Por Nelson Encarnación
Tratar de entender cuál es el juego estratégico de Estados Unidos frente a la República Dominicana respecto del caso Haití requiere, necesariamente, remontarse a principios de la década de 1990, específicamente después del primer derrocamiento del presidente Jean Bertrand Aristide, acontecimiento en el cual—contrario a lo que algunos afirman—no tuvo que ver Washington.
Para avalar la convicción de que Estados Unidos estuvo al margen de aquel episodio, debemos recordar que la Casa Blanca y el Departamento de Estado fueron promotores de las sanciones que aplicó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) al Gobierno golpista encabezado por el general Raoul Cedrás, buscando la reposición de Aristide, lo cual se lograría al cabo de tres años.
Y es aquí donde se conecta el laborantismo contrario a nuestros intereses que promueve Estados Unidos, y que involucra a otros actores de la llamada comunidad internacional.
Durante dicho embargo aplicado por la ONU, el presidente Joaquín Balaguer ordenó a los militares hacerse de la vista gorda y dejar pasar hacia Haití determinados artículos, como combustibles, alimentos y medicinas, como una forma de contener las oleadas humanas que se desbordarían sobre el país al apretar la falta de esos y otros productos en su territorio.
A la par con colocar a los militares “lentes de madera”, el presidente Balaguer instruyó a la Cancillería manejar el tema con cuidado, pero con firmeza en caso necesario.
En ese sentido puedo hablar con conocimiento de primera mano, pues para entonces formaba parte del gabinete del ministro Juan Arístides Taveras Guzmán, y como embajador vocero de Cancillería, participaba en las reuniones deliberativas para el manejo del conflicto. Sin embargo, la espina en el zapato de Washington no la puso la violación del embargo criminal contra Haití.
Eso, de alguna manera, lo dejaron pasar, aunque sin ejercer algún tipo de presión para detener el pase de mercancías, bajo el predicamento de que las sanciones asfixiarían a los golpistas, cuando en realidad al que se estrangulaba era al pueblo haitiano.
El verdadero motivo fue el reiterado interés del presidente Bill Clinton para que en nuestro territorio se establecieran campamentos de refugiados haitianos, bajo el argumento de que serían temporales, un anzuelo que Balaguer no mordió, pues sabía que se trataba de un subterfugio.
Esa pretensión fue manifestada directamente por Clinton a Balaguer, tanto en más de una llamada telefónica como también a través de emisarios de alto nivel, la cual tajantemente fue rechazada por el gobernante.
La negativa ha sido mantenida por los presidentes posteriores a Balaguer, y a todos les han guardado la factura. Pero ellos han demostrado que los intereses nacionales están por encima de chantajes.