Por Nelson Encarnación
Ningún factor afecta más a una candidatura política que sembrar en el ánimo del elector la posibilidad de que el abanderado pudiera ser cambiado en el curso de la campaña.
Se le asocia así con la eventualidad de ser un aspirante temporal que dejará de existir en el momento menos esperado para éste y sus seguidores.
Es lo que se asocia más con la candidatura de Gonzalo Castillo en el Partido de la Liberación Dominicana, cuya aspiración marcha cuesta abajo, si nos atenemos a resultados de encuestas, inclusive las que trabajan con la formación oficialista, todas las cuales le asignan un precario e incierto segundo lugar en las preferencias del electorado, con una clara tendencia a ser desplazado.
Peor aún es el dato de que es la primera vez en muchos procesos que el PLD, como organización, aparece por encima del candidato con más de 15 puntos porcentuales, lo cual analizado fríamente permite inferir que ese abanderado ni siquiera es capaz de cosechar toda la simpatía de su partido.
Y esto lo decimos con el aval de los procesos electorales de los últimos 25 años, en cada uno de los cuales, Leonel Fernández (1996, 2004-2008) y Danilo Medina (2000, 2012 y 2016), siempre marcaron por arriba del PLD, es decir, que no sólo cosechaban el ciento por ciento de los peledeístas, sino que atraían simpatías extrapartidarias.
El caso más impactante fue el de Fernández en 1996. Recordemos que para entonces el PLD marcaba apenas el 13 por ciento que había alcanzado en las elecciones de 1994, números que fueron superados por el ahora líder del partido Fuerza del Pueblo con un robusto 25% para quedar posicionado en 38% con miras al único balotaje que hemos tenido.
En 2004, Leonel superó nuevamente al PLD por 10%, mientras que el presidente Medina lo rebasó, en 2016, por casi 14 puntos, merced a lo cual se alzó con un inédito triunfo de un 62 por ciento.
Esta realidad luce descartada de antemano en el caso de Castillo, cuya candidatura, reitero, es vista como una transición hacia un lugar aún más incierto que sus propias aspiraciones, debido a que es un candidato sin discurso, sin pegada, errático, e incapaz de explicar coherentemente las ideas que otros le escriben.
De ahí la gran preocupación que embarga a los estrategas del PLD ante la imposibilidad de que ese candidato pueda siquiera agenciarse el voto duro del peledeísmo, y a pesar de lo que proclame el verdadero dueño de esa candidatura, el presidente Medina, el futuro del cuestionado exministro de Obras Públicas es desolador.
Con la agravante de que Danilo no ha podido, ni podrá, endosarle el caudal que aún conserva.