del patrimonio público, porque la sanción seria tan severa que prácticamente arruina la vida de quien incurra en ese error.
Sin embargo, esta es la principal falencia de los pueblos latinoamericanos, donde todo el que se vincula al Estado lo que busca es llevarse una tajada del dinero público para sus bolsillos, lo cual también ocurre en los Estados Unidos, sólo que allí no se trata de un fenómeno general, sino aislado.
La corrupción es un cáncer no tan fácil de extirpar de los pueblos pobres del mundo por tratarse de un fenómeno con connotaciones profundamente culturales, cuya pobreza no es sólo económicamente, sino también en lo que respecta a la formación de un hombre y una mujer para que les sirvan a la sociedad.
Visitar o vivir en los Estados Unidos es otra fragancia por la seguridad ciudadana y pública, aunque como país inmenso siempre van a ocurrir hechos lastimosos para los principios que fundamentan su existencia.
Estados Unidos es una fuente de inspiración para todas las democracias de América y el mundo, porque en realidad sus niveles de institucionalidad ofrecen una garantía que muy difícilmente se puede encontrar en otro lugar.
Tal vez Europa es el otro lugar donde la gente puede tener la tranquilidad de que el Estado responda ante las tantas amenazas que se producen cotidianamente en contra de los ciudadanos, nativos y extranjeros, que allí han decidido vivir para toda su vida.
En el contexto de este artículo de opinión no se puede dejar de destacar que en los actuales momentos los Estados Unidos son una de las principales fuentes de la fortaleza económica de la República Dominicana, porque aparte de los cientos de miles de norteamericanos que hacen turismo en el país, también está el aporte en remesas de más de dos millones de dominicanos que han tenido que abandonar el país para lograr mejores condiciones de vida para sus familias.
Es un justo reconocimiento a una nación de la que no se puede soslayar su grandeza espiritual, cultural, económica y social, porque sólo el fundamentalismo no le otorga el mérito que se merece un país que se ha colocado en el centro de la actividad humana mundial.