Por Rosario Espinal
Ante cualquier problema de salud, la inmensa mayoría de los seres humanos en las sociedades modernas recurren a la opinión y al cuidado médico. Contamos con que la ciencia médica y la experiencia clínica serán la mejor guía para librarnos del mal que nos aqueje.
El enfoque médico parte de que hay un patógeno que se aloja en los individuos, ante lo cual, hay un tratamiento posible para la cura, e incluso para la prevención.
Las vacunas se han diseñado precisamente para librarnos de la posibilidad de invasión de un agente externo, un virus, por ejemplo, que nos causaría alguna enfermedad.
Cuando no hay medicamentos para la cura ni vacunas para la prevención, la ciencia médica tiene que recurrir a lo que no es propio del enfoque médico tradicional: las medidas sociales; esas que si se utilizaran con mayor frecuencia podrían prevenir muchísimos problemas.
Como para el COVID-19 no hay medicamentos de curación con efectividad comprobada, ni tampoco una vacuna preventiva, se ha intentado enfrentar la pandemia con medidas de higiene personal y limitaciones al contacto social.
Este enfoque puede ser efectivo si se conjugan tres condiciones: 1) que las medidas se adopten antes de que se haya generalizado el contagio, 2) en sociedades con una extensa clase media con posibilidad de cumplir efectivamente con los requerimientos de higiene y distanciamiento social, y 3) con una extensa y efectiva campaña de concientización al respecto.
Si falla una de estas tres condiciones, es muy difícil que el enfoque social resulte efectivo para el combate del COVID-19. Por ejemplo, en Italia y España las muertes no cesan porque las medidas de higiene y distanciamiento social parece que se tomaron después que el contagio se había generalizado.
¿Cuál es la situación en la República Dominicana?
Como la pandemia llegó después de haberse propagado en otros países, hubo la posibilidad de promocionar medidas de higiene y distanciamiento social relativamente temprano.
Eso ha contribuido a detener el contagio en los sectores de capas media y alta, con mayor nivel educativo, mayor holgura económica y mejores condiciones de vivienda para asumir las prácticas de higiene y distanciamiento social. Unido esto al hecho de que ese fue el sector más golpeado con los primeros casos de infección y muertes en el país.
El problema radica en que en la República Dominicana los sectores de clase media sólida y clase alta no son la mayoría.
La mayoría de la población dominicana tiene bajo nivel de escolaridad, vive en espacios relativamente pequeños donde cohabitan varias personas, una parte no cuenta con servicios de agua dentro del hogar para lograr una higiene adecuada, y dependen de la informalidad para la subsistencia económica.
La combinación de esos factores es muy negativa en una estrategia contra el COVID-19 a partir de la higiene y el distanciamiento social.
Ante esta realidad, la única manera de contener la expansión del COVID-19 en la República Dominicana en los sectores populares es con intervenciones sociales quirúrgicas dondequiera que se identifiquen casos. Es decir, aislando rápidamente personas infectadas en barrios populares, y también aquellas que hayan tenido posibilidad de contacto.
De no aplicarse estas medidas de aislamiento obligatorio en espacios establecidos por el Estado para tales fines, el COVID-19 seguirá expandiéndose en el país porque los pobres no están en condiciones de cumplir voluntariamente con la higiene y el distanciamiento social requeridos para detener el avance.
Apúrense autoridades. No queda mucho tiempo para ganar la guerra.
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY