Opinión

Guerra de todos contra todos

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Por Rosario Espinal

Domar la irracionalidad humana ha sido una gran preocupación de las religiones, de la filosofía, la sicología y la sociología. La expresión “la guerra de todos contra todos” es muy conocida por Thomas Hobbes quien argumentó a favor del Estado como un mal necesario para limitar el egoísmo natural de los seres humanos, que dejados sin restricciones entrarían en una guerra de todos contra todos.

La idea de un Estado regulador ha sido consustancial al desarrollo de las sociedades modernas, aunque la modernidad se construyó en base a un cuestionamiento del Estado absolutista medieval.

En países como República Dominicana, la población siente necesidad de un Estado regulador y protector. Los ricos porque siempre han tenido el Estado a sus pies; las capas medias porque para echar adelante necesitan reglas básicas para prosperar en sus negocios, profesiones y empleos; y los pobres porque viven entre precariedades y desventajas.

El fracaso del Estado en este país se debe fundamentalmente a que se empeña en proteger una minoría: a los partidos en el poder y a los grupos privilegiados de siempre. Al utilizar tantos recursos para esos propósitos, le queda poco para cumplir adecuadamente su función protectora y reguladora de la sociedad.

Con tantas personas a la intemperie, se gesta una especie de guerra de todos contra todos que se manifiesta en mayor delincuencia a todos los niveles. El Estado, en vez de ser regulador y protector, se erige en parte interesada en muchos asuntos.

Cuando algunos diputados piden a la Policía que mate los delincuentes sin que los vea la prensa, sólo están ofreciendo una máscara a lo que desde hace mucho tiempo es práctica policial.

Cuando la gente dice querer mano dura asume que quienes la tendrán será para beneficio de ellos, y pierden de vista que cuando el Estado es parte consustancial de la violencia nadie está a salvo, y la guerra de todos contra todos se agudiza como sucede actualmente en República Dominicana.

En estos momentos el mundo vive una gran paradoja. Por un lado, muchas sociedades han alcanzado niveles importantes de protección de derechos. Por el otro, los estados se hacen menos protectores por la lógica de explotación económica, y porque amplios segmentos de la población quedan a expensas de los excesos irracionales del Estado y de algunos individuos, sean delincuentes o personas con perturbación mental. He ahí la masacre reciente de inocentes en Estados Unidos.

El fracaso del Estado moderno en el mundo de hoy es claro, sea que se manifieste en su incapacidad de afirmar su rol protector vía la provisión de bienestar social, de controlar los excesos depredadores del capital global, o de derrotar el terrorismo en sus múltiples versiones: individual o grupal, religioso o secular.

El Estado, en vez de ser el mal necesario que Hobbes concibió para controlar las aberraciones humanas, se ha convertido en ente consustancial a muchos de los problemas que enfrentan las sociedades actuales.

Que segmentos importantes de las fuerzas del orden público dominicano como la Policía y el sistema judicial sean parte del problema delincuencial es una evidencia del fracaso del Estado Dominicano en su función reguladora y protectora. Por eso más violencia de Estado, además de ser una flagrante violación de derechos humanos fundamentales, no es una solución real a la creciente ola de violencia social.

¿Puede el Estado Dominicano dejar de ser depredador para ser protector? ¿Puede dejar de ser violento para ser garante de la no violencia? ¿Puede la sociedad afianzar la confianza interpersonal e institucional? He aquí una tarea de reflexión para navidad.

Artículo publicado originalmente en el periódico Hoy.

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