Por Isaías Ramos
La frustración e indignación frente a la apatía y corrupción de la clase política, que ha dominado nuestro país en las últimas décadas, resuenan con fuerza en el corazón de muchos ciudadanos. Esta élite parece haber elegido el camino del enriquecimiento personal a costa de una nación sumida en el empobrecimiento y la corrupción.
Uno de los escenarios que más evidencian esta desgarradora deuda social es nuestro tambaleante sistema educativo. Debido a la mala administración, la corrupción rampante y la negligencia para cumplir con la ley 66-97, desde 1997 hasta 2012, miles de jóvenes son excluidos de la posibilidad de educarse a causa de un grave déficit de infraestructuras. Y esto ocurre a pesar de los vastos recursos que se han dedicado en la última década a la edificación de escuelas, siendo cada una de estas un monumento al enriquecimiento ilícito y a la corrupción.
Sin embargo, la situación más crítica se sitúa en el nivel de la educación inicial. Aquí, apenas el 5% de las necesidades de este sector esencial se cubren. De una población que supera los 800,000 infantes, a más de 700,000 de ellos se les niega la oportunidad de recibir un servicio salud, nutrición, estimulación y aprendizaje, adecuado, . Esto ocurre a pesar de la importancia vital que este periodo tiene para la formación de una sociedad equitativa y próspera.
La educación temprana es clave para el desarrollo individual y colectivo de nuestros niños. Esto es aún más relevante en una sociedad donde el núcleo familiar se encuentra en estado crítico y el modelo tradicional se ha deteriorado por la inculcación de anti-valores en las últimas décadas. Es esencial entender la importancia del papel activo del Estado en la instrucción de esos primeros años de vida, tan críticos para la formación del carácter y la inteligencia. La educación temprana brinda la oportunidad de moldear positivamente este desarrollo, formando el carácter, fomentando el crecimiento intelectual, cognitivo, psicomotor y social óptimo.
En un contexto de transformaciones en las estructuras familiares y con la creciente participación de la mujer en el mercado laboral, la educación temprana desempeña, además, un papel protector. Ofrece el cuidado y la protección que los niños necesitan, garantizando el respeto a sus derechos fundamentales.
Desde el Frente Cívico y Social (FCS), estamos convencidos de que la inversión del Estado en la educación temprana es pragmática y visionaria. A corto plazo, facilita la transición de los niños a la educación primaria y les proporciona un cuidado esencial. A largo plazo, genera impactos significativos en el desarrollo humano y social, y ofrece beneficios económicos al formar una fuerza laboral más educada y productiva.
Mediante este enfoque, podemos construir un futuro más equitativo y próspero, otorgando igualdad de oportunidades a todos los niños, sin importar su origen socioeconómico. Es una inversión que no solo beneficia a los niños y a sus familias, sino a toda la sociedad.
La República Dominicana se encuentra en un momento crítico. La educación temprana ofrece una oportunidad para cambiar y reorientar nuestra nación hacia la instrucción y capacitación de un capital humano cívico y productivo. Este cambio, sin embargo, exige un liderazgo dedicado, dispuesto y con la firme voluntad de invertir en la educación.
Invertir en nuestros niños es invertir en la prosperidad y equidad de la República Dominicana. En el FCS, creemos en este camino. Creemos en el potencial de nuestros niños y en el futuro próspero de nuestra nación.
¡Despierta, RD!